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Críticas de Quatermain80
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Críticas 406
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
1 de noviembre de 2015
24 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un tanto sepultada bajo la larga lista de películas que debemos al incombustible y difícilmente clasificable (atendiendo a la variedad de géneros que abordó) Roger Corman, destaca este título, seguramente el más ambicioso de su carrera en lo argumental, ya que en lo relativo al presupuesto y tiempo de rodaje las condiciones fueron las típicas de una realización de Corman: escaso el primero, fugaz el segundo.

Aprovechando la actualidad del tema abordado –la persistencia del racismo contra los negros en el sur de EE UU, ejemplificado por el caso de los “nueve de Little Rock”- el realizador muestra considerable nervio y agudeza en el retrato de una sociedad que lleva el segregacionismo en las venas, y que solo necesita un pequeño empujón para traspasar los límites que la más elemental civilización requiere para ser tenida por tal. La obligatoriedad de escolarizar a los negros conjuntamente con los blancos –impuesta por los tribunales federales- ya ha preparado el caldo de cultivo ideal y solo resta encontrar el agente que haga prosperar la enfermedad. Ese agente va a aparecer bajo el rostro sonriente y el atuendo impecable de Adam Cramer, un “vendedor” de pies a cabeza, pero cuyas mercaderías destilan odio, prejuicios y afán de poder. Lo mejor del filme, sin duda, es este personaje, soberbiamente interpretado por Shatner (que seguramente nunca estuvo mejor que aquí), y como logra manipular los odios larvados de la gente para conseguir sus fines. En cierto modo, mientras lo veía, me recordaba a otro personaje temible, el Elmer Gantry de la homónima película de Richard Brooks (“El fuego y la palabra”), otro embaucador nato.

Pero en este caso nuestro “charlatán” no es tan solo un embaucador de simples desesperados –que también-, sino un encantador de serpientes, pues no otra cosa son la mayor parte de los habitantes de ese pueblo sureño, Caxton, en el que se ambienta la historia. Casi todos ellos son retratados como racistas convencidos, con algunas honrosas excepciones –el editor del periódico, el director del instituto- que sirven a Corman como contrapeso, al tiempo que funcionan como “portavoces” de la posición personal del director. Del mismo modo, el personaje de Cramer encuentra su opuesto en Sam Griffin, no por casualidad vendedor ambulante, y que bajo su apariencia simple y vulgar, es un perspicaz conocedor de las personas, como pronto demostrará su enfrentamiento con Adam. En cuanto al origen de dicho enfrentamiento, del que no diré nada concreto, se basa precisamente en el afán de Cramer de manipular a los demás, explotando sus debilidades y flaquezas.

El filme posee un ritmo excelente que marca un sostenido crescendo desde el resentimiento latente del comienzo hasta la violencia desatada del final, violencia que sobrepasa a su instigador y a sus propios esbirros, como es natural que ocurra cuando la masa retroalimenta sus más bajas pasiones. Es una lástima que la resolución parezca un tanto apresurada y considerablemente más torpe que el resto del desarrollo argumental, hasta entonces francamente notable.

Rodada en tres semanas y con 80.000 pavos, utilizando a extras que apenas si sabían que lo eran (si parecen tan convincentes es porque muchos eran tan segregacionistas en la realidad como en la ficción) y viajando de un pueblo a otro de Missouri, en ocasiones huyendo de las muy serias advertencias de los “Sheriffs” locales, el resultado global es de lo más meritorio, siendo lamentable el fracaso comercial de la película (el primero que cosechaba Corman tras una larga lista de éxitos dentro de la serie B); esperemos que el tiempo y los comentarios positivos de otros compañeros contribuyan a remediar tan injusta situación, aunque me temo que en lo económico poco podremos conseguir a estas alturas.
Quatermain80
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7
17 de julio de 2015
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Son ya innumerables las ocasiones en las que se han adaptado obras de John Le Carré al cine o a la televisión, y es de agradecer que, más allá de las preferencias que puedan establecerse, la calidad media de tales adaptaciones sea, en general, apreciable. Creo que ello puede atribuirse a la fidelidad con la que tales propuestas se aproximan al espíritu de las novelas del escritor, siempre más interesado por los personajes, por sus dilemas, inquietudes y debilidades, que por la trama en sí, habitualmente nada espectacular.

Esta serie, de siete capítulos, retoma el testigo que tan alto dejaron adaptaciones televisivas previas como “Tinker, Taylor, Soldier, Spy” (“El Topo”) o “Smiley’s People” (“Los hombres de Smiley”), y aunque en mi opinión no llega a tal nivel, no les anda muy lejos. El argumento se centra en la figura de Magnus Pym, espía británico que tras muchos años en el servicio secreto desaparece, encontrando refugio en un anodino rincón de la costa, desde donde escribirá –y de paso nos contará- su autobiografía. Ello sirve para reflexionar en torno a temas como la traición y el fingimiento, rasgos fundamentales de una vida impostada que, aunque estimulantes durante mucho tiempo, son también fuente de inquietud y autodestrucción.

La serie aborda con el habitual reposo de Le Carré la descripción de los personajes, de sus rasgos fundamentales, siendo especialmente relevantes, aparte de Magnus, su padre, un estafador consumado; Axel, su amigo y agente del Este, con el que colaborará; Jack, quien le introduce en el espionaje, apadrinándole. Todos ellos viven en un mundo de apariencias, un mundo en el que la mentira, la hipocresía y la traición están a la orden del día. Especialmente relevante es la figura de Rick, el padre, que desde la más tierna infancia introduce a Magnus en ese ambiente, y cuya muerte es, consecuentemente, la que desata a Pym, la que lo “libera”, dando pie al ajuste de cuentas con los demás, pero sobre todo consigo mismo, que constituye su autobiografía.

En esa búsqueda definitiva de razones acerca de si mismo y de su conducta, definida por la traición (pues a todos los personajes Pym los traiciona, de alguna manera y en algún momento), Pym revisa su vida, dedicando bastante atención a su infancia y juventud, que en la serie ocupan al menos tres capítulos. Quien busque en ellos acción emocionante o tramas intrigantes de espionaje, que no insista, pues no los encontrará, ni tampoco en los restantes. Lo que importa aquí es cómo se forja un carácter en unas determinadas condiciones, y cómo estas convierten al sujeto en cuestión en un espía perfecto. Considerando a qué condiciones nos referimos, el mensaje crítico de la historia no puede ser más evidente, vinculando así a Pym con otros personajes de Le Carré, siempre un punto angustiados o hastiados por lo que hacen, aunque sean conscientes de que son los mejores haciéndolo.

La realización, convencional, se centra, al igual que la novela, en los personajes, excelentemente definidos por el guión, que logra una notable adaptación, y bien interpretados por el reparto, del que destacan Ray McAnally y Peter Egan. El ritmo es siempre pausado, dando pie así a momentos reflexivos y a la penetración psicológica en el tratamiento de los personajes, que en ningún momento aparecen ante nosotros como marionetas al servicio de una trama o de la acción, sino como seres de carne y hueso. Espías, al fin y al cabo, como nosotros.
Quatermain80
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8
14 de junio de 2015
31 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es una de las mejores películas de Sidney Lumet, uno de esos filmes que emocionan de veras, que remueven algo dentro de uno mismo y que precisamente por eso, pasan a formar parte, de algún modo mágico y misterioso, de nuestra personal memoria cinematográfica. Lo paradójico es que haya tenido que esperar 34 años para disfrutar de ella, circunstancia que a tenor de los escasos votos que tiene la película, no parece deberse a una negligencia por mi parte, sino a un extendido desconocimiento y ninguneo de la misma.

Partiendo de una novela de Edgar Doctorow –quien coproduce y coescribe el filme- basada en el caso real del matrimonio Rosenberg (condenados a muerte en 1953 bajo la acusación de espionaje a favor de la URSS), la película se centra en el impacto trágico y traumático que el compromiso político de unos padres (aquí llamados Isaacson) tiene en sus hijos. El hilo conductor fundamental es el hijo mayor, Daniel, cuyas reflexiones, recuerdos e intentos por revisar su pasado y el de sus padres, constituyen el vehículo narrativo y dramático esencial. Para lograr este objetivo, la narración se fragmenta y el punto de vista se multiplica. Así, los saltos temporales se suceden, alternando el “presente” –a caballo entre los 60 y los 70- con el pasado (los flashbacks se retrotraen hasta finales de los 30, pero ilustran igualmente momentos de los 40 y los 50). Del mismo modo, en ocasiones es el mismo Daniel el que recuerda, asistiendo los espectadores al pasado que él rememora, pero en otras la perspectiva es externa, ajena al protagonista. Además, intercalados entre el tiempo presente y el pasado, aparecen pequeños fragmentos, en los que Daniel nos habla directamente.

Si el objetivo de Daniel es “enfrentarse” al pasado con el afán de superarlo o asimilarlo, su hermana ejemplifica en carne propia el reverso trágico de esa relación. Y es que no todos los que encaran su pesada herencia pueden salir victoriosos: ese será el caso de Susan.

Además del tema principal ya mencionado, la película constituye un magnífico paseo histórico, forzosamente fragmentario, que viene a vincular a la izquierda norteamericana surgida en los años treinta (al calor del ascenso del fascismo y la guerra civil española, a la que se hacen claras alusiones), con los movimientos radicales surgidos a finales de los 60 en contra de la guerra de Vietnam. También constituye un apreciable acercamiento indirecto a la época de la guerra fría, ilustrando los excesos a que se llegó en la lucha contra el “enemigo interno”, en este caso el comunismo norteamericano.

Al igual que ocurriera en otra excelente obra de Lumet, “El Príncipe de la Ciudad”, las cuestiones formales son muy relevantes, pues aportan matices fundamentales para entender el “tono” –nunca mejor dicho- de la película. Fotografiada por Bartkowiak (el mismo que en “El Príncipe…”), pasado y presente tienen distinto tratamiento cromático, cálido el primero y frío el segundo. Más allá de contraponer épocas, esto responde a la perspectiva que Daniel tiene de ambos momentos: el pasado feliz en familia (de un acogedor color dorado), y la traumatizada angustia de su presente (de un azul gélido y tristón). A medida que Daniel escarba en el pasado, éste irá tornándose menos dorado, al tiempo que su presente irá desprendiéndose del deprimente azul. De hecho, al final de la película, la mezcla de colores es ya normal, realista, simbolizando así la asimilación y superación del pasado, en genial consonancia con el desarrollo argumental del filme.

Si a esta perfecta mezcla entre fondo y forma añadimos buenos diálogos, unas interpretaciones a la altura de la historia y una banda sonora consecuente y bien utilizada, sólo nos queda disfrutar plenamente de la mano de ese maestro que fue Lumet, y que aquí logra momentos de tremenda emoción y belleza, como la secuencia de los dos hermanos escapando del orfanato y volviendo a su casa, o las que están ambientadas en la cárcel, de una contención admirable, dado lo dramático de las situaciones mostradas.

Así se hacen las películas.
Quatermain80
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7
31 de mayo de 2015
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un más que estimable debut cinematográfico de Robert Parrish de la mano del género negro, en el que reincidiría en su siguiente película, la también interesante “The Mob” (“El poder invisible”).

La historia que nos narra toma el ya clásico recurso del preso que, injustamente encarcelado, sale de prisión ansioso por saldar cuentas pendientes, encontrando a su paso un mundo caracterizado por la hipocresía y el cinismo, en el que todos los personajes que le rodean parecen ocultar algo o abrigar segundas intenciones, lo que como es sabido, nunca lleva a nada bueno.

Así, la verdadera fortaleza del argumento no es tanto la tenacidad con la que “Rocky” trata de reconstruir los acontecimientos que le llevaron a la cárcel, sino la descripción de un entorno o unas circunstancias en las que nada, o más bien nadie, es lo que parece. Para ello resultan fundamentales los personajes secundarios, especialmente quien acabará siendo el amigo más leal de Rocky, Delong, que aunque finalmente sea mostrado bajo una luz más positiva, no es sino un “interesado” más. Los restantes personajes ilustran, cada uno a su manera, ese mundo de doblez y engaño, pues todos tratan de utilizar a Rocky para sus intereses. Se da así la paradoja de que el más recto y honesto de todos los personajes es el antiguo presidiario, mientras que todos los demás quedan moralmente por debajo, policía incluida, pues no vacila en usar a Rocky como señuelo.

Siendo una obra primeriza, es de destacar la solidez formal de la misma, pues aun siendo de factura sencilla no presenta inconsistencias ni defectos llamativos, circunstancia que puede deberse a la buena labor del director de fotografía, Biroc (habitual del género), y sobre todo a un espléndido guión –a cargo de William Bowers- que no sólo construye acertadamente a los personajes, sino que alcanza gran brillantez en los diálogos, caracterizados por el cinismo y la ironía más descarnados. La dirección de Parrish es correcta, manteniendo una acertada continuidad y un ritmo excelente, que hace que el de por sí escaso metraje transcurra volando. Son llamativas algunas decisiones de ambientación, como el peculiar camping de caravanas (con su desconfiado propietario a la cabeza) en el que transcurre gran parte de la acción, o la secuencia en la que Rocky amenaza a Castro, tendido sobre la mesa, ruleta rusa mediante.

Añadamos a esto una excelente labor por parte de todo el reparto, que más allá de unos correctos Powell (de quien siempre recuerdo que dirigió una película bélica muy entretenida, “Duelo en el Atlántico”) y Fleming, muestra meritorios trabajos de Erdman (Delong), Conrad, que compone un villano (Castro) a la altura requerida, o de los divertidos Jean Porter (Darlene) y Jay Adler (Williams).
Quatermain80
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7
17 de mayo de 2015
26 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Manos sucias” es la primera película como realizador de José Antonio de la Loma (llevaba ya unos años trabajando como guionista), quien desarrollaría una ecléctica carrera cuyos títulos más conocidos están asociados al género quinqui (“Perros callejeros”, etc.), y que en esta ópera prima contó con la experta ayuda de Pérez-Dolz (realizador de la muy recomendable “A Tiro Limpio”), lo que explica la buena factura de la misma.

Aunque inicialmente la historia parece girar en torno a las rivalidades entre camioneros, pronto el argumento varía, centrándose en contar cómo Miguel, uno de estos transportistas, ambicionando una vida distinta, comete un acto criminal y llevado por su conciencia culpable, acaba uniéndose a la única persona que puede delatarle, y amparando a una de sus víctimas colaterales. Tal vez por tratarse de una coproducción hispano-italiana, es esta película uno de los mejores ejemplos de apropiación de los temas y el estilo de las producciones negras norteamericanas que puede encontrarse en nuestro cine.

El guión, eficaz y sin florituras, dibuja perfectamente el carácter de Miguel, un hombre que sabe lo que quiere –su ansiada gasolinera-, pero que después se torturará por la forma en que ha logrado su sueño. En cuanto a Teresa, resulta una clásica mujer fatal, y su relación con Miguel queda establecida en base al interés mutuo, sin que el amor tenga que ver en el asunto. De ahí que la tensión dramática vaya in crescendo en base a esa relación artificial e interesada, sensación que resulta sabiamente incrementada por el marco cerrado en el que tiene lugar, una aislada estación de servicio ubicada en una carretera secundaria, en medio de una paramera de impresión. Muy diferentes son los personajes de Andrés y de Pilar, que vienen a ser los opuestos absolutos de los anteriores, si bien tiene más sentido el papel del primero que el de la segunda, pues su presencia sólo se justifica en la medida en que contrasta con el carácter de Teresa, sin que tenga mayor relevancia en el argumento central.
La rudeza de algunas secuencias entre Miguel y Teresa, unida a las explícitas alusiones que propician ciertas miradas y situaciones, se explican por esa condición de coproducción del filme, pues de haber sido una película íntegramente española, sin duda se habrían visto atenuadas. No obstante, habría que visionar la versión italiana para cerciorarse en torno a este punto, pues bien podría haber diferencias entre ambas.

Como ya se ha dicho, la película está bien realizada, con una buena fotografía y una fluida narración visual, aciertos que deben mucho a Pérez-Dolz, quien oficiando como coguionista y como ayudante de dirección aportó su saber hacer, evitando que el filme parezca –como en realidad es- una ópera prima. Son muy destacables las secuencias de carretera entre los dos camiones –que recuerdan vagamente a las de la soberbia “El salario del miedo”, de Clouzot-, así como las localizaciones, que creo ubicadas en Aragón. Los intérpretes hacen un muy buen trabajo, destacando Nazzari, actor experto, que dota a su personaje de la ambigüedad necesaria, y cumpliendo bastante bien Katia Loritz, a la que siempre recordaré por ser aquella despampanante y rica señorita a la que José Luis López Vázquez adulaba en “Atraco a las tres” (“Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo”).

A modo de conclusión, una reflexión y un ruego. En los últimos años el cine español está revisitando el género negro exitosamente (ahí están las películas de Urbizu o de Alberto Rodríguez para corroborarlo), circunstancia que no puede sino alegrarnos a todos los que nos consideramos aficionados al mismo. Para muchos espectadores esto puede resultar novedoso, pero lo cierto es que nuestro cine ya abordó tales temáticas en las décadas de los cincuenta y sesenta, y lo hizo con buenos resultados, en ocasiones excelentes. Esperemos que este nuevo auge sirva para que nuevos aficionados se aproximen a las obras de estos períodos y, por qué no decirlo, para que la televisión pública tenga a bien recuperar de vez en cuando sus títulos más señalados.
Quatermain80
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