Siendo criado en las andanzas del Mito Galáctico, allá por el 1977, y con cierta preocupación a mis espaldas por ciertos detalles de los trailers, acudí a una sala en Madrid. Uno más entre miles, ignorando lo que me depararía el cercano futuro... pero dichoso ante una nueva posibilidad de masticar el universo "Star Wars" y volver a hacerlo muy mío.

Y en esto que empieza el filme...

Desde el primer fotograma, algo va mal. Las letras del principio hablan de cosas raras que no "encajan" en todo esto. Más que "incómodas", es un tratado de teoría económica por fascículos. No entiendo nada. "La Alianza de Comercio estelar tiene problemas económicos por causa de un bloqueo comercial en un planeta de pacíficos ciudadanos porque la Liga de Federaciones galáctica no encuentra el voto decisivo en el Senado de la República Universal...."

Bueno, vale... seguimos. Pero, ¿hacia dónde?

Un olorcillo raro se palpa en el aire... una esencia flotante que después de los primeros 20’ era insoportable tufo que al poco ya era espesa niebla que, desde la pantalla, se deslizaba pasillo arriba (tenía butaca de pasillo). El ansiado filme era un truño de espoleta retardada con las características del peor cáncer. "Sospechaba algo, pero era demasiado tarde para mí."

Como iba diciendo, la sala se sumergió en un aroma apestoso que me impulsó a echar la papilla en el pasillo. Por momentos, estaba rojo como un tomate... ese tipo de VERGUENZA ajena tan palpable que puedes cortarla con un cuchillo. Mis sentimientos se mecían entre la franca incredulidad (a veces miraba al rostro de algún zombie-espectador) y la mueca estúpida que hace equilibrios entre la ira y la risa. Cuando aquello acabó, sólo acerté a retirarme del cine sin mirar a nadie, con la cabeza gacha y una sensación de fracaso y frustración difícil de expresar. No podía asimilar que el creador de tantas alegrías había sido capaz de poner su nombre en semejante tratado escatológico.

Al principio, como ante toda experiencia desagradable, te niegas a creerlo... pero tienes que enfrentar la verdad. La verdad -toda la verdad- era que se había destruido en 2 horas casi un cuarto de siglo de esperanza, plasticidad y belleza galáctica. El Mito se había convertido en Truño. La Muy, Muy Lejana Galaxia era un Inodoro Muy, Muy Cercano.

Mr. George había sufrido una extraña mutación regresiva. En los años 70 fue capaz de convertir lo que todos pensaban era un fracaso de serie B en el milagro del siglo. En los albores del siglo XXI, sin limitaciones técnicas ni económicas, convierte el milagro en una broma de mal gusto. Un fenómeno a estudiar en las escuelas dramáticas como el paradigma de la alquimia al revés, o cómo "reinventar el oro en mierda." El producto de un desequilibrado enloquecido, con personajes, guión, y aún decorados, que son más superficiales que una tertulia de Telecinco.

Una galáctica “broma-FAX” que intenta imitar a un infumable videojuego, el último esperpento de un alucinado.

Esta película no merece muchas líneas. No le pongo un 2 porque soy un fan de la saga.

Cuando un servidor nace en el año 1975, ocurre que los felices años ochenta (¡y qué felices fueron aquellos años!) coinciden con tu etapa de niño total, cuando todo es nuevo y tu inocencia lo impregna todo. Tras el goce de visionar las dos primeras entregas, siendo la primera una de las películas que más impactó mi vida personal en aquella época, llega John Avildsen para mandarlo todo al carajo.

A Daniel-San le sobran 10 kilos de lorzas a estribor y a babor. Más que un alumno aventajado del venerable Miyagi, se asemeja a un niñato alucinado que busca en las drogas una solución para su afianzado fracaso existencial y su figura amorfa. Daniel-San ha perdido todo el enfoque y se dedica a dar tumbos de un lado a otro sin más meta en la vida que discutir con Miyagi-San.

Un guión que raya la idiocia, situaciones más previsibles que el sol en el Sahara, unos malos que pugnan por su pésima actuación con Harvey-Dos-Caras (Batman Forever), aderezado con personajes más acartonados que los pelos de la Bruja Lola.

Imprescindible