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España España · Alcoi
Críticas de Juan
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Críticas 17
Críticas ordenadas por utilidad
6
30 de mayo de 2012
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante la época soviética bien es conocido el florecimiento que se produjo de una tipología muy concreta de cine: la ciencia ficción, pasando por alto muchas veces la otra vertiente exaltadora de la madre patria Rus: el cine de fantasía de corte heroico.
Por este motivo hemos querido rescatar esta historia que nos ofrece uno de los directores más destacados dentro de este subgénero: Aleksander Ptushko.
Gigantes, animales y personas con poderes sobrenaturales, enanos, espadas mágicas y dragones… se convertirán en el leitmotiv de este film que nos avanza de una forma casi profética el cine de “espada y brujería” que se desarrollará en las décadas posteriores. Pero a todos estos elementos “tipo” del subgénero tenemos que sumarle la genialidad del cine soviético de la época y el bien hacer de este cineasta; quien juega con ingredientes culturales y narrativos propiamente rusos, siendo interrumpida la acción -a veces- por canciones y números de folklore, una cierta sobreactuación de los actores y, sobretodo, un “caduco” mensaje político subyacente que puede abochornar incluso a los que nos consideramos muy de izquierdas.
Desde el punto de vista técnico lo que más llama la atención es el uso del color, el tecnicolor hace acto de presencia de una forma muy sabia animando la historia como si se tratase de antiguos lacados rusos, los cuales están formados por composiciones decorativas bellísimas, exteriores de excepción, un vestuario muy acertado para tal representación épica… todo resaltado por un maquillaje, efectos especiales (recordemos que Ptushko era especialista en animación por stop-motion) y una banda sonora muy resultones para la época.
Seguramente algunas canciones y actuaciones sobreactuadas estén de más en nuestra visión occidental de la historia… pero todas estas piezas correctamente ensambladas por Ptushko dentro de lo maravilloso y las curiosas composiciones de decorados y efectos visuales la hacen un espectáculo de disfrute obligado hoy en día.
Y es que realmente, cuando se trataba de este subgénero, en Mosfilm sabían lo que hacían… adelantándose, cómo ya hemos mencionado, más de 20 años a la corriente conocida como de “espada y brujería”, solamente por este motivo ya vale la pena ver “La espada y el dragón”. Así pues, animamos al lector-cinéfilo ávido de fantasía o curiosidad por los relatos populares rusos a realizar una urgente revisión de la filmografía de este autor dentro del patrimonio del fantástico. Seguro que no se arrepiente.
Juan
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8
30 de mayo de 2012
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los trayectos en cine no han de ser horizontales, de izquierda a derecha, sino verticales, de fuera hacia dentro. Y esto es lo que Cronenberg nos viene demostrando en los últimos años, en sus últimos trabajos: “Una historia de violencia”, “Promesas del Este”… entre otras; pudiendo ser este “método peligroso” la punta más vista del iceberg que el director canadiense había empezado a explorar en sus más tempranas películas.
Si bien parece que nos contradecimos en nuestra introducción, el lector sabrá ciertamente que no es así, pues se puede decir que Cronenberg en su cine siempre ha explotado como línea temática común la idea naturalista de una verdad reprimida, fundamental del ser humano, que se revela a través de la mutación de la carne, lo cual desemboca en su reconocible formalismo.
La novedad este nuevo trabajo consiste en dejar atrás sus famosas mutaciones para ofrecernos a un Cronenberg que toma la contención por bandera (¿será la madurez?), ajustándose a un guión de perfecto acabado literario y de narrativa fluida, ofreciéndonos personajes que funcionan por sí mismo y no por el halo fantástico del “mito”.
Podemos decir, que nos encontramos ante la confirmación de sus trabajos anteriores pero ahora las verdades elementales de los personajes mutan y se expresan a través de la palabra (ese gran monstruo que duerme en nuestro intelecto), los cuerpos de los personajes no cambian –de forma literal- pero las ideas evolucionan a gran velocidad. Estos veloces cambios son acompañados por acompasados cambios visuales: saltos en el tiempo, aparición súbita de personajes que cambian el parecer de los otros, diálogos epistolares, etc.
Ésta es la principal virtud del film: mostrarnos a un David Cronenberg que se empezaba a atisbar pero no acaba de florecer. Un punto en contra será que muchos de los seguidores acérrimos de sus icónicas transformaciones seguramente las echen en falta, aunque éstas han sido suplidas por una gran carga de perversidad en pro de la historia: el psicoanálisis ya es un tema bastante perverso, ¿no creéis?
De esta manera, si esperáis ir al cine a ver al Cronenberg más formalista, el de las mutaciones locas, os recomiendo que vayáis a ver otra película; pues ahora la mutación es a nivel intelectual y no física, aunque verdaderamente vale la pena ir ver el “buen saber hacer” del director canadiense que nos ofrece una perfecta combinación de lo biográfico, influencias románticas y su propio “método”. Todo en un delicado y pulcro estilo que no hace más que darle un tono sentido y liviano; una aparente virtud que puede convertirse en su mayor limitación debido a la falta de irritación en el espectador: la marca que nos hará recordar el film posteriormente.
Juan
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6
23 de julio de 2019
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película entre la comedia negra muy a la altura en su primera parte, después flojea bastante.

No obstante, nos proporciona una interesante reflexión de cómo afrontar la muerte, como encontrarnos, finalizar un proceso para empezar con energías renovadas.
Juan
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6
20 de julio de 2019
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Empecé la película sin muchas ganas, para distraerme... pero me sorprendió ya que es mucho más que una historia de encuentro/ superación personal. Pues detrás de la admiración por Dolly, la burla de los concursos de belleza norteamericanos y los típicos gags de la comedia fácil... sin duda alguna. se esconde el tema principal: el duelo, la superación de una pérdida.No su olvida, sino aprender a vivir con ella, con los recuerdos como algo positivo que puede ayudarnos en el día a día. Y además con Ginger de Rupaul.
Juan
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8
17 de octubre de 2012
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este año podemos, y debemos, afirmar que nos han martirizado a versiones malísimas de Blancanieves. Podríamos ser benévolos y sacar de cada una de ellas alguna característica que nos llamó la atención en su día… pero que pasado el tiempo solo recuerdas con rabia e incluso con un poco de pasotismo. Un vago y triste recuerdo en nuestra mente atiborrada de iconos.
Toda esta estructura fallera construida este año (omito versiones anteriores) por directores como Tarsem Singh o Rupert Sanders queda atrás con la versión de Pablo Berger. Si el señor Singh, por un lado, nos proponía una Blancanieves revestida por pintura Titanlux dónde todo quedaba envuelto en un aura divinamente pop, incluso la misma historia de Blanca. Sanders, por otra, ponía sobre la pantalla todo lo contrario: un mundo lúgubre totalmente forrado de grises superficies y blanca nieve, con ciertos toques de rojo intenso (para que no se diga). Como muchos han comentado, la transformación de Blanca en heroína de videojuego o mejor dicho, “Dragones y Mazmorras 2.0”. Así, el 2012 nos ofrecía hasta el momento dos extremos: la princesa recubierta por barniz dieciochesco o la princesa guerrera, cual San Jorge luchando contra aquello que teme y odia. No obstante la distancia estética de éstas, caen en el mismo error según nuestro punto de vista: hacer de la historia de Blanca una noticia rosa, un drama de folletín -pensaba que me quedaría ciego después de tal atracón de edulcorantes- perdiendo la narración gran parte de su encanto y perversión, cosa que no podemos consentir desde aquí aunque sea “una versión”. Quitarle la perversión a Blanca es como quitarle a Bergman sus silencios o a Almodóvar sus boleros. No, no se puede.

Pero llegó septiembre y con él la historia de la que tanto habíamos oído hablar, leído alguna nota de prensa e incluso visto alguna imagen robada (no mucho porque no nos gusta destripar antes de tiempo, todo sea dicho)… pero solamente la idea de revisitar las fechorías de Blanca y sus pequeños amigos ahora en nuestro país, en blanco y negro y “mudamente” nos ponía la piel de gallina.

El deseado día llegó: el estreno. Decir que quedamos boquiabiertos es poco. Pablo y todo el equipo apostaron muy fuerte en la puesta en escena, la España más cañí se pone delante de nuestros ojos estampada con violencia contra la pantalla haciendo que toda la trama se desparrame sobre los espectadores; aquí no hay color pero el poder visual de sus imágenes es tal que nos hace imaginar la gama cromática más satinada que nuestra mente recuerda (casi en Cinemascope) para tal narración dónde aparecen la mayoría de tópicos de una época: los años veinte (finales). Berger sabe captar nuestra atención en esta historia gótica desde el primer minuto con la aparición del telón de terciopelo (homenaje a los antiguos telones de cine); nuestros ojos están ávidos de emoción, de groserías, de amor, de perversiones… y el director no nos defraudará. Como se ha mencionado, toda una galería de tópicos de la época se aparecerá durante los 104 minutos de film ante nuestra atenta mirada, como una colección decimonónica de curiosidades. Podríamos decir que es como ver un libro de Pilar Pedraza en pantalla grande, pero con ciertos toques cañí, recuperando la cultura de "fenómenos" tan generalizada durante esos años (es algo que me encanta): enanos, travestis, imágenes picaronas que nos recuerdan a las películas pornográficas de Alfonso XIII… y lo más impresionante: los actores tienen ojos. No digo más. Los ojos de los actores se ven poco en el cine patrio, pero aquí, será porque no hablan, el director ha permitido que sus actores interpreten con la mirada y más aún que se recupere la historia de Blanca en casi toda su crudeza, recordándome a maravillosos fragmentos de uno de mis libros favoritos: "Zarzarrosa" de Robert Coover. No queremos adentrarnos en el reparto, pero es necesario mencionar la excelente actuación de todos y cada uno de ellos. Maribel Verdú como madrastra nada tiene que envidiar a las otras actrices que este año han tenido el privilegio de encarnarla, ya querrías tú Julia tener el temple de nuestra Maribel ¡Ja!. Por no hablar de los enanos, Ángela Molina (recordándonos a "Las cosas del querer) o el maravilloso Poncela... todo un honor asistir a la actuación de tal elenco de artistas.

Cabe mencionar que muchos han criticado que esta película tenga su base en el toreo (desde aquí no apoyamos este acto matarife), en la tauromaquia. No es aprobada por gran parte del público por este simple motivo, pero como mencionaba Elvira Lindo “No sé (sabemos) si defienden que se prohíba que los toreros protagonicen una historia de ficción, pero si fueran coherentes deberían dar la bronca también en los conciertos flamencos, en algunos desfiles de moda, quemar unos cuantos libros de temática taurina e incluso disolver esas fiestas donde los abuelos bailan y tararean ciertos pasodobles”.

En fin, sea como fuere, nos encontramos ante una emocionante experiencia sensorial cargada de pinceladas de humor surrealista, esencia dramática y un poderío musical que coquetean con clase y elegancia entre la España taurina más cañí y el imaginario más freak(valga la redundancia), a través de su monumental puesta en escena. En resumidas cuentas, un evocador homenaje al séptimo arte que, de momento nada tiene que envidiar a la aclamada “The Artist”.

No os lo penséis más y si no habéis ido a ver esta joya, ya estáis tardando.
Juan
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