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España España · Madrid
Críticas de Mogwai
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Críticas 35
Críticas ordenadas por utilidad
7
26 de noviembre de 2007
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor de esta película es sin duda el mero hecho de que exista. De Palma le ha echado mucho valor al crear un film que intenta huir de la crítica fácil a la administración Bush y la guerra de Irak para centrarse en la condena de la guerra en sí y de las atrocidades que cometen todos los que participan en ella. El problema es que la película simplemente no funciona como debería. El estilo de falso documental y el montaje con retales de vídeos provenientes de distintos medios es una buena idea que no se explota todo lo bien que se debiera, ya que al final no logra crear la crítica que pretendía contra la labor complaciente de los medios en este conflicto, y la dramatización de la aberración que da pie al guión (la violación y asesinato de una niña de 15 años y el resto de su familia por soldados americanos) es demasiado pueril y desdibujada en muchos momentos, en muy buena parte por esos actores no tan correctos como deberían y los personajes algo desdibujados a los que interpretan.

Parece que, dada la naturaleza tan horrible de lo que cuenta, ha decidido aligerar tanto la narración que al final le ha faltado garra para crear lo que podría haber sido una película excelente. Aún así, tiene momentos realmente buenos (y aterradores) que hacen que su visionado valga la pena. Es tan fallida como necesaria.
Mogwai
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El último imperio
Documental
Países Bajos (Holanda)2015
6,2
159
Documental
8
15 de febrero de 2022
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Event (mejor que El último imperio, nueva castellanización sinsentido) retrata el golpe de estado que el poder en la sombra de la KGB organizó contra la presidencia de Gorbachov y sus reformas en verano de 1991, que no sólo fracasó sino que desembocó en la independencia de las repúblicas soviéticas y la desintegración definitiva de la URSS. El golpe se centró en Moscú, donde los tanques tomaron inicialmente la ciudad; en Leningrado / San Petersburgo la ciudadanía se echó desde el primer momento a la calle para rechazarlo y su gobierno local y regional se pusieron por una vez del lado del pueblo en defensa del sistema legítimo que por entonces se estaba intentando construir en el gigante comunista. Entre tanto, varios estudiantes de la escuela de cine de la ciudad salieron a rodar los eventos. Con cámaras de verdad y película de 35mm, en estricto blanco y negro.

Lo primero que destaca en The Event es ese aspecto visual: acostumbrados como estamos a ver todos los acontecimientos históricos que rodearon la caída del telón de acero con la textura del vídeo (el formato predominante en todas las agencias de noticias de la época), poder ver estos hechos filmados es básicamente un lujo. La belleza de las imágenes y su calidad inmersiva es enorme (los soviéticos sabían hacer propaganda, y la influencia visual de su escuela cinematográfica es impagable). Pero también hace algo más: coge unos hechos que, históricamente, pasaron anteayer, y crea una distancia histórica. Ya no es historia contemporánea sino antigua, un artefacto de otra época totalmente diferente, más solemne, más transcendente.

Y lo segundo que destaca, por supuesto, es el estilo narrativo habitual de Loznitsa. Sus documentales se componen exclusivamente de imágenes de archivo y todos los diálogos son locuciones reales del momento; no hay contexto, narradores o entrevistas, nada que aporte explícitamente enfoque u opinión sobre lo que estamos viendo. Por supuesto, el cineasta lo justifica recurriendo a la objetividad de la imagen y a dejar que esta hable sobre la opinión del autor. Pero el cineasta sabe, sin duda, que cualquier imagen, por muy real que sea, es subjetiva porque siempre lo es, como mínimo, el punto de vista que toma. Y, sobre todo, que el cine tiene una herramienta mágica para crear el relato a través de imágenes aparentemente neutras como estas: el montaje. Y es ahí donde reside el contenido de The Event.

Tras oír el anuncio de los golpistas y la declaración del estado de emergencia la película se centra rápidamente en los ciudadanos: el pueblo rechaza unánimemente el golpe y empieza a trabajar. Montan barricadas, organizan patrullas civiles, diseñan planes de emergencia, aseguran los suministros y protestan contra el atentado. Los carteles son claros: estos golpistas son “fascistas”. Aunque haya alguna referencia al estalinismo, es fascismo el concepto que se usa mayoritariamente durante esta primera parte de la película, por los ciudadanos y por esas autoridades locales y regionales que desde el primer momento se posicionan con su pueblo: el gobierno legítimo es el de Gorbachov, sus reformas son queridas y los golpistas sólo pueden ser fascistas. Deciden instalar su sede provisional en el edificio más emblemático de la ciudad y, de rebote, de probablemente toda la historia soviética (el Palacio de Invierno) y desde allí pasan información regularmente a los ciudadanos, tratan de mantener la calma y el orden y garantizan la seguridad de la ciudad.

Pero el tiempo pasa y crece la incertidumbre: se ha derramado sangre en Moscú, se han avistado tanques en las afueras de Leningrado, Yeltsin ha rechazado el golpe y se ha lanzado a la ofensiva, Gorbachov no dice nada. ¿Han matado a Gorbachov? ¿O está con los golpistas?

El discurso, o el discurso mostrado, empieza a cambiar. Ya no se habla de fascistas sino de comunistas, ya no se habla de reformas sino de refundación del sistema, de mercado, de liberalización. Hay que empezar a pensar en el futuro de la patria ante el colapso de la Unión. De la patria, porque la unión ya no se cita. Se empiezan a lanzar difamaciones contra Gorbachov y su silencio (el presidente soviético estaba retenido por los militares en su residencia de verano, amenazado y totalmente incomunicado) y Yeltsin es el líder a seguir, el único que está intentando parar el golpe (el presidente de la República Rusa, que por entonces era una más de la URSS, había logrado llegar a la casa presidencial rusa y estaba protegido, con contacto con el exterior y haciendo llegar sus mensajes a la ciudadanía sin muchos problemas). En cierto momento aparece un representante eclesiástico junto a los gobernantes (no hace mucha falta recordar aquí la aversión mutua entre comunismo y cristianismo) y se dirige al pueblo. Cae la noche.

Y, de repente, se ve una bandera rusa.

Es el momento de inflexión de la obra y el símbolo sobre el que parece gravitar toda la película. Una vez aparece la enseña nacional independiente ya no hay vuelta atrás: Rusia necesita ser independiente, Gorbachov debe dimitir, el comunismo debe ser abolido. Se equipara el golpe con la toma de ese mismo palacio en 1917 que inició la era soviética. Se retira la bandera roja (impagable la escena del funcionario de turno intentando doblar la gigantesca bandera, bonito símbolo de la inutilidad absoluta de esos trozos de tela pintada) y las palabras dan la puntilla. Hace tiempo que Leningrado (su nombre soviético oficial) se había convertido en Petrogrado (la ciudad de Pedro, el nombre moderno ruso que se dio a la ciudad tras la primera guerra mundial para evitar el germanismo de su nombre clásico) durante los mensajes oficiales del gobierno local; y de repente, en pleno júbilo, el alcalde pronuncia las palabras mágicas: San Petersburgo. El nombre imperial, el retorno al pasado glorioso de la madre patria, el fin de la distopía solidaria y transfronteriza. El inicio del nuevo imperio ruso. Medio millón de puños en alto parecen apoyarlo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Mogwai
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9
5 de noviembre de 2007
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Decían en "Todo sobre mi madre", que sigo reivindicando como uno de los mejores films del cine patrio, que uno es más auténtico cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí mismo. Pues bien, la pobre Hedwig representa el lado oscuro de esa cita. Hedwig es un chaval nacido en Berlín oriental que creció alimentándose de la música que captaba de la radio de una base americana cercana, con predilección especial hacia el glam rock de los primeros setenta. Ha pasado mucho desde entonces, y la pobre Hedwig, que se fue a Estados Unidos a triunfar en la música, está en crisis. Una mujer fallida, una estrella fallida, una amante fallida. Vive obsesionada con un exnovio (Michael Pitt, que sin hacer ruido se está haciendo con una filmografía muy interesante) que tuvo y que, aparte de abandonarla, le robó sus canciones, con las que ahora se ha convertido en un ídolo. Así que Hedwig le sigue, dando conciertos paralelos en locales de mala muerte para intentar ensombrecer la presencia de su traidor y reclamar sus composiciones. Y mientras las presenta, mientras las interpreta y mientras le cuenta batallitas a todo aquel dispuesto a escuchar, Hedwig nos va contando su vida. Desde luego, es una estructura novedosa para este musical que es todo menos convencional, y que se sale de los clichés del género estando más cercana de films como "Velvet Goldmine", también centrado en la brillantina y cuyo director, por cierto, aparece en los agradecimientos del film. La diferencia es que, mientras aquella era una película sobre la música, la que aquí nos ocupa sólo la usa como medio para hablar de la frustración y la necesidad de aceptación del ser humano, a través de un transexual de aspiraciones musicales y de una música que, por cierto, es maravillosa. Está compuesta por un tal Stephen Trask e interpretada por su banda, los Angry Inch del título, con alguna colaboración ilustre como la de Bob Mould. Por supuesto, es puro glam, con esa mezcla de guitarras sucias, rockeras irresistibles y baladas brillantes que suelen abundar en el género de Bowie, que es una vez más la referencia inevitable.

Hedwig and the Angry Inch será durante mucho tiempo objeto de ataque de gente rancia ensimismada en sus prejuicios e incapaces de aceptar la presencia de alguien como Hedwig en la pantalla. Bueno, como diría mi abuela, es su problema. Esta película de Cameron Mitchell tiene algo, pasión, que muy pocas películas de hoy consiguen alcanzar, y que a este le sobra a raudales.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Mogwai
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10
5 de noviembre de 2007
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La discutible voluntad de un marido, la devoción total de su mujer y la opresiva sociedad que la rodea llevan a la pobre buena de Bess a una auténtica espiral destructiva con la que el genio danés intenta mostrarnos lo más bajo y más admirable del ser humano, con la infinita bondad de la joven intentando derrotar a la decrepitud del mundo en que vive. “Rompiendo las Olas” es una de las grandes películas europeas de los 90, mostrando una de las mayores historias de amor vistas en la pantalla (también una de las más duras) llena de fe y esperanza, y teorizando una forma nueva de hacer cine cuya influencia se sigue dejando notar en algunas de las grandes películas recientes. También es cierto que no es una película fácil (sus dos horas y media de duración no ayudan en este aspecto) ni agradable (Von Trier siempre ha sido un poco sádico haciendo sufrir a sus personajes), pero si estás harto de tanto cine prefabricado del que nos viene del otro lado del charco y deseas algo realmente desafiante, esta es tu película. Grandiosa en todos los aspectos.
Mogwai
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El triunfo de la voluntad
Documental
Alemania1935
7,4
5.288
Documental, Intervenciones de: Adolf Hitler, Josef Goebbels
8
24 de agosto de 2022
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Probablemente la película de propaganda más famosa, infame e importante de la historia. Fue un encargo personal de Hitler a Leni (puenteando a Goebbels, por cierto, lo cual no le sentó especialmente bien; al contrario de lo que dicen por ahí, al enjuto ministro de propaganda no le gustó nada la película) y se convirtió en visionado obligado de los niños en el colegio durante la siguiente década. Fue un elemento imprescindible en la fábrica de nazis. Y sigue siendo alabada en parte por sus logros técnicos: nada que discutir al respecto, es una maravilla técnica y estética, llena de imágenes memorables que marcarían escuela y con un montaje quasiperfecto. También es, la verdad, un poco aburrida (al final son dos horas de desfiles, revistas y marchas militares con discursos). Pero me ha sorprendido (y esto hay que cogerlo con pinzas) lo curiosamente poco “ideológica” que es. Apología y glorificación total del nazismo, sí, pero salvo el discurso final de Hitler en la clausura del congreso la realidad es que hay más bien poco contenido político (la mayoría del resto de discursos son breves, simplones y genéricos). Propaganda mal hecha y poca oratoria. ¿Dónde está su poder entonces? En la fuerza bruta. Es una glorificación del nazismo no por la vía de su discurso o sus ideas sino de su poder físico puro: las aglomeraciones de decenas de miles de personas en perfecta sintonía física, las marchas, los gritos, los gestos sectarios, las amenazas, los cañonazos, el mar de banderas, las insignias, las catedrales de luz… el objetivo no era convencer sino fascinar. Y no es de extrañar que lo consiguiese porque, visualmente, sigue siendo una película sencillamente apabullante. El sentido geométrico de Leni Riefenstahl filmando el movimiento las masas es increíble (por cierto, cierto señor barbudo de San Francisco reconoció haberse inspirado en ello para sus propios “storm troopers” de cierto imperio maligno) y la forma de usar el montaje para poner a Hitler en el centro de toda la acción, aun sin hacer nada, aun siendo un fotograma congelado en alguna escena, magistral.
¿Sigue teniendo relevancia hoy en día? Para mí, mucha. Por supuesto está el innegable interés histórico (desde esas imágenes aéreas de un impoluto casco antiguo de Nüremberg antes de los bombardeos o esa arquitectura funeraria megalomaníaca de Albert Speer en pleno esplendor al registro en vivo de personajes tan decisivos en la historia del siglo XX) pero hay, sobre todo, un interés humanista: presenciar de primera mano, y sin ficciones, lo bajo que puede llegar a caer el ser humano. Y, sobre todo, identificar cómo se llega ahí. No es que sea precisamente un gran aficionado a los grandes actos públicos, el orgullo nacional, la cultura identitaria, las exhibiciones militares o el tradicionalismo, pero esta película ayuda a no tocar ni con un palo nada relacionado con lo anterior, a ver sin filtros la absoluta locura de la masa cuando se le da rienda suelta (también llamada “libertad o comunismo”) para actuar dejando de lado los principios morales y la ética individual para ocultar sus crímenes en la mayoría. Es un retrato escalofriante de lo que pasó que radiografía las señales, tan obvias como aparentemente desconocidas, para saber lo que puede llegar después e intentar evitarlo mientras aún estamos a tiempo.
Y, sobre todo y a modo personal, es un registro criminal de sus autores. No sólo de sus responsables políticos o militares conocidos, también de esa señora con bebé en brazos que se acerca a entregar una corona de flores a Adolfito, esa pareja joven que no evita la llorera ante la vista del amado líder, esos niños prepúberes que disfrutan con la autoridad absoluta de juguete que les han dado, esas familias con parálisis muscular en el brazo derecho que abarrotan ventanas y azoteas con entusiasmo infinito. Para los negacionistas, los que exculpan a los que colaboran con el horror porque todo el mundo hacía lo mismo, los que nunca fueron fascistas pero no podían hacer otra cosa, los que no les importa porque al menos saben gestionar, los que miran siempre a otra parte. Ahí los tenemos a todos, inmortalizados con su culpa para la eternidad. La película de propaganda definitiva convertida en el mejor documento para desautorizar a sus responsables. Una película necesaria para tener cautela, para reflexionar, para no dejarnos llevar por el odio. Aunque sea sólo por no quedar retratados así para la posteridad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Mogwai
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