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España España · Málaga
Críticas de Isildur
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Críticas 60
Críticas ordenadas por utilidad
7
18 de agosto de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Elizabeth Taylor y su marido, sus cuñados y los hijos de estos esperan el regreso de Big Daddy, el abuelo de la familia. Todos conviven bajo el techo de la mansión sureña del gordo ricachón en vistas a celebrar su cumpleaños con las buenas noticias de que sus problemas médicos, que lo amenazaban con la muerte, han quedado en un simple colon irritable. En este contexto, nada más empezar, uno de los sobrinos políticos de la Eli le tira una bola de helado a los pies. La Eli le responde refregándole otra en toda la cara. Zas. Con esto tengo claro ya una cosa, La gata sobre el tejado de zinc no es el típico drama mojigato de Hollywood: tiene mala leche. No nos engañemos, no está exenta de cierto rollo teatrero y es bienqueda hasta el pelo de la Taylor que vuelve a estar excelentemente peinado un minuto después de que le llueva medio Katrina, pero sabe manejar un excelente juego de desprecios, mentiras y reproches, de ironías, retintines y besos envenenados lanzados al aire. Es la hipocresía de un estilo de vida caduco la que irrita los cólones de la gente. Y yo me lo paso pipa con Paul Newman pegando muletazos a todo el que se le arrima o con la vieja revenida diciendo que no confía en la gente que no bebe. Un pasote.
Isildur
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7
18 de agosto de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Catherine Deneuve de joven o Salma Hayak en rubia hace de muchacha belga que vive con su hermana en Londres. Trabaja en un salón de belleza cortando uñas y es una mojigata de la vida con mirada perdida. Carol, que así se llama la moza, sufre de misandria, odio, aversión, rechazo, repulsión o repugnancia a los seres humanos con pito. Esta misandria (del griego μῖσος, μῖσους, odio, y ἀνήρ, ἀνδρός, varón; que se noten los seis años de griego) le hace rechazar a todo macho que se le acerque, desde el mozo que la pretende hasta el amante de su hermana que invade su hogar cada vez que chingan. Pero a pesar de ello, no está exenta de deseo sexual por los hombres, por lo que acaba por no tener otra salida más que la locura. Y todo esto, según se sugiere con gran sutileza, le viene de un trauma infantil. Si no es tema esto para que Polanski, el maestro del terror psicológico, te saque de ahí un peliculón, no es tema para nadie. El tío te muestra progresivamente el desgaste mental de la protagonista con pasajes oníricos y surrealistas y conejos muertos y putrefactos hasta que a la rubia le da por empezar a utilizar el pincho. No es redonda, pero para ser un Polanski primerizo ya tiene toda su potencia. Una chulada.
Isildur
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9
18 de agosto de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una época de paz en el Japón del siglo XVII los samuráis empobrecidos acuden a los castillos para chantajear a los señores feudales: si no reciben limosna, se abrirán las tripas en canal delante de sus puertas. Tsugumo, en cambio, solicita el seppuku para poder recibir una muerte digna de un samurái, no sin antes contar su historia. En Harakiri Kobayashi realiza toda una vivisección del código de honor del guerrero, cuya incoherencia deshumanizadora queda a la vista aún más al ambientarse en un periodo sin conflictos bélicos: el honor del guerrero está unido a la lucha, y si no puede luchar, ha de morir. Pero cuanto más insisten los poderosos en el seguimiento de ese código, más se permiten subvertirlo a su antojo: Kobayashi, pues, realiza tanto una crítica del dogma como de la hipocresía de quienes lo promulgan. Y todo presentado con una elegancia superlativa en cuanto a encuadres y movimientos de cámara, con un expresivo blanco y negro y con un hábil uso del flashback que permite jugar con las expectativas argumentales. De no ser porque en algún plano se le ha visto el cartón a las pelucas me creería si me dijeran que la rodaron antes de ayer. Vamos, me ha parecido un auténtico pasote, a mí, que creía que me aburriría tanto que acabaría practicándome el harakiri no ya con espadas de acero, ni siquiera de bambú, sino con las de plástico malo que venden en las ferias. Magistral.
Isildur
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10
20 de junio de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hablar de Pulp Fiction es hablar de palabras mayores. Estamos ante una de las obras clave de los 90, una película de culto que rompió moldes y creó toda una escuela de imitadores. Vamos, que es un puto clásico moderno. Pero, realmente, ¿por qué tanto alboroto? La verdad es que siempre me ha costado explicarlo. Recuerdo de hecho que cuando la vi por primera vez no me mató, era en plan “Reservoir dogs es mejor”, pero sí que me pareció chula. Y “chula” es la palabra que siempre he utilizado para definir a esta película, tanto en el sentido de que es guay (un juicio no tan subjetivo como podría parecer) como en el de que no le falta su toque de arrogancia tarantiniana, sin duda siempre necesario en el cine del tito Quentin. Porque Pulp Fiction es una película en la que cada secuencia, cada escena, cada plano, cada diálogo, cada frase, cada palabra, cada taco, cada canción, cada baile, cada gesto de los actores, cada escenario, cada jodido elemento de la utilería, es chulo. Y lo chulo se revaloriza y se intensifica con cada visionado, no deja de ser chulo con el tiempo, y el hecho de ser chulo lo hace más chulo todavía, por lo que la película acaba saliéndose de los cánones de lo estrictamente cinematográfico y pasa al plano de las más altas creaciones de la humanidad por ser simplemente eso, chula. Con Pulp Fiction se le concede valor artístico a lo chulo. Y es por eso que Pulp Fiction me parece una jodida obra maestra. Ea.
Isildur
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4
16 de agosto de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Studio 54 es el caso perfecto de canción que se come viva la película en la que sale. Confieso que desconocía completamente la existencia de esta película, y al Tato le pregunté y a él tampoco le sonaba, así que fíjate tú. Es más, pongo la mano en el fuego por que en las cien veces diarias que ponen el If you could read my mind en Melodía FM los locutores tienen que mirar la chuleta para refrescar el título de la película. Ser un filme poco conocido no tiene por qué restarle valor al mismo, hay muchas joyas ignoradas que merecen ser descubiertas y reivindicadas, pero Studio 54 definitivamente no es una de ellas, y es que es más bien bisutería de los chinos. El protagonista es más soso que el palo de un polo, y su trama de “descubro un mundo nuevo que me gusta y quiero realizarme a través de él aunque sea un tanto sórdido” no tiene ni chicha ni limoná, se limita a lo básico y el guión tiene la inútil habilidad de sortear o de pasar muy por encima los conflictos morales más interesantes (aunque parece ser que en la sala de montaje hubo más tijeras de las que deberían). Y quizás no conecto con su efusiva nostalgia porque más que de discotecas soy de garitos donde sirvan cerveza barata, rock y oscuridad, a lo el Winchester de Zombies party, ¡esa película sí que molaba! Y los zombis daban menos grimilla que Mike Myers.
Isildur
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