Mientras más pienso sobre ella y cuantas más reseñas leo, más aprecio esta película. Trágica y lúgubre, no es una película agradable de ver, pero que satisface a quienes buscan algo más que el mero entretenimiento; se trata, de hecho, de una película de horror psicológico bien lograda. Las actuaciones y el maquillaje son sobresalientes, espectaculares. Destacable además es la integración de conceptos clave en la dirección de arte. El ritmo funciona bien y el desenvolvimiento del argumento a través de la intercalación flashbacks engancha de principio a fin.

La temática aborda muchos tabúes atípicos. Aquí hay una tragedia familiar que pone sobre la mesa la increíble ingenuidad de muchas madres, así como la negligencia de los padres ausentes. Sin embargo, la película tiene el acierto de no culpar enteramente al entorno familiar, ya que, apartándose del lugar común, plantéa la idea de una maldad inherente en los hijos, ajena a todo factor ambiental que se pudiera controlar. Tenemos a una madre (toda la película es narrada desde su punto de vista) que subestima la idiosincrasia de su hijo problema y, en su negación optimista, no quiere reconocer su peligrosidad y maldad; ella quiere amarlo, pero es incapaz de conectarse afectivamente con él a pesar de sus reiterados intentos.

Lo advierto, es una película un poco perturbadora, pero que vale la pena ver, especialmente para quienes piensan en ser padres. Me suscribo a la idea de que, contrario al mito de la tabla rasa, lo endógeno sí importa; el azar de la genética y de diversas circunstancias orgánicas en la preñez juegan un papel infravalorado en la expresión de quienes somos a futuro. Sin hilar fino en esas explicaciones prosaicas al respecto, desde la ficción del cine se busca ilustrar lo que bien podría ser la peor pesadilla de una madre.

Este recurso de la ecuatorianidad en el cine (citando textualmente a Tito Jara, el director de este bodrio, "películas de ecuatorianos sobre ecuatorianos y para ecuatorianos") se ha convertido en un modelo de hacer cine francamente molesto y preocupante. En la misma línea de "qué tan lejos" y "Cuando me toque a mí" el cineasta tirado a pedagogo social pretende exponer las taras identitarias de nuestra nación, las cuales a su vez sirven como base para humoradas sosas y banales (porque hay que "reírse de nosotros mismos"). En fin, el resultado es otra película autoconsciente e incómoda, pretenciosa por su pedagogía ingenua y sus comentarios sociales tan obvios. Las actuaciones y los diálogos a ratos caen a nivel de telenovela latina (tanto por la forma en que insultan la inteligencia de la audiencia como por su torpeza). Este cine ecuatoriano, que no demuestra una auténtica manifestación artística, se está convertiendo en un género en sí mismo, y en uno de muy mal gusto. Tan así que no me sorprendería que a futuro a otro "creativísimo" cineasta se le ocurriese parodiar estas fórmulas costumbristas con una película que se intitule "No es OTRA película ecuatoriana" (es decir, con una comedia que a su vez imite la cosabida tendencia a parodiar los lugares comunes que en Hollywood se promueve para cada género, comedia que, al igual que esas gringadas, no creo que resulte nada buena).

Los Muppets se ríen de sí mismos en una película consciente tanto del legado como del ocaso mediático de estas marionetas. Pero la ironía va más allá, y debemos reconocer el cinismo que destila. En la película estos perosnajillos se reúnen para salvar el Teatro Muppet de un petrolero ambicioso; organizan una teletón con el fin de recaudar suficiente dinero para anular un contrato firmado por la Rana René. Esto, además de ser el ariete temático, se me antoja como una suerte de guiño acerca de lo que se trata todo este bodrio: una simple y llana excusa para recaudar dinero en la taquilla, capitalizando con la celebridad de unos muñecos pasados de moda la fibra nostálgica de las masas, como si eso bastara para solapar el hecho de que se trata de un espectáculo improvisado y chapucero, con chistes, situaciones y canciones carentes de ingenio y por lo demás cutres.

El origen de esta película es una catarsis muy personal producto de una mala experiencia. Todo porque hace 40 años, cuando Stieg Larsson, el autor de la trilogía, tenía 15 años, fue testigo de una violación grupal a una niña de 15 años llamada Lisbeth. A la sazón Larsson no hizo nada, porque era un adolescente inseguro y tenía miedo de ofender a sus amigos. El incidente lo marcó de por vida, aquella omisión culposa lo había carcomido tanto que le impulsó a escribir esas novelas a modo de catarsis personal. Pero también se convirtió en un activista político religiosamente ideologizado.

Así pues, esta película destila una fantasía feminista bien misándrica y desagradablemente revanchista. Dejando de lado el atractivo de esta chica cyberpunk, medio emo, medio McGyber, indudablemente un nuevo ícono feminista, es notable la justificación vengativa de su violencia de género contra estos hombres blancos que son o casanovas, o cerdos violadores, o nazis, o capitalistas corruptos y estafadores y que, por supuesto, no aman a las mujeres (y que además parecen ser característicos de esta Suecia ficticia). Ahora, sé que esto es ficción, pero por lo forzado que resulta este escenario y por la obviedad de la bandería progre del autor, creo que es pertinente subrayarlo.

La caracterización de Mikael y Lisbeth se me antoja algo plana. La confianza asesina que llega a transmitir Lisbeth no me convence dadas sus circunstancias y heridas personales; si bien podríamos achacárselo a su aparente síndrome de Asperger, la hipersexualización de su personaje y su fantasioso "hackerismo" contribuyen a volver más inhumano su estoicismo. Mikael, como un James Bond que acaba rescatado por esta maquinal heroína, es otra muestra de ingenuidad solapada. Como mencionaba Roger Ebert en su reseña, se extraña una vibración emocional más plausible en ambos personajes.

Aparte está el misterio de la desaparición de la joven. Al principio el asunto es intrigante, pero conforme avanza su resolución va perdiendo fuerza; la revelación del misterio no convence. Los huecos de guión y las incoherencias afectan la suspensión de la descreencia. Luego de el cierre del caso la película se alarga mucho y solo para volver a recalcar la condición de Lisbeth de ser una sobreviviente de desamores y desventuras provocadas por los hombres.

Esperaba más de esta película holandesa. Carece de distinción y de riesgo estético; no logra nada, apenas remeda las conocidísimas fórmulas de los "slashers" gringos. Ves a los típicos personajes adolescentes, frívolos y calenturientos (con actores que no lucen como adolescentes sino como jóvenes adultos), entre los que emerge un heroecito de turno. Hay sustos súbitos y fáciles, sin una ambientación muy lograda, y un poco de "gore". La premisa es sugerente pero no se la trabaja mucho. El climax es decepcionante, sin una confrontación contundente y con el lugar común de salvar la situación por un pelo. Bah.