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Críticas de antonalva
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Críticas 487
Críticas ordenadas por utilidad
8
25 de noviembre de 2018
104 de 117 usuarios han encontrado esta crítica útil
O bien: ‘Dime de qué presumes y te diré de qué careces’. Ya lo dejó escrito el novelista decimonónico Alphonse Karr: ‘Todo hombre tiene tres variedades de carácter: el que realmente tiene; el que aparenta, y el que cree tener.’ Es decir, estamos ante una obra que, si bien parece que nos brinda la exploración de un personaje que se desvive por ayudar a los demás, en realidad nos ofrece la radiografía de un ser incapaz de ayudarse a sí mismo y vive atormentado por la culpabilidad y la frustración. Todo ello oculto tras el ropaje de un conciso thriller sobre el asfixiante rapto de una mujer por su exmarido maltratador. Y si ‘las apariencias engañan’, entonces debemos estar atentos para atar los cabos sueltos que se van desvelando ante nosotros porque, como dijo ya en el Renacimiento Nicolás Maquiavelo: ‘Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos’.

El título original, Den skyldige, nos anuncia: hay un culpable. Pero aún desconocemos a qué infractor se está aludiendo y deberemos aguardar el desarrollo de la acuciante trama para saber de qué va todo el embrollo, sin dejarnos confundir por la urgencia de lo inmediato y sin despistarnos, porque los prejuicios son cegadores… Y ‘quién esté libre de pecado, que tire la primera piedra’. Una llamada nocturna al servicio de emergencias 112 desencadena la intriga. Y otra llamada – no sabremos nunca a quién e ignoraremos su contenido – la cierra. Entre ambos hitos se despliega la vertiginosa crónica de un secuestro. Nunca veremos a la víctima ni a su verdugo, ya que permanecerán en un angustioso fuera de campo visual, del que tan solo nos llegarán palabras de congoja. Y serán las distintas voces que escuchamos las que hagan avanzar la acción hasta su desenlace.

Decir que el debutante director y coguionista hace trampas (u oculta información) es no darse cuenta de que estamos asistiendo a la dolorosa toma de conciencia y expiación de un crimen, que, como es habitual, permanecerá invisible a nuestros ojos. Porque, si somos avispados, se nos proponen dos relatos: el aparente y el real. El imaginado y el oculto. Queriendo resolver, contrarreloj, un apremiante crimen que se nos dice que se ha producido nos hace olvidar lo que con diáfana claridad estamos viendo: a un arisco y chulesco policía extralimitándose en sus atribuciones, embravecido por sus ansias de demostrar que sabe más que los demás y que es el único capaz de ayudar a la perjudicada. Asumiremos sus interpretaciones y desearemos que logre su vindicación.

Pero la verdadera historia permanece en todo momento perfectamente visible al espectador. Un único protagonista y una amarga agonía: la autopsia de una mentira.
antonalva
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7
25 de diciembre de 2014
125 de 160 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante dos películas diferenciadas – casi antagónicas. La primera mitad es un hermoso, vibrante y apasionado relato sobre la pubertad de un niño prodigio y la sabia guía y sutil maestría de su hermano mayor para orientarle y que canalice de forma creativa y provechosa su mucho talento en beneficio de sí mismo y de la sociedad en la que vive, evitando así marchitarse un ingenio fuera de serie. Predomina una mirada atenta, tierna, empática y cálida que llega al espectador como un balsámico ungüento prodigioso que presagia grandes momentos. La segunda mitad es un adocenado y muy trillado – aunque vigoroso y eficaz – relato sobre superhéroes a la caza y captura de un supervillano, con sus dosis de venganza, ajuste de cuentas y desafío tan del gusto del público de masas.

Y la primera parte es tantísimo mejor que la segunda (que apenas remonta el vuelo en el desenlace porque recupera el factor humano) que el conjunto adolece de una descompensación notoria y chirriante, como si las dos mitades hubiesen sido ensambladas por error y no pertenecieran a la misma cinta. Y todo se debe a una máxima que parece subyacer en el cine moderno de consumo: sólo se consigue un taquillazo (y lucrativos ingresos adicionales vía venta de gadgets) si se incluye en la trama algún superhéroe, por innecesario o inverosímil que sea, pero viste mucho, está de moda y suelen desencadenar pingües beneficios – y dar cabida a sucesivas secuelas interminables. Es decir, la trama se supedita a los personajes arquetípicos que la pueblan, limitando su alcance y reduciendo su calado.

Pero lo que convierte esta película en un hito memorable es la portentosa presencia del adorable robot torpón e hinchable, Baymax, creado para ser un inquebrantable asistente personal de salud, fabricado en vinilo. Y el vínculo especial que se crea entre este robot sin sentimientos (aparentes) y el niño prodigio Hiro, todo desgaste emocional y arrebato púber. Son ese personaje singular y ese lazo casual los que elevan el conjunto – pese a sus desequilibrios y tendencia a la banalización pirotécnica – hasta convertirlo en una experiencia cinematográfica satisfactoria.

En resumen: es una pena que lo que podría haber sido una joya de la animación acabe sucumbiendo al ordinario universo inflacionario de superhéroes de pandereta y alharacas, todo brillo, explosiones y excesos, perdiendo por el camino la hondura y aplomo que apuntaba. Agridulce malversación.
antonalva
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5
12 de octubre de 2013
112 de 136 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta cinta deja bastante insatisfecho, sabe a poco, está hecha con políticamente correctas intenciones, presenta una dolorosa situación de abusos raciales pero todo suena a tópico, a regurgitación trillada, demasiado construida y falta de vigor. Lo que vemos nos impacta (la violencia racial es siempre dolorosa y atroz) y hasta nos conmueve, pero lo que habría sido una película arriesgada o novedosa hace cincuenta años, se queda en un catálogo de buenas intenciones, malas prácticas, mojigatería social y afán de superación donde falta genuino desgarro y verdadero espíritu transgresor. Todo se queda a un nivel superficial, masivo e industrial, pero como confirmando lo que ya sabemos (los negros pasaron las de Caín en el país de las oportunidades) y sin revelar o desvelar nada que nos sorprenda u ofusque con su tono o intensidad.

Y es una pena, porque semejante reparto (por lo general, desaprovechado) daría juego para mucho más, pero se queda en bastante menos, en fuego fatuo de artificio, en salva brillante de tributo institucional… mucho ruido para tan pocas nueces. Como casi todas las películas que recorren ochenta años en la vida de una persona (aquí vamos de 1926 hasta 2008) la narración peca de anecdótica y fragmentaria, sin llegar a atrapar en ningún momento, todo lo que vemos está ‘bien’, pero podríamos haber visto algo diferente y también habría estado ‘bien’, es decir, que es una mera acumulación de episodios que nada aportan a la idea central que se repite machaconamente (¡pero cuanto han sufrido los afligidos negros!), sin importar mucho ni desbaratar nada.

Casi lo más entretenido es ver desfilar al impresionante reparto en cometidos exiguos y decorativos (sobresalen, aunque aportando poca sustancia, John Cusack, Jane Fonda, James Marsden, Vanessa Redgrave, Alan Rickman o Alex Pettyfer) y si bien el protagonismo absoluto recae en un inexpresivo Forest Whitaker, las buenas críticas se las ha llevado, unánimemente, Oprah Winfrey, a mi entender de forma arbitraria y desmedida. Su composición es correcta pero tan superficial y vulgar que apenas remonta el vuelo y tanto elogio parece más circunstancial ('por ser vos quien sois') que sincero.

Lo dicho, se deja ver, no es ofensiva ni produce rechazo pero se queda corta y no aporta nada interesante. Es un merengue a punto de ser indigesto, con un exceso de azúcar (mirando de reojo a la taquilla) y un déficit total de profundidad o intensidad. Bastante superflua y adocenada. Prescindible.
antonalva
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8
11 de octubre de 2015
111 de 134 usuarios han encontrado esta crítica útil
Luz crepuscular y fría, como visionado a través de un espeso velo plomizo y ceniciento que enturbia la mirada e impide o dificultad la cabal aprensión de lo que se ve, de lo que acontece, de lo que pasa ante nuestros ojos inocentes y expectantes. Faltan color y calor. Predominan las escenas nocturnas, en espacios cerrados, claustrofóbicos o bien asistimos a fugaces exteriores tomados desde la lejanía, la asepsia, como visto a través de un microscopio – o de unos prismáticos, que no acercan nada, sino que recalcan la infranqueable distancia que separa dos mundos que si bien coinciden en el tiempo, divergen en cuanto a leyes y reglas que les aplica.

Un destierro al fin del mundo. El infierno en vida. Pero sin apenas remordimiento, ni censura, ni contrición, ni arrepentimiento, ni propósito de enmienda. Exiliados de todo, del trato de tus semejantes, deportados para no dar pábulo a las maledicencias, ni el escarnio público, ni al oprobio de las lenguas viperinas, ni a la deshonra de tus vecinos, ni a la humillación por tus acciones u omisiones, ni al vilipendio o la vergüenza que a buen seguro mereces. Allá a lo lejos se reescribe la historia personal (o se olvida o se borra como la espuma del mar), se justifica, se recompone, se tergiversa, se reconstruye hasta hacerla irreconocible. La mentira, el disimulo, la ocultación, el fingimiento, el engaño o la farsa como una segunda piel inmutable.

Sobresale la consecuente estética mísera, menesterosa, carente de todo del relato. Falta humor, falta amor, falta calor y colorido, falta cariño y cercanía. Se amontonan las fórmulas vacuas de los rezos, las pálidas plegarias, los pueriles cánticos ñoños, meras artimañas falaces para rellenar un vacío vital que no hay forma cobijar en el pecho herido. Destaca también que todos los personajes sean de una grisura anodina, de un maldad zopenca y timorata, incapaces de llamar a las cosas por su nombre. Ni siquiera el supuesto personaje positivo tiene nada de que alardear. Su carácter áspero y hostil está en abierta contradicción con su supuesta labor salvífica que se le ha encomendado, de limpiar, rectificar y deshacer entuertos.

No hay posibilidad de expiación cuando ni tan siquiera hay un mínimo atisbo de culpa. Son siempre los demás los que no han sabido ver y entender la realidad, que han malinterpretado las vivencias o que han retorcido los hechos hasta deformarlos y desvirtuarlos. Estamos ante una película adulta, nada mojigata ni complaciente, en absoluto fácil de ver ni sencilla de digerir. Más que una denuncia es un retrato, pero la pintura es tan tóxica e implacable que genera sarpullidos y urticaria. Vayan advertidos y bien pertrechados… porque las fabulaciones producen monstruos.
antonalva
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6
11 de octubre de 2014
173 de 259 usuarios han encontrado esta crítica útil
La montaña rusa de la pareja, el amor, las expectativas, el sexo, la familia, la infidelidad, los compromisos, las pequeñas mentiras y grandes traiciones… da mucho juego y permite un sinnúmero de variaciones, permutas, insidias, venganzas y reconciliaciones. Todo esto configura esta cinta interesante y de excelente factura, pero quizás en exceso deudora de la tendencia de cierto cine comercial de anteponer los enredos y sorpresas de una trama trabajosa sobre la creación paciente, ardua y matizada de unos personajes de carne y hueso. Se busca el efectismo, el impacto inmediato sobre la construcción sosegada, la maldad unidimensional sobre la complejidad de las contradicciones y oquedades humanas.

A primera vista, no hay nada que objetar al engrasado engranaje que impregna cada escena y hace avanzar sin desfallecimiento al conjunto. Sin embargo, todo acaba siendo demasiado previsible, demasiado mecánico y forzoso. Los personajes son unos meros peleles que apenas aportan nada original ni enjundioso, son unos figurines atractivos, vistosos, con apariencia humana, pero al servicio de un demiurgo que los arrolla a cada paso según sea la ocurrencia o bandazo de turno que les toca sortear o evitar. Esta misma trama, con otros personajes, sería igual, no cambiaría en nada relevante, porque son el tenue pretexto que los maneja, asola, diezma y hunde. No tienen libertad de acción alguna porque no tiene voluntad propia, sino que son meros ejecutantes de una rígida coreografía prefijada, sin un ápice de libertad ni espontaneidad.

Entretiene, el tiempo pasa rápido y no se hacen notar las casi dos horas y media que dura la proyección. No paran de ocurrir cosas y cada escena está bien planteada, competentemente desarrollada, férreamente resuelta, pero la suma de las partes no alcanza nunca lo que parece presagiar cada pieza aislada. Falla el ensamblaje, pesa demasiado un guión que prima el artificio retorcido sobre el natural desarrollo de los acontecimientos. Cuando no hay personajes dignos de tal nombre, solo queda contemplar pacientes la falsedad prefabricada, el tortuoso peregrinaje hacia la ulterior trampa, el mecánico señuelo o ardid que nos aporte la esperanza de estar viendo algo consistente. En vano.

En definitiva: una cinta muy lucida, aunque superficial, llena de talento innegable (dirección, actores, fotografía,…), que se va sin contratiempo, pero que queda muy por debajo de lo que promete. Dará satisfacción a los que se contentan con la comida rápida, pero dejará ayunos a los que buscan algo más que un mero juguete intrascendente.
antonalva
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