Existe un pozo y existe un péndulo. Eso es todo lo necesario para crear dos obras geniales, no viendo en el film la adaptación del relato, sino una recreación de los miedos y obsesiones recurrentes en el cine de Corman alrededor de estos terroríficos elementos de tortura, de fascinante diseño.

En la película, se sustituye el angustioso relato de un condenado por la Inquisión, en un oscuro calabozo, en espera de una muerte llena de horrorosos sufrimientos físicos y psicológicos, por la intriga en torno a la muerte de Elisabeth, esposa del hijo de un inquisidor, investigada por su hermano. Éste además actúa como el elemento externo al castillo, desencadenando la acción y revelando de la naturaleza de los personajes. Todos ellos, por cierto, bastante desagradables o y por los que no sientes nada de afecto. Con la excepción de Nicholas Medina, claro.

La película supone un cambio de perspectiva en el género ya que, además de mostrar la decadencia (física y psicológica) de la clase acomodada, aleja el mal de una figura externa y lo hace surgir de las profundidades del ser humano, mostrado en forma de locura, de degeneración mental de los personajes. De hecho, gran parte del sentimiento de terror está en el en el texto, en el guión, en el desvelamiento de la historia que a la vez construye a los personajes. Además técnicamente es muy buena, compensando la escasez de medios con soluciones creativas y muy efectivas, como los escenarios, la ambientación y los flashbacks, marca de la casa.

Seamos sinceros: Blood Feast no es una buena película. Dicho esto, todo lo que sigue son aspectos positivos. Y es que es muy difícil crear un género, convertirlo en exponente de la contracultura y que además la primera película te salga redonda. Vista en perspectiva, se pueden apreciar errores y logros a partes iguales. Por eso, me decido por comentar algunos de los aciertos y así justifico por qué la califico de interesante.

En primer lugar, la película es corta. Pero más que suficiente para contarte esta historia de sangrientos ritos antiguos y ofrendas a los dioses. Marca una estructura: asesinato + transición + asesinato +… que se repetirá hasta la saciedad. Lo que se echa de menos es que, en esos momentos de transición, no se construya un poco a los personajes con sus sentires cotidianos.
Posee un humor fino, socarrón (hasta los personajes parece que contienen la sonrisa mientras recitan sus papeles) pero nada desdeñable.
Contiene un cierto sentido estético que, aunque burdo, sienta precedentes en la utilización de colores saturados, disposición de los ambientes, combinaciones atrevidas entre el vestuario y la sangre, y sobre todo en la puesta en escena de los descubrimientos de cada asesinato. Porque lo que importaba era sacudir al público, hacerlo reaccionar y disfrutar con la violencia explícita, la sangre, las vísceras, los semidesnudos, los primeros planos desquiciados, y todo ello con un presupuesto muy bajo. Y, aunque de forma un tanto accidentada, lo consigue, a diferencia de muchas de las revisiones actuales del género.

Por si había algo que se nos hubiera escapado en la compleja trama, no tiene desperdicio la explicación del detective de cómo descubrió al asesino: todo el guión concentrado.

Fascinante y arriesgada realización de Travis Betz que consigue, en su combinación de géneros, aportar un soplo de aire fresco al terror zombie, confundir en la percepción de la realidad, crear buenos números musicales (con formas de videoclip), provocar inquietud, y todo ello sin renunciar a unas pinceladas de gore y comedia.

La historia parte de un planteamiento sencillo: el bloqueo mental de una escritora que no consigue encontrar la manera de hacer que los personajes de su obra (zombies) abran una puerta. A partir de ahí, y en una localización muy concentrada (apartamento de Fi y Wes, casa prefabricada en medio del desierto), se despliegan tres planos de realidades paralelas, correspondiéndose cada uno de ellos a una historia que, por sí misma, plantea múltiples posibilidades, explotando al máximo los terrores cotidianos, tanto físicos como psicológicos.

Utiliza las canciones del musical como “comic relief”, aliviando una tensión que, al igual que los protagonistas, comenzamos a sentir sin conocer su causa. Grandiosas “In a zombie apocalypse” y “Control”.

Y, como en “Lo”, su anterior film, realiza una obra casi teatral, que apunta a lugares mucho más distantes que el escenario en donde se desarrolla. Está repleta de matices trágicos, con reminiscencias a Shakespeare, en donde la fatalidad une las líneas argumentales.

Decidí ver Jennifer’s body a pesar de las críticas y la nota. Creí que encontraría, si bien no una buena película, algunos momentos para disfrutar. Y es que se da una combinación de elementos que promete:
- La utilización de una star-system-sex-symbol como protagonista demoníaca. Si bien el gore desde sus inicios no necesitó de estrellas mediáticas para atraer público aquí se presentaba la oportunidad de aprovechar todo el potencial sexual de Megan Fox y desviarlo hacia la parte más oscura y sangrienta de una historia de posesiones y demonios.
- La combinación de terror + gore + comedia, ideal para introducir rarezas, experimentar y pasarlo bien.
- Diablo Cody como guionista (corrosiva cuando se lo propone).

Todo ello podía, si bien no revitalizar el género, mostrar caminos por donde sí pudiera hacerse. Pero lo prometedor de la apuesta resulta fallido, porque:
- No existe esta revolucionaria e inquietante combinación entre estrella mediática de máxima sensualidad + matanza. Puede que en la escena de la piscina se muestre un poquito, pero nada más.
- No existe ni terror, ni gore, más allá de personajes manchados de sangre. Elimina el placer del “¿cómo actuará la asesina esta vez?” pues todos los asesinatos son iguales y muy poco explícitos. Ni hablamos ya de comedia.
- El guión es malo. Es la historia que hemos visto mil veces.

No. No es suficiente para subvertir el subgénero de terror adolescente, ni siquiera para mostrar otros caminos. Y eso estaba claro, ya que una gran productora no se arriesga en este tipo de películas. Inocente de mí. Fallo mío y fallida película.