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España España · Madrid
Críticas de Servadac
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Críticas 359
Críticas ordenadas por utilidad
4
27 de marzo de 2008
107 de 203 usuarios han encontrado esta crítica útil
EL EMPERADOR: Anakin, ¿te pasarías al lado oscuro?

ANAKIN: No sé, es que me da cosa.

EL EMPERADOR: ¡Venga, hombre, que es lo más!

ANAKIN: No sé si debo.

EL EMPERADOR: ¡Pero si ya sabemos que al final te pasas!

ANAKIN: Pues ahora no me paso.

EL EMPERADOR: Jo, tío, con las ganas que tengo de que seas tú mi joven aprendiz.

ANAKIN: ¡Anda, zalamero!

EL EMPERADOR: ¡Te mostraré el poder del reverso tenebroso!

ANAKIN: ¡Las manos quietas, sobón!

EL EMPERADOR: Bueno, ¿te pasas o qué?

ANAKIN: Que no.

EL EMPERADOR: ¡Venga!

ANAKIN: No.

EL EMPERADOR: ¡Por fi!

ANAKIN: Vale, me paso.
Servadac
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7
27 de noviembre de 2006
37 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yo no sé si el bueno de Fritz era más afín a la psique del inspector Lohmann (uno de los mejores ejemplares del género detectivesco que yo recuerde) o a la del doctor Mabuse (una mente criminal, megalómana y de alta precisión), pero el caso es que al director alemán le fascinaba bucear por los oscuros cerebros de esos seres a caballo entre la aberración genial y la simple locura homicida.

En esta penúltima entrega de la saga de Mabuse, Lang añade un original ingrediente en forma de testamento literario a la historia del célebre doctor. El principio podría considerarse perfecto, si no fuera por la estridencia insoportable del sonido. Y luego, pasada la primera media hora, todo se nos antoja demasiado obvio y la película decae, entre chispazos de genio y escenas que bordean peligrosamente lo ridículo (esas apariciones espectrales, ay; el hombre detrás de la cortina; algunos personajes de opereta; el agua que abre un hueco en la tarima…). El espectáculo resultante entretiene, apenas inquieta, no espanta ni conmueve. Ver sin ser visto, el miedo y la demencia, la confrontación de dos mentes analíticas, la idea de utilizar una misma celda del manicomio para los sucesivos inquilinos que la necesitan, todo eso está la mar de bien. En cuanto a las supuestas dotes premonitorias de Fritz Lang sobre lo que vendría a ser la atroz política de Hitler, creo que se han exagerado en demasía. El doctor Baum es, en efecto, un nazi convincente, pero yo no me atrevería a ir más allá.

Dejando al margen la devoción de Lang por la teratología, me quedo con la intriga que no intriga y entretiene.
Servadac
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6
30 de noviembre de 2006
25 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rohmer, Éric Rohmer o el arte de la transparencia. De la sencillez bien estudiada. De la naturalidad. De la alergia al efectismo y sus oscuras servidumbres. De la querencia por actores desmañados -no tanto por ellos mismos como por lo que el director les solicita-, tan cercanos y creíbles.

Sin embargo, en esta ocasión, la receta no funciona por falta de sal y exceso de levadura adolescente. André Dussollier da muy bien el papel de incómodo perenne, aunque le falta atractivo. Béatrice Romand está lejos, lejísimos de ser mi actriz preferida; le sobran pelos (en el cuerpo y en la lengua) y le falta encanto femenino; no maneja bien las inflexiones de la voz (cuando habla por teléfono, al otro lado de la línea está el vacío) y sólo me convence en ciertos arrebatos de ternura. Arielle Dombasle es rubia, guapa y bien plantada, pero no encaja en esa cháchara de niña de colegio.

La estructura del espléndido edificio de Comedia Humana (con mayúsculas y sordina) que constituye el cine de Rohmer apenas sufriría si se obviara este pequeño ladrillete.

Lo dicho, que sobra levadura en el registro adolescente y falta algo de sal en el aliño.
Servadac
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1
3 de diciembre de 2012
19 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
‘La leggenda di Kaspar Hauser’ es una comedia del absurdo. O quiere serlo. Pretende ser graciosa, original, iconoclasta. Y sólo es aburrida. Se hace incómoda y eterna, como un tacto rectal o una colonoscopia.

Si te asomas a ella, encontrarás cutrez a espuertas y litros de surrealismo bobo –del otro, del inteligente, no hay ni rastro–. Una dirección sin pulso ni talento. Escenas alargadas hasta diluir cualquier amago de sonrisa –en el humor, el tempo es esencial–. Una fotografía en blanco y negro que no aporta nada. En fin, un canto al vídeo hortera de Youtube.

Encontrarás a una señora casi plana interpretando a Kaspar Hauser (un muchacho que parece una versión descafeinada de aquel Neng de Castefa que acompañaba a Buenafuente), a Vincent Gallo en un doble papel calamitoso, a un señor con bocio reclutado por un Javier Cárdenas cualquiera, a una jamona que recuerda con su baile a la Sabrina que, en tiempos, deleitó en la nochevieja rancia y patria con sus ubres ondulantes…

El Neng, Cárdenas, Sabrina… sólo me salen referencias de telebasura (más o menos felices, pero ninguna de ellas perdurable). Y es que Davide Manuli ha equivocado aquí el formato: para un sketch sí daba el material, pero una peli entera…

Me sabe mal no ser capaz de ver algo interesante en esta cinta: un plano, un personaje, un chiste o una idea. Un producto así no es exportable. No comprendo que se exhiba más allá del ámbito doméstico del director. Es increíble que el MiBAC (Ministero per i Beni e le Attività Culturali) haya puesto dinero para una cosa como ésta.

Si la ves, encontrarás que es un producto efímero e inane. La olvidarás tan pronto como salgas de la sala –su vacuidad, al menos, no causa daños permanentes–. Es sólo una humorada entre colegas.

Lamento ser tan negativo, pero lo gamberro no basta para hacer una obra digna.

No encontrarás en este bodrio un átomo de cine.



[Texto publicado en cinemaadhoc.info]
Servadac
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4
8 de diciembre de 2014
17 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estos últimos días ando inmerso en dos actividades culturales paralelas: la lectura de una selección de textos de Azorín, en el libro titulado 'Libros, buquinistas y bibliotecas', a cargo de Francisco Fuster; y un ciclo de seis filmes del taiwanés Hou Hsiao-Hsien, en el Círculo de Bellas Artes.

No imagino dos actividades culturales más diversas y, sin embargo, observo que ambas se entreveran en mis días de cinéfilo y lector. Me explico. Leo en Azorín:

“¿Cómo podemos graduar, apreciar, definir, la impresión que nos produce una lectura? Se tiene generalmente en cuenta el libro, no se tiene en cuenta, las más de las veces, la 'receptividad cerebral', es decir, un mundo de circunstancias sutiles, indefinibles, relativas a nuestro estado orgánico –psicológico, patológico– y al 'momento' de la lectura, y que son precisamente los que hacen que amemos un libro o que lo detestemos.”

Luego concluye:

“Cuando de tantas etéreas, sutiles contingencias depende la impresión que produce la lectura, ¿cómo echaremos sobre un libro una sentencia definitiva, inapelable, después de una primera lectura?”

Añado yo que, al menos, la lectura de un libro sí puede detenerse, dejarse, retomarse. Uno puede adaptar el ritmo de lectura a sus biorritmos cerebrales, corporales, de sueño, lucidez o de cansancio. Podemos volver más adelante a un pasaje oscuro o intuido entre las brumas de la somnolencia. Somos dueños del freno y la velocidad.

En cine –en cine, no en el proyector de casa, ni en la tele o el ordenador– el ritmo nos viene impuesto desde fuera. No podemos adaptar el visionado a las sutiles contingencias personales a que alude Azorín en los fragmentos que acabo de citar. Por tanto, ¿cómo echaremos sobre una película una sentencia definitiva, inapelable, después de un solo visionado?

Hou Hsiao-Hsien y Azorín comparten la afición por divagar. El uno por medio de la imagen; el otro de palabra. La acción no es el fuerte de ninguno de ellos: huyen de las grandes peripecias y tienden a fijarse en lo concreto. Hasta ahí sus puntos en común.

'Aquellos días de juventud' se me hizo larga. Hay en ella propósito de estética, una curiosa mezcla de Ozu, low-cost chino y nouvelle vague. La veneración del taiwanés por Ozu –en voluntad de estilo, posición de cámara y encuadres– resulta transparente. Pero la pausa de Ozu es un milagro inigualable. Hou Hsiao-Hsien, a buen seguro, sabe lo quiere. Aunque lo que consigue no me agrada.

Aquí las bofetadas (con sabor a parodia) se reparten por doquier. Los dramas –diminutos– se observan con distanciamiento no brechtiano. Los personajes se van… y no se mueven. En fin, la cinta es aburrida. Pensar en ella es más ameno que mirarla.

===

Ya estoy a la mitad del ciclo y Hou Hsiao-Hsien aún no me ha enganchado. Pese a su voluntad de pausa-Ozu y un cierto gusto por lo mínimo. Pese a su manera de observar a través del paso de los trenes. Pese a su forma de narrar, elíptica e "ilógica". Pese a su paradójica sordina enfatizada.

Perseveraré, como buen cinéfilo-Masoch. Y, ¿quién sabe?, tal vez consiga acompasar mis ritmos circadianos al vaivén de este tranvía, estético y estático.

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Cuando concluye una película de Ozu, tenemos la impresión de que TODO ha sucedido. El punto de llegada podría ser el mismo que el punto de partida, y sin embargo, entre ambos puntos, se haya un infinito.

Al concluir 'Aquellos días de juventud' (como en 'Millennium Mambo' y, en menor medida, en 'Un verano en casa del abuelo') tenemos la impresión de que lo sucedido ha sido NADA.

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El padre, con el rostro literalmente abollado por un golpe, es poco más que un vegetal sentado en una silla. Tras su muerte, el hijo lo recuerda –en el porche, junto a la misma silla– en plenitud de facultades. El flashback, blanquísimo, nos pone un nudo en la garganta. Poco después, el recurso se repite. Y el encanto queda roto.



[Texto publicado en cinemaadhoc.info]
Servadac
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