Críticas de antonalva
12 de marzo de 2017
14 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante una película coral y desarticulada, como si estuviera realizada a base de diversas ideas que no se ha sabido (o querido) muy bien cómo ensamblarlas – por lo cual se ha optado por centrarse en tres historias independientes cuyo único nexo de unión es la destartalada casa en la que todos los personajillos son solitarios convecinos. Para entendernos, parece más bien una libre versión gala del tebeo carpetovetónico “13, Rue del Percebe” (del ínclito Francisco Ibáñez). Es decir, que está poblada de múltiples escenas inconexas – diseñadas como si de viñetas animadas se tratase – no carentes de bastante buen humor, ironía de diverso grosor y espesura y diáfana campechanía, con unos personajes bosquejados a grandes rasgos entre el absurdo, el esperpento y el delirio, más cercanos al sainete chusco que al estudio sociológico sincero.
Es de justicia advertir que la cinta tiene más defectos que virtudes, ya que las historias son tópicas y hasta facilonas (en consonancia con su pícaro despropósito), falta consistencia y profundidad en lo que se relata y retrata, se antepone la farsa dislocada a cualquier precio, evitando caer en cualquier trascendencia o reflexión que puedan velar el entretenimiento intrascendente. Sin embargo, pese a sus muchas y obvias limitaciones, alberga una rara energía motriz que la vuelve irresistible: hace gala de una torrencial ternura hacia todas las personas que habitan ese desvencijado entorno y todos sus mínimos percances nos resultan entrañables y cautivadores. Las imágenes destilan amor y comprensión a raudales, es como un torrente que te arrastra aunque trates de resistirte con todo tu empeño.
Además, los actores todos son cómplices impecables del humor surrealista que brota a cada paso, pese a sus múltiples registros y diversas procedencias y capacidades. Ellos son el alma bulliciosa de la función y dan sentido al disparatado retablo de los despropósitos que presenciamos, donde cualquier extravagancia es bienvenida con tal de despertar la sonrisa vaporosa o bienintencionada. Nada que objetar a las buenas intenciones cuando no hay más cera que la que arde y no pretende dar gato por liebre o simular una profundidad que le es por completo ajena. Quiere sólo agradar, hacer pasar un buen rato entre humoradas y desatinos. Y lo consigue.
Imperfecta, sí. Pero, ante todo, una obra afable y jaranera.
Es de justicia advertir que la cinta tiene más defectos que virtudes, ya que las historias son tópicas y hasta facilonas (en consonancia con su pícaro despropósito), falta consistencia y profundidad en lo que se relata y retrata, se antepone la farsa dislocada a cualquier precio, evitando caer en cualquier trascendencia o reflexión que puedan velar el entretenimiento intrascendente. Sin embargo, pese a sus muchas y obvias limitaciones, alberga una rara energía motriz que la vuelve irresistible: hace gala de una torrencial ternura hacia todas las personas que habitan ese desvencijado entorno y todos sus mínimos percances nos resultan entrañables y cautivadores. Las imágenes destilan amor y comprensión a raudales, es como un torrente que te arrastra aunque trates de resistirte con todo tu empeño.
Además, los actores todos son cómplices impecables del humor surrealista que brota a cada paso, pese a sus múltiples registros y diversas procedencias y capacidades. Ellos son el alma bulliciosa de la función y dan sentido al disparatado retablo de los despropósitos que presenciamos, donde cualquier extravagancia es bienvenida con tal de despertar la sonrisa vaporosa o bienintencionada. Nada que objetar a las buenas intenciones cuando no hay más cera que la que arde y no pretende dar gato por liebre o simular una profundidad que le es por completo ajena. Quiere sólo agradar, hacer pasar un buen rato entre humoradas y desatinos. Y lo consigue.
Imperfecta, sí. Pero, ante todo, una obra afable y jaranera.
30 de abril de 2017
40 de 69 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta irritante visionar un relato de pasiones desbocadas y de lujuria irrefrenable tan encorsetado e inanimado como éste. Apela a la libertad de los sentidos, reivindica el amor y la espontaneidad individual pero sucumbe a la artificiosidad de postal ajada, se pierde entre vericuetos de la carne y una lascivia tan sin gracia ni frenesí que produce vergüenza ajena ver los coitos desaforados entre dos seres carentes de interés y sustancia, puro artificio fallero que pareciera más una cinta de adolescentes en celo que no una película seria con aspiraciones de trascendencia. Fondo y forma transitan sendas reñidas que no se entrecruzan jamás. La supuesta turbiedad libidinosa se queda en mero simulacro exánime, más atento a rematar los encuadres preciosistas que a desentrañar el meollo de la historia.
El punto de partida es interesante, pero apenas ofrece nada de lo que promete. La supuesta claustrofobia resulta tan impostada y falaz que apenas trasciende el decorado que la enmarca. Y los actores son incapaces de insuflar vida a unos personajes tan planos y tópicos que producen hartazgo y modorra en el espectador más predispuesto. No hay química alguna entre los supuestos amantes, sus cópulas lujuriosas resultan risibles y sus reacciones enloquecidas apenas alcanzan la banalidad más trillada. Son tracas de pólvora mojada sin erotismo ni sensualidad, más deshonestas que veraces, puro acartonamiento mañoso. Alberga buenas intenciones de denuncia (la sumisión de la mujer, el desprecio racista) pero se queda en un catálogo voluntarioso y fallido que tropieza a cada paso.
Carece de ritmo y armonía, las secuencias van encadenadas sin gracia ni expresividad, demasiado aisladas e inconexas, retablos brillantes e inanimados que se suceden sin una lógica o coherencia narrativa digna de tal nombre y no consiguen configurar una historia bien articulada. Pese a sus muchas carencias, también posee algunas virtudes: la vistosa recreación de la época victoriana en que se desarrolla la acción, la acertada representación de crueldades y desprecios hacia la mujer – aunque sea tu propia esposa o nuera – y hacia la servidumbre, una hermosa utilización de la luz y de las tinieblas tanto internas como externas, la ominosa sensación de desvalimiento y opresión carcelaria en la Inglaterra rural en que se desarrolla el libidinoso cuento nada ejemplar. Pero sus buenos hallazgos parciales son una carpintería afanosa que apenas exhala una simple corrección epidérmica.
En resumen: una decepción. Tanto más desilusionante en cuanto que pareciera contar con los mimbres adecuados para urdir un filme palpitante y conmovedor, pero se queda lejos de sus intenciones y no sobrepasa el tozudo cliché del cine pomposo que se jacta de su importancia en vez de abordar con más modestia y sencillez su cometido.
El punto de partida es interesante, pero apenas ofrece nada de lo que promete. La supuesta claustrofobia resulta tan impostada y falaz que apenas trasciende el decorado que la enmarca. Y los actores son incapaces de insuflar vida a unos personajes tan planos y tópicos que producen hartazgo y modorra en el espectador más predispuesto. No hay química alguna entre los supuestos amantes, sus cópulas lujuriosas resultan risibles y sus reacciones enloquecidas apenas alcanzan la banalidad más trillada. Son tracas de pólvora mojada sin erotismo ni sensualidad, más deshonestas que veraces, puro acartonamiento mañoso. Alberga buenas intenciones de denuncia (la sumisión de la mujer, el desprecio racista) pero se queda en un catálogo voluntarioso y fallido que tropieza a cada paso.
Carece de ritmo y armonía, las secuencias van encadenadas sin gracia ni expresividad, demasiado aisladas e inconexas, retablos brillantes e inanimados que se suceden sin una lógica o coherencia narrativa digna de tal nombre y no consiguen configurar una historia bien articulada. Pese a sus muchas carencias, también posee algunas virtudes: la vistosa recreación de la época victoriana en que se desarrolla la acción, la acertada representación de crueldades y desprecios hacia la mujer – aunque sea tu propia esposa o nuera – y hacia la servidumbre, una hermosa utilización de la luz y de las tinieblas tanto internas como externas, la ominosa sensación de desvalimiento y opresión carcelaria en la Inglaterra rural en que se desarrolla el libidinoso cuento nada ejemplar. Pero sus buenos hallazgos parciales son una carpintería afanosa que apenas exhala una simple corrección epidérmica.
En resumen: una decepción. Tanto más desilusionante en cuanto que pareciera contar con los mimbres adecuados para urdir un filme palpitante y conmovedor, pero se queda lejos de sus intenciones y no sobrepasa el tozudo cliché del cine pomposo que se jacta de su importancia en vez de abordar con más modestia y sencillez su cometido.
16 de marzo de 2014
25 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta cinta es la sempiterna promesa de una película interesante – hasta buena – ensayando por hacerse un hueco, por abrirse camino – pero fracasa, quedándose en mero aborto fallido y presuntuoso. Cuando se tiene una mirada llena de amargura, tópicos, adocenamiento y cursilería que te tapan la vista y te nublan el entendimiento, el resultado no puede ser sino un triste y manido catálogo de vulgares trivialidades, por bienintencionado que sea el relato o por entrañable que puedan parecer sus atolondrados protagonistas.
Confundir lo novedoso y rompedor de los años sesenta (en Europa, en el mundo) con la naftalina rancia del régimen franquista es no haber salido del patio de casa y pretender hacer discursos solemnes de sociología y humanidad, citando algunos poemas sobados y enunciando alguna grosería chabacana con olor a incienso como si el mundo sólo existiera a través de esta cortedad de miras y parquedad conceptual. No hay peor ciego que el que lleva anteojos ideológicos y resulta penoso que encima pretendan dictar cátedra de una época y un momento que ni conocen si saben apreciar, condenando de antemano a los herejes y encumbrando a los resentidos perdedores.
No hay nada de vida, ni de verdad, ni de ternura, ni de compasión en la mirada del guionista y director y eso se nota y deja al espectador deseando que la película llegue a algún puerto, alcance algo de lo que se propone, pero todo se queda en agua de borrajas y otra oportunidad desaprovechada. No llega a dar pena, pero resulta muy cansado que se gasten dinero en repetir las consabidas consignas que ni entretienen, ni sorprenden, ni conmueven, ni interesan. Totalmente desaprovechada y fallida. Prescindible.
Confundir lo novedoso y rompedor de los años sesenta (en Europa, en el mundo) con la naftalina rancia del régimen franquista es no haber salido del patio de casa y pretender hacer discursos solemnes de sociología y humanidad, citando algunos poemas sobados y enunciando alguna grosería chabacana con olor a incienso como si el mundo sólo existiera a través de esta cortedad de miras y parquedad conceptual. No hay peor ciego que el que lleva anteojos ideológicos y resulta penoso que encima pretendan dictar cátedra de una época y un momento que ni conocen si saben apreciar, condenando de antemano a los herejes y encumbrando a los resentidos perdedores.
No hay nada de vida, ni de verdad, ni de ternura, ni de compasión en la mirada del guionista y director y eso se nota y deja al espectador deseando que la película llegue a algún puerto, alcance algo de lo que se propone, pero todo se queda en agua de borrajas y otra oportunidad desaprovechada. No llega a dar pena, pero resulta muy cansado que se gasten dinero en repetir las consabidas consignas que ni entretienen, ni sorprenden, ni conmueven, ni interesan. Totalmente desaprovechada y fallida. Prescindible.
13 de septiembre de 2015
18 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desvivirse por los demás y que todos te den por descontado… pocas veces se ha retratado tan bien, con tal primor y amor al detalle cotidiano la perseverancia entregada, la inmensa ternura de una madre abnegada, sacrificada, trabajadora y ausente, que dejó a su hija, allá en el pueblo, al cuidado de una amiga para poder sacarla adelante entrando como empleada doméstica al servicio de una familia burguesa adinerada y pudiente de la gran ciudad. Hablamos de Brasil y si bien reproduce con verosimilitud y calado una realidad local, esta historia ha ocurrido en muchos lugares y en muchas épocas de similar forma y personajes análogos. Tiene una validez universal.
Al servicio de los demás. Con paciencia, callado desprendimiento, renuncia expresa a los placeres cotidianos para poder ofrecerle a los demás una atención, un cuidado, un acompañamiento sin huecos ni fisuras, sin desfallecimientos ni olvidos. Vivir para los demás y encontrar como válvula de escape a tanto amor al hijo de la casa a quien ella cría como un hijo propio. Como trasunto de su alejada y distante hija que no comprende su ausencia, no entiende su lejanía, no comparte su visión del mundo ni su escala de valores. Y que crece extraña, ajena, con una ilusión sin servidumbres ni ataduras, con una cotidianidad que no por saludable tiene mucho de ceguera voluntariosa de la realidad y de los sacrificios que implica mandarle un dinero a casa todos los meses del año.
Pero el amor y la abnegación no implican ofuscamiento de la mente ni extravío de la voluntad. Cuando hay un motivo para retomar la convivencia o ponerse – de nuevo al servicio – a apoyar a su hija en su difícil encrucijada vital, no lo duda y aunque pocas veces se ha movido por el propio bien, le mueve ahora el llamado de la sangre, del amor postergado, de tantos años de renuncia, sueños y quimeras. Dar el paso para liberarse implica decir a tiempo un no y abrazar a pecho descubierto un sí, con la vulnerabilidad a flor de piel y al amor como estandarte. Sacar adelante desde la cercanía y en un acto de voluntad suprema marca la libertad de una mujer que nunca ha ido libre ni ha vivido como tal.
Quizás demasiado blanda y esquemática, algo simplona y de una ñoñería tópica y estereotipada, pero en todo caso eficaz, se ve con sumo agrado y simpatía y reconforta comprobar que en todo momento podemos tomar las riendas de nuestra vida. Solo hace falta dar un paso. Y chapotear.
Al servicio de los demás. Con paciencia, callado desprendimiento, renuncia expresa a los placeres cotidianos para poder ofrecerle a los demás una atención, un cuidado, un acompañamiento sin huecos ni fisuras, sin desfallecimientos ni olvidos. Vivir para los demás y encontrar como válvula de escape a tanto amor al hijo de la casa a quien ella cría como un hijo propio. Como trasunto de su alejada y distante hija que no comprende su ausencia, no entiende su lejanía, no comparte su visión del mundo ni su escala de valores. Y que crece extraña, ajena, con una ilusión sin servidumbres ni ataduras, con una cotidianidad que no por saludable tiene mucho de ceguera voluntariosa de la realidad y de los sacrificios que implica mandarle un dinero a casa todos los meses del año.
Pero el amor y la abnegación no implican ofuscamiento de la mente ni extravío de la voluntad. Cuando hay un motivo para retomar la convivencia o ponerse – de nuevo al servicio – a apoyar a su hija en su difícil encrucijada vital, no lo duda y aunque pocas veces se ha movido por el propio bien, le mueve ahora el llamado de la sangre, del amor postergado, de tantos años de renuncia, sueños y quimeras. Dar el paso para liberarse implica decir a tiempo un no y abrazar a pecho descubierto un sí, con la vulnerabilidad a flor de piel y al amor como estandarte. Sacar adelante desde la cercanía y en un acto de voluntad suprema marca la libertad de una mujer que nunca ha ido libre ni ha vivido como tal.
Quizás demasiado blanda y esquemática, algo simplona y de una ñoñería tópica y estereotipada, pero en todo caso eficaz, se ve con sumo agrado y simpatía y reconforta comprobar que en todo momento podemos tomar las riendas de nuestra vida. Solo hace falta dar un paso. Y chapotear.
14 de diciembre de 2017
16 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Son muchos los llamados, pero pocos los elegidos… La comedia es un género más difícil y esquivo, porque parece sencillo hacer reír, pero se antoja un cometido ingrato y tortuoso cuando se falla en el empeño, ya sea quedándose sin el premio de la ansiada risotada o provocando indecorosos bostezos e incluso sentimientos de vergüenza ajena. Por ello, resulta encomiable el empeño voluntarioso y la insistencia desinhibida de Álex de la Iglesia por la comedia en cualquiera de sus vertientes: el esperpento, la parodia, el enredo, la bufonada, el delirio, etc. Y por bien o regular que lo haga, casi siempre resulta interesante y entretenido, quizás porque conoce como ninguno los más secretos e insondables mecanismos del tinglado.
Y estamos ante un innegable acierto, lleno de fuerza, gracejo, brillantez, agudeza y chispa que contagia la risa y el buen humor casi desde el inicio y que no se permite desfallecer durante su breve, frenético y sabroso metraje. La situación única se vuelve un festín para el espectador, que asiste agradecido a una cascada de carcajadas, sonrisas y muecas de satisfacción que consiguen disimular la mínima enjundia de la trama (que no es sino un pretexto), centrándose en ofrecernos un desternillante catálogo de tópicos, lugares comunes, trivialidades y artificios que funcionan como un engrasado reloj de precisión, sin tiempos muertos ni digresiones, sin olvidarse en ningún momento que sólo pretende hacernos sonreír o troncharnos (según la inclinación y gusto de cada cual) y lo consigue sin falsos disimulos ni remordimientos pedestres.
Aunque se basa en una reciente película italiana, la cinta evoca lo que antaño se denominó la ‘comedia madrileña’, puro estallido de humor castizo y cañí pero no exenta de cierta malicia endiablada, iconoclasta y norteña, sacándole punta a todos sus personajes, por romos o planos que nos pudieran parecer a simple vista. El colmillo retorcido de su director y coguionista nos permite disfrutar de la escabechina blanca y sin aderezos que despliega un inteligente y conciso guión trufado de picardía y aderezado con sorna, aunque la historia sea más simple y banal que el mecanismo de un chupete. El acierto está en centrarse y exacerbar su desaforado ritmo que nos obliga a obviar cualquier reserva que pudiéramos tener.
Para ello cuanta con uno de los mejores repartos corales de la reciente cartelera española, mereciendo destacarse entre todos ellos a Belén Rueda, Ernesto Alterio, Juana Acosta y Dafne Fernández, aunque todos ellos brillan con descarado aplomo y alborozado encanto. El que quizás alguno de nosotros nos podamos ver retratados en lo que se cuenta, añade un extra de astucia, regodeo y picante al manjar. Regocijante.
Y estamos ante un innegable acierto, lleno de fuerza, gracejo, brillantez, agudeza y chispa que contagia la risa y el buen humor casi desde el inicio y que no se permite desfallecer durante su breve, frenético y sabroso metraje. La situación única se vuelve un festín para el espectador, que asiste agradecido a una cascada de carcajadas, sonrisas y muecas de satisfacción que consiguen disimular la mínima enjundia de la trama (que no es sino un pretexto), centrándose en ofrecernos un desternillante catálogo de tópicos, lugares comunes, trivialidades y artificios que funcionan como un engrasado reloj de precisión, sin tiempos muertos ni digresiones, sin olvidarse en ningún momento que sólo pretende hacernos sonreír o troncharnos (según la inclinación y gusto de cada cual) y lo consigue sin falsos disimulos ni remordimientos pedestres.
Aunque se basa en una reciente película italiana, la cinta evoca lo que antaño se denominó la ‘comedia madrileña’, puro estallido de humor castizo y cañí pero no exenta de cierta malicia endiablada, iconoclasta y norteña, sacándole punta a todos sus personajes, por romos o planos que nos pudieran parecer a simple vista. El colmillo retorcido de su director y coguionista nos permite disfrutar de la escabechina blanca y sin aderezos que despliega un inteligente y conciso guión trufado de picardía y aderezado con sorna, aunque la historia sea más simple y banal que el mecanismo de un chupete. El acierto está en centrarse y exacerbar su desaforado ritmo que nos obliga a obviar cualquier reserva que pudiéramos tener.
Para ello cuanta con uno de los mejores repartos corales de la reciente cartelera española, mereciendo destacarse entre todos ellos a Belén Rueda, Ernesto Alterio, Juana Acosta y Dafne Fernández, aunque todos ellos brillan con descarado aplomo y alborozado encanto. El que quizás alguno de nosotros nos podamos ver retratados en lo que se cuenta, añade un extra de astucia, regodeo y picante al manjar. Regocijante.
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