No te metas con los gatos: Un asesino en Internet

En el complejo laberinto de las redes sociales se manifiesta, opina o fisgonea todo tipo de gente. Lo más variopinto de nuestro pintoresco zoológico encuentra en ellas la plataforma idónea para satisfacer su afán protagonista o cualquiera de las muchas pulsiones que padece. Tantas como incalculables son las motivaciones que empujan a millones de individuos a exponerse públicamente, bien bajo su verdadera identidad o tras la máscara de un perfil falso.
Y es en este terreno gaseoso y, en ocasiones sombrío, donde se derime el documental: “No te metas con los gatos: Un asesino en Internet”, condensado en tres episodios y dirigido por el cineasta canadiense Mark Lewis.
Y lo que nos cuenta Lewis en su documental y sobre todo, cómo lo cuenta, atrae nuestra atención desde el primer minuto, nos estremece e inmoviliza al extremo de obligarnos a permanecer pegados a la pantalla con la angustiosa sensación de que lo que vemos no puede ser verdad, que no es posible, que semejantes frialdad y sadismo no pueden germinar en el alma de ningún ser humano.
La labor de producción y montaje son sencillamente extraordinarias. Lewis arma, secuencia tras secuencia, con paciente meticulosidad, le imprime ritmo al relato y no deja espacio para el aburrimiento.
Logra la cooperación de los internautas protagonistas que desinteresadamente siguieron e investigaron durante dos largos años e hicieron posible la resolución de este terrorífico caso. Reúne y ordena cronológicamente toda la información disponible en la red a fin de que el espectador tenga la impresión de presenciar una historia que está ocurriendo en ese momento y ante sus ojos.
El resultado es un testimonio aterrador al tiempo que nos previene y alecciona sobre los innumerables peligros que acechan tras el decorado, aparentememte inocuo, en el que la que millones de usuarios escenificamos el grotesco ritual de nuestros egos.
Y aquí lo dejo, pues no quisiera, mis improbables lectores, revelarles nada más. Prefiero sean ustedes los que descubran por sí mismos -aquellos, claro está, que dispongan de las suficientes agallas para hacerlo- los espantosos sucesos que un siniestro psicópata, joven, atractivo y educado, de apariencia frágil e inofensiva, produjo entre los años 2010-2012.
Afortunadamente, este seductor ángel exterminador cumple en la actualidad cadena perpetua en la prisión de Sep-Illes en Québec, Canadá.

Emilio Castelló Barreneche

El inocente

Harlan Coben es un escritor estadounidese especializado en novelas policiacas en las que el suspense y la intriga suponen sus principales señas de identidad.La astuta habilidad de Coben hace que sus historias estén salpimentadas de constantes y desconcertantes giros argumentales para mantener al lector atrapado en una red en la que su desenlace siempre resulta sorprendente, lo que explica el enorme interés que sus narraciones despiertan en los lectores.
Por ello, muchas de sus novelas suponen un irresistible atractivo -tal como en el pasado ocurría con otros autores de novela negra de la talla de Agatha Christie, Raymond Chandler o Dashiell Hammett- para numerosos guionistas y directores con la finalidad de adaptarlas al cine. Es el caso de “El inocente”, novela publicada por Coben en 2005 y ahora convertida en una emocionante miniserie de ocho episodios que la batuta del catalán Oriol Paulo maneja con eficaz solvencia, demostrando un profundo conocimiento sobre los fundamentos que componen este fascinante y adictivo oficio del arte cinematográfico.
Es muy posible que, en los primeros tres episodios, a pesar de ofrecer inquietantes escenas de gran potencia visual, las necesidades del guion planteen al espectador ciertas dificultades de comprensión que bien podrían orillarle a abandonar la serie. Pero si tiene un poco de paciencia comprobará que, a partir de ahí y en adelante, las piezas van encajando como un guante hecho a la medida.
“El inocente” transita por un terreno sembrado de minas, es un enigma que se desdobla y complica en cada escena, un laberinto indescifrable en el que nada es lo que parece, un vertiginoso sube y baja capaz de cortarte la respiración y una historia, en fin, en la que la venganza, el chantaje, el odio, la explotación, las sombrías cloacas de la corrupción y las más bajas pasiones se manifiestan en toda su brutal crudeza.
Paulo teclea con soltura para componer una pieza de enorme complejidad. Resulta ejemplar el empleo del tiempo narrativo, el ritmo y la sincronización son admirables y la utilización del “flashback” siempre está justificada. Un convincente grupo de excelentes actores completan una realización de alto voltaje en la que la tensión aumenta en cada episodio manteniendo al espectador electrizado y en permanente estado de shock.
La encontrarán a su disposición en Netflix. No se la pierdan.

Emilio Castelló Barreneche

Fariña

“Vamos a pintar de blanco toda Galicia.” Manuel Charlín

“Fariña” es el título de una más que dignísima serie española de diez episodios que está disponible en la plataforma Netflix. “Fariña” significa “harina” en gallego y es utilizada también en la jerga popular para referirse a cierta sustancia afín en su textura y color: la cocaína, una droga sumamente adictiva y peligrosa.
Basada en hechos reales, “Fariña” nos narra con meticulosa precisión la enorme fortuna y poder que algunos clanes familiares gallegos acapararon con el contrabando de tabaco desde los años 70. Una absurda ley no consideraba esta actividad como delito sino como una falta administrativa, hasta que en 1983 fue modificada equiparándola al tráfico del hachís, la cocaína o de cualquier otra droga.
A partir de ese momento, los clanes, por mor de dicho cambio, decidieron dedicarse primero al hachís y más adelante a la cocaína, al asumir idénticos castigos penales que con el tabaco pero con unos beneficios que se multiplicaban exponencialmente. Finalmente, con la experiencia de los años, habían logrado crear un eficiente sistema de descarga y distribución que igualmente funcionaba para una cosa u otra y con el mismo esfuerzo.
¿Y cómo es que este fenómeno o lacra social se ubicó mayoritariamente en la comunidad gallega y no en otras comarcas de España? Pues muy posiblemente porque al efectuarse las descargas por mar en las brumosas noches de esa zona, las Rías Gallegas, un intrincado laberinto que compone la mayoría de los 1.500 km de la costa de Galicia, casi una cuarta parte de todo el litoral español, ofrecían a los narcos una seguridad y protección imposibles de encontrar en otro lugar. Y desde luego, claro está -dicen que el dinero lo compra todo-, porque un buen número de políticos y miembros de las fuerzas de seguridad colaboraban avisándoles puntualmente de cualquier problema o contratiempo.
La serie se sustenta sobre los pilares de un sólido guión muy bien escrito y mejor desarrollado en la gran pantalla. Cuenta con un elenco de magníficos actores que aportan seriedad, credibilidad y calcan el carácter, personalidad y hasta el parecido físico de los personajes que interpretan.
Es de agradecer que alguno de los diálogos hablados en lengua gallega nos sean aclarados con subtítulos y aunque el resto esté expresado en castellano, prevalece un marcado acento gallego que aporta al lenguaje una exquisita riqueza de modismos, contribuyendo eficazmente a cimentar la veracidad del relato.
Reproduce la atmósfera de Galicia con sensibilidad y acierto. Parajes de incomparable belleza se mezclan con la dureza del clima en los que la humedad, la lluvia, las tempestades y los fuertes vientos han convertido en leyenda la inquietante “Costa da Morte” donde cientos de embarcaciones a lo largo de la historia de la navegación han sido violentamente lanzadas contra las inaccesibles y escarpadas rocas de sus acantilados.
Produciones como “Fariña” nos devuelven la fe y renuevan nuestra esperanza en una industria cinematográfica que no termina de fijar su rumbo tras muchos años de irregular e inestable trayectoria.

Emilio Castelló Barreneche

Somos

México es el país en el que todo es posible, incluso superar el horror inimaginable y convertirlo en una cuenta más del interminable rosario de la infamia. Es decir, lo que en cualquier otro país razonablemente civilizado supondría un suceso de primer orden, capaz de originar grandes movilizaciones e incluso hacer descarrilar a un Gobierno, en México queda reducido a una simple anécdota cotidiana.
Verán, en México mueren casi cuatro mil mujeres al año por violencia de género; cerca de cuarenta mil asesinatos se producen en el mismo periodo de los cuales el 98% quedan impunes; Gobierno, administración, policías, militares y narcotraficantes conforman las distintas vísceras de un mismo cuerpo agusanado; ocupa un escalofriante y letal primer lugar del mundo en número de periodistas asesinados y al no existir garantías jurídicas, la seguridad ciudadana depende de la suerte que el destino le depare cada día.
Y vuelvo a revivir todo este espanto en “Somos”, una miniserie mexicana de seis episodios que narran los hechos acontecidos en la pequeña localidad de Allende -muy próxima a la frontera con EE.UU. -perteneciente al Estado de Coahuila.
Estos sucesos fueron conocidos como la “Masacre de Allende” cuando en marzo de 2011 un numeroso grupo armado hasta los dientes, liderado por miembros del sanguinario Cartel de los Zetas, irrumpió abruptamente en el poblado. En un dantesco episodio más propio de una truculenta historia de ficción, derribó e incendió casas y sembró el terror entre la población, secuestrando y matando impunemente a decenas de personas mientras la propia policía miraba hacia otro lado.
Inicia el relato en los días previos a la gran tragedia. Sus creadores han tenido el buen criterio de cambiar los nombres originales de los personajes y modificado algunas situaciones que pudieran comprometer o identificar a aquellas personas que fueron testigos presenciales e incluso víctimas directas o indirectas y todavía, en la actualidad, viven en esa comunidad.
Para saber por qué -si es que puede haber un porqué para semejante atrocidad- y cómo sucedió, tendrán que ver la serie que se encuentra en Netflix a su disposición.
México ha sido considerado por muchos países como un Estado fallido. A pesar de todo, los mexicanos siguen repitiendo sin disimulado orgullo aquello de: “Como México no hay dos”. Afortunadamente, pienso para mis adentros.

Emilio Castelló Barreneche

Suburra

“El hombre no tiene peor enemigo que él mismo.” Cicerón

Suburra es un barrio de Roma. El más antiguo. Tan antiguo que vio nacer al mismísimo Julio César. Pero el que un día fuera el centro del poder político y la cuna de la aristocracia se fue transformando con el tiempo en un lugar deprimido y de mala fama al que mafiosos, criminales y delincuentes han convertido en su propio reino. Sólo los monumentos y construcciones históricas parecen ser testigos del pasado glorioso de Suburra.
En 2016 Stefano Sollima filmó un sobrecogedor testimonio titulado “Suburra” del que ya di debida cuenta en este mismo espacio. Y ahora, a través de Netflix, me llega una especie de secuela de aquella película en una serie de 24 episodios repartidos en tres temporadas. Y puedo asegurarles que si la película de Sollima era aterradora, la serie homónima que hoy reseño no se queda atrás.
Roma es, en la actualidad, una de las ciudades más caóticas y conflictivas, no sólo de Italia, sino del mundo. Dicen que Roma es ingobernable, incluso para un político bienintencionado. Nadie desea ser alcalde de Roma, por eso resulta tan difícil para cualquier partido encontrar un candidato. Ni siquiera la joven, honrada, combativa e insobornable Virginia Raggi pudo aspirar a un segundo mandato, siendo la enésima decepción para todos aquellos ciudadanos romanos que creyeron en ella y la votaron.
Y muy probablemente “Suburra” nos ayude a entender buena parte de las razones por las que la Ciudad Eterna -la urbe con la más alta concentración de bienes históricos y arquitectónicos del mundo- no consigue elevarse sobre sus propias ruinas ni abandonar las sombrías catacumbas que sirvieron de refugio a los primeros cristianos.
Porque la inconcebible historia que narra “Suburra” está basada en hechos reales e inspirada en una investigación iniciada en 2008 conocida como “Mafia Capitale”, originada por la venta irregular de unos terrenos en Ostia, una playa próxima a la ciudad y elegida por muchos romanos como lugar de vacaciones y recreo de fin de semana.
Y créanme, lo que verán estremece. Pues, mientras el ciudadano medio vive sumergido en sus problemas cotidianos, las cloacas del sistema extienden su pestilente aliento contaminando a todo lo que tocan.
Gobierno, Vaticano y diferentes asociaciones mafiosas se reparten sistemáticamente buena parte de los impuestos del contribuyente, que resulta ser finalmente el gran damnificado.
En este nausebundo conglomerado de intereses se libran soterradas batallas de poder en las que el crimen y el terror fluyen como sangrientos ríos por las ocultas arterias de la corrupción más despótica y repugnante.
Les aconsejo verla, aunque duela, porque siempre es preferible vivir bajo la hiriente luz de la realidad que en la oscura caverna de la ignorancia.

Emilio Castelló Barreneche