Personalmente he quedado prendado y nunca mejor dicho de este fascinante, emotivo y esclarecedor documental en el que Rossi nos abre las entrañas y nos deja recorrerlas para que seamos participes de lo que se cuece en el interior del MET de Nueva York. Del largo y tortuoso camino que dirían Lennon y McCartney desde que se concibe la idea de una exposición, en este caso de "moda": "China: Trought the Looking Glasses", hasta que se abren las puertas al público. Pongo entre comillas lo de "moda" porque ante el debate que se suscita en el documental sobre si esta es arte y si debería ocupar las galerías en los museos, mi respuesta es sí sin ningún género de dudas.
Las maravillosas creaciones del pasado y del presente en una fusión de culturas entre oriente y occidente que toman como referencia el inmenso legado artístico chino, del que han bebido no solo diseñadores y que el cine a mitificado, se suceden en una puesta en escena museistica sobresaliente al tiempo que el director recorre las bambalinas como uno más del equipo, compartiendo inseguridades y seguridades de aquellos que son responsables y de toda la cohorte de profesionales necesarios para llevar a cabo los eventos. De manera sutil se detiene o presta más atención a dos de ellos: Andrew Bolton y Anna Wintour en un admirable estudio de personajes. Las escenas en soledad de ambos por los recovecos del museo, alejados de las reuniones y decisiones son muy significativas.
Aún le sobra tiempo en hora y media a Rossi para ponernos de los nervios viendo como se acerca ese primer Lunes de Mayo y hasta el último segundo no se terminan los trabajos. Al final la feria de las vanidades da paso al verdadero éxito que son esos 800.000 visitantes que pudieron disfrutar de este evento cultural y convertirlo en uno de los más visitados en la historia del MET. Tampoco se lo pierdan.

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El título bien podría encabezar el de la historia de la humanidad en general. Si uno se pone radical podría tener sentido darle la vuelta a la frase bíblica y decir aquello de: "Mataros los unos a los otros como yo os he matado". Pero sería meternos en camisa de once varas casi como se mete Guédiguian con esta propuesta eminentemente buenista y didáctica que no termina por dar con el tono, los diálogos y los personajes para abordar un tema tan espinoso como las luchas armadas que desembocan en terrorismos indiscriminados, que acaban por perder toda razón y sentido inicial en un intercambio de muertes inocentes por todos los bandos y que inevitablemente están condenados a sucumbir por las ciudadanías que no quieren ser la moneda de ese intercambio.
De padre armenio, el director ilustra el sufrimiento de este pueblo (uno más) que fue masacrado en un intento de genocidio (uno más), en este caso por los turcos que siguen sin reconocerlo y fue ocultado durante mucho tiempo. El cine siempre social y reflexivo de Guédiguian, sencillo desde esa omnipresente Marsella epicentro de todas sus siempre interesantes historias al igual que su gran equipo actoral con su mujer Ariane Ascaride a la cabeza, es una mezcla agridulce y más ahora que se encuentra en la sesentena de los esfuerzos de los más débiles socialmente hablando por buscar mecanismos para encontrar esa libertad, igualdad y fraternidad con que se inflaman las proclamas mientras se dibujan las fronteras.
El metraje pesa, las subtramas se espesan y las buenas intenciones devienen en situaciones muy forzadas escasas de credibilidad. Una patata caliente en definitiva que el director invita a comer a comensales muy diferentes tratando de que ninguno se queme y sin ser capaz de aliñarla con los elementos necesarios para que nos resulte atractiva en su degustación.

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"Rangoon" (2017) me hizo poner el foco en este director hindú de 52 años y su obra. Un cine ecléctico que ha sido premiado tanto en su faceta infantil y juvenil como en las tres adaptaciones que lleva con esta de las obras de Shakespeare, sin olvidarse del trhiller, el fantástico y la comedia. Compositor, director, escritor, productor..., Bhardwaj se atreve con todo con resultados más que notables y por desgracia poco conocidos por nuestros lares. Su narrativa es poderosa, de metrajes extensos donde su faceta como músico siempre encuentra la manera de manifestarse. En la cinta que nos ocupa compone los temas musicales y crea las coreografías, por otro lado siempre muy presentes en el cine hindú.

Shakespeare te lo da todo y sigue más vivo y maleable que nunca. El director después de adaptar Macbeth y Otello, ahora se ha decantado por Hamlet. Pensó en el Rey Lear pero buscaba un personaje para Shahid Kapoor y el príncipe de Dinamarca encajaba mejor. El compromiso de ambos, actor y director con la propuesta llegó al extremo de que ninguno cobró para ayudar en la calidad de la producción. Bhardwaj enmarca la trama en la Cachemira del 95, una tierra que tras la salida británica de la India sigue en permanente conflicto con su identidad como nación, dividida entre las influencias pakistaníes, chinas e hindús. No tiene empacho el director en denunciar la lucha represiva del ejercito de la India para hacerse con el control de la zona y bastante ha conseguido con que la película no haya sido censurada en su totalidad, aunque lógicamente ha levantado polémicas. Al final de la misma intenta contemporizar en los títulos de crédito alabando la labor del ejercito durante las inundaciones que sufrió la región y abogando en general por el perdón con el mantra de que la venganza solo engendra venganza. 

En definitiva una notable adaptación y puesta en escena del bardo inmortal, bien ejecutada e interpretada que anima a recuperar y seguir atentos a la obra de este director indio.

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Lamentable y vergonzosamente haber nacido mujer aún en pleno siglo XXI no es nada fácil en cualquier parte del mundo, si además se es mujer árabe y para colmo pretende elegir libremente su opción sexual, entre otras muchas cosas el asunto no es que pueda, es que tiene consecuencias trágicas para ellas. Los vientos de libertad de la Primavera Árabe en Israel, donde además de lo dicho cuecen habas entre palestinos e israelíes, han propiciado que la directora palestino  israelí de orígenes húngaros, perteneciente al movimiento underground palestino haya podido sacar a la luz a estas tres mujeres a las que dan vida espléndidamente sus actrices para denunciar sin estridencias y con un ligero barniz de comedia la situación angustiosa por la que están pasando, consecuencia de fuertes tradiciones patriarcales, machistas, bendecidas por la religión de turno que no hacen otra cosa que cosificar a la mujer y convertirla en esclava del varón o de cualquier interés ajeno a su propia felicidad. A sus ojos, como las hijas de Elena, tres eran tres y ninguna era buena.

Maysaloun ha sido valiente al igual que todo el reparto, han gritado como muchos de los jóvenes de su generación: !Kefaya! (!Basta!) y han ejercido su libertad creativa aún a costa de los riesgos incluso personales que ello conlleva, sabiendo que una de las múltiples funciones del cine es el de ser espejo de la realidad y despertar conciencias. Las reacciones tanto a favor como en contra no se han hecho esperar. Toda la cinta está impregnada de un feminismo bien entendido que no distingue de clases sociales ni credos religiosos. Un nuevo cine palestino que aparca el conflicto político y baja a pie de calle.

Pero más allá de sus consideraciones de fondo, la película goza de un ritmo ejemplar y una mirada sugerente y prometedora como debut en el largo de su directora con un uso de la luz y la música notable para crear la atmósfera opresiva,  (la amenaza latente sobre estas mujeres ya la quisiera "El cuento de la criada") al tiempo que surgen las fisuras por donde se vislumbra, aún distante, la libertad. Sabe Maysaloum embridar el drama, dar pinceladas de ligereza y rematar con esa mirada a tres bandas final que transmite que aún queda mucho camino por recorrer. Esperemos que nos lo siga contando tan bien en las dos siguientes partes de la trilogía que anuncia su directora. 

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Los monstruos siempre han estado ahí. Forman parte de nuestra propia existencia. La concreción de nuestros propios miedos y fobias que en alardes de imaginación hemos creado y desarrollado en una paradójica relación de amor y odio, de miedo y fascinación. El cine y su magia los hicieron "realidad" durante unos minutos en los que atrincherados en nuestra butaca podíamos realizar la catarsis de convivir con ellos momentáneamente sin peligro por el precio de una entrada. Profesionales adultos que nunca dejaron de ser niños desarrollaron técnicas para que lo soñado aunque fueran pesadillas cobraran "vida" y nos hicieran pasar un buen mal rato. La historia de algunos de ellos y su trabajo es el homenaje más que otra cosa que los directores Penso y Poncet les dedican, dejandoles hablar (a veces demasiado), para que muestren su pasión y también su decepción por una profesión que ha quedado arrinconada ante las nuevas tecnologías digitales en las que otros niños grandes siguen jugando con nuestros sueños.

Directores y artesanos nos hablan con nostalgia y orgullo de sus creaciones que van desfilando por la pantalla descubriendo algunos de sus secretos. Cada una de ellas es un hijo muy querido que ha sido parido con amor y mucha paciencia ya sea a través del maquillaje, las máscaras, los muñecos de goma, la animatrónica o una mezcla de todo ello en un proceso arduo y laborioso que ha ido evolucionando al tiempo que mejoraban las técnicas y los materiales.
Obviamente el documental se quedará corto para aquellos más duchos en la materia pero es una apasionante puerta abierta a un mundo fascinante para todos los demás. Al final esta maravillosa profesión en peligro de extinción digital reflexiona sobre la necesidad de seguir cohabitando y desarrollándose con las nuevas tecnologías cubriendo los huecos en las que estas últimas no llegan como es la relación directa con el actor. Siempre y cuando este no acabe también por ser engullido por ellas en aras del beneficio económico de los que solo ven industria y negocio donde hay ilusión.

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