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Críticas de Jinete nocturno
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Críticas 177
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
1
9 de abril de 2024
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se dice que, cuando Mahler estrenó su Primera sinfonía, cierto crítico apuntó sarcásticamente: “Uno de los dos está loco, y no soy yo”. Sin embargo, ese mismo sujeto, y a pesar de que es evidente que no le gustó, añadió: “Lo que no se puede negar es que el tipo tiene mucho talento”. A lo que voy es a que hubo un tiempo en que ser crítico conllevaba algo llamado “criterio”: ser capaz de apartar el politiquerío, las tendencias o los gustos personales y ver la verdadera calidad (o falta de ella) de un producto.

Y sí; digo lo de “hubo un tiempo” porque hace ya un montón de décadas que la crítica en general, y la cinematográfica ni te cuento, está copada por auténticos esnobs y hípsters sin criterio que están mucho más preocupados por ver por dónde sopla el viento de lo políticamente correcto y el “bienquedismo” que en tratar de ser mínimamente objetivos. Y es que solo eso, esa decrepitud, explica que este bodrio, este pestiño risible y grotesco, está soplapollez solemne, esta hez hedionda, este despojo arrojado por la posmodernidad, fuese casi unánimemente aclamada.

A saber, por si vives en Marte: resulta que el amigo Yorgos se ganó a la intelectualidad feminista-posmo (perdón por la contradicción, que diría Groucho) con La Favorita, así que ahora es "intocable" y hay que aclamar cara zurullo que suelta en la letrina. En fin.

Veréis, amigos. Hay una norma que suelo respetar cuando veo una película: acabarla, verla hasta el final. Es algo que hago siempre, religiosamente, por respeto al film, incluso con los subproductos más prescindibles. Pues… No he podido. Imaginad la dimensión del naufragio. He aguantado una hora y el resto lo he pasado a saltos de 3 minutos, para ver si hacía pie y me renganchaba. Ha sido en vano. No hay nada que salvar, doscientos cuarenta minutos de vacíos. Sopor y temblor. Ni para paja me ha dado, pese a su clara intención pseudo-pornográfica, que ya es triste.

“La fuerza sin control no sirve de nada”, decía el anuncio de Pirelli. ¿Recordáis? Pues alguien le diga a Yorgos Lanthimos que ya puede acumular doscientos chistes escatológicos, tres mil escenas de pésimo gusto, situaciones perturbadoras, todo el gore chusco que quiera, a Emma Stone masturbándose y con cara de orgasmo cada tres minutos y unos tres millones de planos aberrantes: si no tienes un puñetero guion y no sabes que quieres contar, tu película será mierda pretenciosa. Y mira, es justo el caso.

¿Subtexto? Oh, sí. Se supone que su egoista y maquinal protagonista (hasta ahí llego) es una especie de heroína posmoderna; la encarnación del feminismo histérico post me-too que se "empodera" a base de follarse a todo lo que se mueve, pero que es incapaz de establecer la menor relación afectiva con nadie. Oye, pues como encarnación de ese "ideal", el personaje es cojonudo. Más que nada, porque es retrasada mental. Es más, si los mismos cretinos que la elogian le dieran dos vueltas, quizás descubrirían que la película, en el fondo, es lo más misógino y reaccionario visto en años. Pero no, no nos pongamos trascendentes ni hagamos sobrelecturas. Este bodriete no merece tanto ni da para eso.

Y no; ni siquiera me ha escandalizado. No soy un puritano; más bien, un “libertino” (puedes imaginarme con una peluca empolvada esnifando rapé). Así que la idea de que una niña pequeña –un bebé, en realidad- encerrada en un cuerpo adulto sea usada sexualmente por todo el que tiene alrededor mientras experimenta no me molesta especialmente en una ficción tan obvia como esta (y dudo que pueda ser definido como pedofilia ni gilipollez semejante). El arte está para provocar, para perturbarnos. Basta de moralina de Ali Express, señores, que Lolita se escribió hace 70 años y es una obra cumbre de la literatura universal. Así que no, ese no es su pecado. Su pecado en la mediocridad, la pretensión y el sopor. Ojalá me perturbase… Pero no. Solo aburre.

En resumen, quien dude de aquello de que el cine está en decadencia, que le eche un vistazo. Es difícil resumir mejor el estado comatoso del séptimo arte.
Jinete nocturno
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4
6 de noviembre de 2023
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Iré a lo bueno. Si tienes una tele 4K nueva, de esas que cuestan el presupuesto de un país africano (o no tanto), esta peli es perfecta para que chulees a a tus amigos cuando pasen a casa. Como film en sí, para que engañarnos, es un tanto mediocre, pero como "demo" tecnológica no tiene precio: Tiene uno de los mejores HDR del mercado. Y las tomas de peleas nocturnas en Honk Kong, con el festival de neones en púrpuras, rojos y verdes y el amigo Godzilla soltando su aliento atómico, son una auténtica gozada. De hecho, determinadas escenas resultan tan brillantes que, vista en una habitación a oscuras, y te aviso, pueden resultar hasta molestas.
Dejando esto aparte, poco que salvar. El guion es una auténtica catástrofe. Y cuidado, sabía a que venía: Si uno se pone a ver Godzilla contra King Kong, no espera nada ni remotamente serio ni verosimil, de acuerdo. Pero sí que la historia sea mínimamente coherente con su propio lore y que tenga un cierto esqueleto narrativo, que los personajes y sus motivaciones estén razonablemente bien definidos y tengan algo de carisma, que los chistes tengan gracia (ya que se empeñan en meterlos) y, sobre todo, que sea mínimamente emocionante. Ejemplo de que eso se puede hacer es, no hace falta decirlo, la maravillosa Pacific Rim, donde tenías a media docena de personajes esquemáticos pero perfectamente dibujados que hacían que la trama nos importase.
Pero por supuesto, esta MALA peli palomitera sin alma ni se acerca al trabajo de Del Toro (ni siquiera en lo técnico, pese a llevarse casi una década). Aquí lo que tenemos es una simple sucesión de "set pieces" en las que los "divas" de la película (y alguna sorpresa que no revelo) se hostian para deleite de los pajilleros del "más grande es mejor", y quizás en este sentido sea hasta disfrutable (si no pides mucho ni a la vida ni al cine), pero la excusa argumental que sirve de nexo a estas escenas es de una mediocridad pasmosa. ¿Es la peor historia que hayas visto en una peli de género? No, pero si es mala. ¿Son los personajes más sosos y estereotipados que hayas visto? No, pero están a la altura de los peores personajes del Emmerich más crepuscular. ¿Es la película más aburrida que hayas visto? No, pero el nivel de tedio e indiferencia que provoca resulta sorprendente en una peli en la que dos bichos de 150 metros de alto se hostian.
En resumen y acabando, una peli sorprendentemente gris e irrelevante. Si te decides a verla, es muy probable que empieces a olvidarla tan pronto como salgan los créditos. Y en 24 horas te preguntarás sirealmente la has visto o fue parte de un sueño tras una cena demasiado copiosa.
Jinete nocturno
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6
23 de julio de 2023
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes que nada, una aclaración necesaria. Hay gente que cree que Netflix hace televisión. En absoluto, qué idea tan ridícula. Lo que Netflix hace, su negocio, es la ideología. Viven de eso, de metértela sin vaselina, a piñón, venga a cuento o no, en cada serie que producen. Eso ya sería malo, porque convendrás conmigo, seas de izquierda, derecha o lo que te pida el santo escroto, que no te pones a ver la tele para que nadie te dé la homilía, te coma la cabeza o se empeñe en venderte sus putas mierdas. Pero, además, se da la siniestra circunstancia que estos señores no pretenden venderte las virtudes del nacionalsocialismo o las gestas del camarada Stalin, que en comparación sería mucho más inofensivo y edificante, no, sino la ideología más perniciosa, totalitaria, estúpida e irracional que ha parido la posmodernidad: el wokismo. Y por supuesto, esta serie no es ni de lejos la excepción. Y es una pena, porque hace del resultado, que se antojaba prometedor, algo infumable y moralmente inaceptable.

Empecemos por lo bueno (que es también lo obvio). Sí, en efecto; las interpretaciones, comenzando por Evan Peters son brillantes. Y la recreación de escenarios (el lugubramente famoso piso de Dahmer detallado al milímetro) y de épocas, inmejorables. Mis “dieses”. Pero, por desgracia, de nada sirve todo eso cuando falsificas completamente historia y situaciones, retorciéndolas siniestramente para vender tu moto, el dichoso subtexto; el “relato”. Y lo de “subtexto” es un decir, pues es difícil ser más explícito y más burdo.

Digámoslo ya: Aquí Jeffrey Dahmer es la víctima, aquel del que toca comparecerse. ¿Y los diecisiete a los que mató, descuartizó e ingirió? Qué va. No interesan. Y tú, amigo lector, te dirás “Venga ya. ¿Cómo va ser la víctima uno de los psicópatas más brutales y enfermizos de la historia?" Fácil: omitiendo a conveniencia, cuando no falseando burdamente, los hechos.

Por ejemplo, su primer asesinato: Tal y como se muestra (falsariamente) aquí, casi pareciera un accidente: típica discusión que se tuerce. El pobre Jeff, nuestro entrañable psicópata, no quería, pero una cosa llevo a la otra y… En la recreación, se cuidan muy mucho en omitir que lo primero que hizo con el finado fue abrirlo en canal, masturbarse y eyacular sobre las vísceras. Eso no viste. Si te mostrasen eso, podría llegar a la conclusión, perfectamente correcta, de que el sujeto era un auténtico monstruo. Y eso, claro, no interesa. Y, hay que decirlo, omisiones y dulcificaciones similares se repiten una y otra vez a lo largo de la serie.

En efecto, toda la serie está dirigida a convencer al espectador incauto de que Dahmer, lejos de ser el monstruo sádico que fue en realidad, era la victima de la sociedad, de su familia, de la homofobia, del consumismo, de la subida de precios en el Mercadona o de las bebidas azucaradas. Que el propio Dahmer declarase (véanse las entrevistas) que sus infancia fue razonablemente feliz y que jamás le faltó de nada, es irrelevante. Los guionistas se lo pasan por el culo, y convierten a su madre (que ciertamente no era la persona más equilibrada del mundo) en una histérica y egocéntrica y a su padre en un irresponsable y un putero ausente. Que Dahmer llegó a ser relativamente popular y estimado en su última etapa de instituto, también lo omitimos: mejor lo retratamos como el típico solitario cabizbajo.

¿Y por qué todo eso? Porque, como todo el mundo sabe, uno de los núcleos de la ideología progre/woke es que nadie es responsable de nada nunca, en especial si es de una de sus minorías totémicas (leasé en este caso homosexual). Por supuesto, la mayoría de gais no van practicando el canibalismo o la necrofilia. ¿Hace falta explicarlo? Pero si da la casualidad que uno lo es, nuestros amigos wokes sentirán la pulsión de retorcer la realidad hasta poder justificar cualquier cosa que haga el sujeto SOLO por esa pertenencia. Y es que en el metaverso woke no existe la responsabilidad individual. Si acabas siendo un asesino serial o regetonero será culpa de algo que te paso de pequeño o que te hacían ciberbullying. Eso de tomar tus propias decisiones morales, elegir entre el bien y el mal, como que no. Porque, como todo el mundo sabe, no existe gente con infancias durísimas o que ha tenido una adolescencia difícil a causa de su orientación sexual y que sea normal y esté perfectamente integrada. ¿A que no?

Lo dicho. Aunque en términos de producción estamos ante una buena serie, no puedo recomendarla sin un mínimo de prevención sobre sus distorsiones y sesgos. Advertido quedas de que es, como todo en Netflix, un instrumento cuya finalidad no es precisamente la de ser un retrato veraz del personaje.
Jinete nocturno
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8
13 de abril de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Debo reconocer que siempre, y hablo desde que la vi por primera vez, hará treinta años, he amado esta película: me trae recuerdos dulces y amargos a un tiempo: de noches tórridas de verano, ventanas abiertas y mi madre y yo, agazapados en el sofá, viendo lo que sucedía en pantalla con ojos como platos.

Vayamos a lo obvio, a lo evidente; acabemos ya con el lugar común del que algunos no consiguen despegarse: obviamente, la película no juega en la misma liga que el original de Hitchcock. Tampoco lo pretende, como deja claro con absoluta franqueza desde su inicio (al contrario que pretencioso e irrisorio remake de Gus Van Sant, por cierto). No voy a dedicar ni un solo minuto a explicar porque Psicosis es una obra maestra y esta secuela “solo” una magnífica película; sería insultar la inteligencia del lector. Mas todo eso es irrelevante, porque esta película debe (o debería) ser juzgada por sí misma.

Y como tal, y me alegra coincidir con la inmensa mayoría de críticas modernas que he leído esta tarde tras degustarla de nuevo, es una película absolutamente magnífica que los años (y quizás la nostalgia) se han encargado de revindicar.

En efecto, si a su estreno esta película fue ninguneada por la crítica y se la califico como mero producto explotativo que canibalizaba la obra cumbre del “Maestro”, o como secuela “innecesaria”, los años, los múltiples revisitados que muchos hemos tenido la oportunidad de darle, y la simple comparación con el desolador panorama de mediocridad y decadencia del cine actual, se han encargado de hacerla crecer, metiéndola (como poco) entre las grandes secuelas de la historia del cine.

Y es que, objetivamente, aquí todo funciona, todo está donde toca: una dirección solvente (pese a las terribles presiones del estudio que sufrió Franklin, que a la larga causaron un ambiente un tanto irrespirable de hostilidad en el rodaje, al punto de que Meg Tilly se negó a ver la película terminada hasta hace apenas un par de años), unas interpretaciones exquisitas y, sobre todo, un guion brillante por parte de Tom Holland (que más tarde dirigiría Noche de Miedo y El muñeco diabólico): una maravilla con al menos dos giros que dejaran boquiabierto a cualquier neófito y que debería estudiarse en cualquier escuela de cine que se precie: No en vano, hoy, casi cuarenta años después, el bueno de Tom promociona todavía en Twitter sin demasiada vergüenza copias del mismo a un módico precio. Maravilloso Anthony Perkins recuperando a su personaje 22 años después, dotándole de una pátina de patetismo e indefensión del que su primera versión carecía, y maravillosa la guapísima Meg Tilly, dando vida a un personaje profundamente humano que hubiera merecido mejor final, sí. Pero también un placer gozar de secundarios inolvidables de los ochenta como Vera Miles, Robert Loggia o Dennis Franz. Y un capitulo que no quiero pasar por alto: la sublime BSO del inconmensurable Jerry Goldsmith:

Goldsmith no lo tenía fácil. Competir con la alargadísima sombra de Bernard Herrmann parecía ser un objetivo condenado al fracaso, así que hace lo más inteligente: renuncia a ello y elige su propio camino. Si la música de Herrmann era tensa, crispante y destinada a crear suspense, Goldsmith prefiere obsequiarnos con un tono intimista dominado por un piano que juega a dibujar una suerte de canción de cuna distorsionada y profundamente –dolorosamente- melancólica, que nos traslada a la atormentada mente de Norman, a sus recuerdos: a un pasado de “olor a sándwich de mantequilla” en el que quizás fue feliz y todo pudo haber sido ser distinto. En efecto, el tema principal es una auténtica maravilla que, por sí solo, agiganta la película.

En definitiva, y como el lector habrá notado, una película que idolatro, que me traslada a la infancia y que no dudo en recomendar. Una joya oculta de los ochenta.
Jinete nocturno
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7
8 de abril de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película triste, amarga, sin espacio a la esperanza. Justo la película que alguien en mi actual estado, un tanto de bajona, no debería haber visitado. Pero ya está hecho, y me quedo con el sabor a hiel.

La película es justo lo que parece: no hay misterios, no hay giros, no hay redención para su patética protagonista. No hay espacio, ni siquiera, para el happy end estúpido y forzado al que tan malacostumbrados nos tiene Hollywood y que por una vez tanto he echado de menos. Y de ahí su grandeza: Como en la vida misma, lo absurdo se sobrepone a la vulgaridad de lo previsible.

Agnes, una joven novicia en un convento de clausura, es investigada por la policía tras parir un hijo muerto, aparentemente estrangulado por su propio cordón umbilical. Jane Fonda interpreta a la psicóloga encargada en indagar en la supuesta parricida y dilucidar si es verdaderamente culpable o siquiera imputable. Hasta ahí, lo que podría haber sido la premisa de un thriller palomitero. Pero no, no son esos los derroteros que elige seguir este film. En realidad, no tardamos ni cinco minutos en comprender que Agnes, a la que da vida una magnífica Meg Tilly, es un juguete roto, una criatura patética e indefensa, a la que una madre ultrarreligiosa y atormentada destruyó siendo aún niña: afirma sin despeinarse que los ángeles cantan por su boca, y que el hijo que concibió fue obra de Dios. Y nada absolutamente a lo largo del film te hará plantearte ni por un instante que no haya enloquecido, así que no insultaré tu inteligencia adelantándote nada sobre el obvio y nada sorprendente final.

Por supuesto, la película, que se llevó tres nominaciones a los Oscar en su año (Anne Bancroft, Meg Tilly y BSO), levantó no pocas ampollas: es fácil ver una crítica feroz a la irracionalidad religiosa y cómo esta puede destruir completamente a determinados individuos. Pero creo que esta es una lectura corta o sesgada. Si algo me ha trasmitido la película es la amarga advertencia de hasta qué punto nuestras obsesiones o prejuicios (religiosos o no) pueden dañar irremediablemente a inocentes, incluso a aquellos que amamos.

Lo dicho. Película amarga y nada amable, que esconde un par de enseñanzas valiosas sobre la vida.
Jinete nocturno
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