Sonrojante por mala, boba y sin gracia. Tiene cinco primeros minutos atractivos y después pasa, sin solución de continuidad, del aburrimiento al bochorno y viceversa. Para colmo, este desatino se hace largo como un día sin pan. Lo único que se salva es el vestuario de la bella Analía Gadé, que ya que hace el ridículo más absoluto en esta película infame al menos luce palmito. En fin, otro dislate más en la ya dilatada historia de las pésimas adaptaciones de las obras del enorme Jardiel Poncela, al que, sin duda, no han sabido captar ni entender casi todos los que han tenido el valor de pisotear su legado.

Gran obra de Edgard Neville. La distinguida Conchita Montes (su pareja en la vida real) encarna a Mercedes, joven viuda de un sinsubstancia, que regresa a Madrid después de guardar el luto. En el tren conoce a una supuesta adivina, que como nota particular, no ve el futuro, sino lo que la vida de una persona podría haber llegado a ser si hubiera tomado otro camino. Y así, veremos lo que habría sido de Mercedes si, simplemente, hubiera tomado un taxi diferente en una tarde de lluvia...

Además del destino y/o los azares de la vida (no siempre son lo mismo... véase el mágico final) se retrata, entre divertidas situaciones, a la sociedad burguesa de provincias de la época, con su cerrazón e hipocresía, sus cotilleos y prejuicios. Me encantaron los diálogos y qué bien dibujados están los personajes principales, contraponiendo al marido de Mercedes, hombre bobo, cansino e impertinente al otro que pudo ser: atractivo, atento y encantador. La propia protagonista femenina es muy representativa de lo que era en realidad Conchita Montes: mujer moderna, aguda e inteligente.

Me subió el orgullo patrio hasta cotas elevadísimas, comprendiendo que tantas comedias románticas actuales de medio pelo palidecen ante tan notable película española de hace no sé cuántas décadas.

Quién no ha visto alguna vez la mítica escena de Moisés separando las aguas... pero cuántos en realidad habrán visto la película completa. Yo era de estos últimos y tenía curiosidad, pero nunca encontraba un rato o no me apetecía, mas todo en la vida tiene su momento y ese fue el pasado Jueves Santo. Me encontré una historia que era bastante diferente a la que creía. Y es que sí, se narra el Éxodo con la figura de Moisés como principal, pero con una serie de elementos que lo alejan bastante de la literalidad de gran parte de lo dispuesto en las Sagradas Escrituras, siendo así que el asunto religioso se da a pinceladas, teniendo un papel más destacado sólo en el último cuarto de la cinta.

Sin duda para dotar a la historia de un carácter más comercial el guión presenta una trama inventada de pasiones, envidias y luchas de poder protagonizadas por el triángulo Moisés-Nefertari-Ramsés II (ni siquiera estos dos últimos están identificados en la Biblia). A través de suntuosos decorados y exquisito vestuario el espectador no puede sino rendirse a la ambientación del antiguo Egipto. El despliegue de medios técnicos y la majestuosidad de algunas escenas es arrolladora (personalmente me resultó alucinante la salida de los hebreos de Egipto) así como la categoría de la terna principal. El resultado es grandioso, espectacular y lo más increíble: entretenido durante las casi cuatro horas que dura. Merecida fama le adorna.

Sin ser tan brillante como "Pijama para dos" esta historia de los líos que monta un hipocondriaco es también muy divertida y gustará a los amantes de la alta comedia. Bonitas casas, fantástica ropa, personajes guapos y educados... Un placer verla y disfrutar con las situaciones de enredo que plantea, destacando el gran Tony Randall, que nuevamente como amigo de la pareja protagonista hace un personaje sumamente cómico que, para mí, se merienda a los otros dos.

Moraleja: nunca escuche usted a otro hablar por teléfono.

Eso llevo preguntándome desde que la vi, porque me gustó tanto quería resaltar bastantes cosas. Sin embargo a estas alturas supongo que se habrá dicho casi de todo y prefiero centrarme en la sensación principal que me causó y es la energía y animosidad que despliega el protagonista. Un Will Smith en verdadero estado de gracia encarna un personaje que, a pesar de las penosidades a las que se va enfrentando, jamás se lamenta ni se queda sentado en un rincón. Él continúa hacia adelante, dando todo lo que puede para enfrentar y solventar su situación. Su naturalidad y simpatía me cautivaron tanto como las escenas con su hijo; incluso en alguno de los momentos cumbre me hizo evocar la celebrada "La vida es bella". Esta película me parece tan inspiradora que sólo me queda decir que nadie debería dejar de verla.