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Críticas de Kasanovic
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Críticas 400
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6
27 de diciembre de 2018
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yuli, nacido como Carlos Acosta, nunca sintió que la danza fuera su verdadera vocación. Su historia con este arte comenzó en la calle, hecho que suele ser habitual en países de menor rango económico como Cuba. Un baile urbano improvisado en el que Yuli se introdujo para demostrar su talento moviendo el esqueleto le valió un tirón de orejas por parte de su padre, además de un boleto para estudiar danza en la escuela más importante de La Habana. Así se inició una turbulenta pero gratísima carrera que elevó a Carlos Acosta al estatus de una leyenda latina del baile, por más que, como decía la canción, cuando saliese de Cuba dejaría su vida y dejaría su amor.

En Yuli, la directora madrileña Icíar Bollaín realiza un biopic sobre esta figura cubana del arte en movimiento, tan poco conocida por estos lares que merece la pena hacer un repaso de su vida. En verdad, el film manifiesta desde el inicio que va a seguir los pasos clásicos de una cinta biográfica: una narración en el presente que se va nutriendo en su mayoría de flashbacks, los cuales parecen regresar a la mente del protagonista según los espectadores los visionamos en pantalla. Esta traslación se lleva a cabo a través de diversos bailes en los que Yuli saca a relucir sus emociones mediante el arte de la danza. Con alguna elipsis de por medio, la obra repasa la infancia, adolescencia, juventud y madurez de Yuli en su justo grado, reseñando los pasajes más importantes del artista en cada etapa de su vida.

Mencionado este ligero conservadurismo por el que apuesta Bollaín en materia narrativa, el rasgo que va a definir a Yuli como una película relevante es la propia historia de Carlos Acosta. El hecho de que el cubano exhiba una clara falta de interés por explotar su enorme talento para el baile ya marca una clara diferencia respecto a otros biopics que nos hablan del éxito. Porque realmente este término, éxito, tampoco termina de encajar con la vida de Yuli. Si bien su currículum es intachable, Carlos tuvo que hacer y presenciar muchos sacrificios para alimentar una carrera que no era la soñada. El personaje que escribió su nombre en la historia de la danza cubana y, más importante, de la danza negra, difiere bastante del Carlos Acosta alias Yuli que creció en una humilde zona de La Habana y que no ha olvidado por un instante del lugar al que verdaderamente pertenece.

Este sentimiento de pertenencia a un colectivo trasciende a Yuli, como ya Bollaín nos enseña en alguna escena del film. Muchos cubanos se vieron obligados a dejar la tierra que amaban, su país, por labrarse un futuro en otro lugar, aun a sabiendas de que sería muy difícil o imposible regresar algún día a Cuba. En el caso de Yuli, conocemos desde los primeros minutos que al menos él consiguió labrarse un gran porvenir, pero no todos corrieron la misma suerte. Por tanto, lo que Bollaín nos relata en Yuli no es solo la interesante historia de un famoso bailarín, sino una exposición a pequeña escala de lo que fue el corazón cubano de aquellas décadas finales del siglo XX.

Lo fundamental en toda esta construcción fílmica que Bollaín realiza en torno a la figura de Carlos Acosta y la sociedad cubana de la época es que la directora, pese a usar los recursos narrativos clásicos de los biopics, no cae en un error que suele ser típico: la heroización de su protagonista. De principio a fin, Yuli se mantiene como un tipo que desprende naturalidad. Por más que su talento merezca ser reconocido, el motivo de hacer una película sobre él reside en todo lo que existe más allá de ese gran bailarín, tanto en su interior como en aquellos que le rodean. Bollaín lo entendió así y el resultado deviene en una película mucho más interesante de lo que en principio podríamos pensar que estaba destinada a ser.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para @CineMaldito
Kasanovic
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6
27 de diciembre de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nada parece excesivamente anormal en este grupo de chavales de un barrio cualquiera de Londres que Butterfly Kisses nos muestra en sus primeros compases. Pasarlo bien es su principal meta, como la de cualquier joven de su edad. No existen preocupaciones más allá de este tema, el cual oscila sobre todo en torno al sexo y, más concretamente, al consumo de pornografía a través de Internet. Aquí podría surgir otro de los debates que en nuestros días se suele tratar cuando se habla de este sector demográfico, como es el de la presunta influencia que el consumo de este porno tiene sobre las actitudes sexuales que posteriormente demuestran en la vida real. Sin embargo, tampoco el film se adentra en este supuesto, sino que prefiere virar hacia otro asunto todavía más turbio y que tiene como protagonista a uno de los protagonistas de la obra.

En efecto, Butterfly Kisses aparenta ser en sus inicios una cinta de carácter social, que podría narrar la vida que un grupo de jóvenes cercanos a la mayoría de edad normalmente desarrolla en la actualidad. Pero poco a poco, y sin explicitarlo en demasía, el film cambia de registro y se transforma en lo que casi podría ser un drama psicológico también apegado a una cuestión de actualidad. El mérito de este sutil cambio recae en el director de la obra, el polaco Rafael Kapelinski, quien dirige aquí su primer largometraje.

Aunque, como decimos, en sus primeros minutos la película relata a modo general ese modo de vida de los adolescentes tardíos, poco a poco el film se va concretando en la figura de Jake. Este chico es, a priori, el menos anormal de todos desde un punto de vista social. Tiene un carácter más apacible que la media, parece ser bastante más comedido que visceral y dedica su tiempo libre a ejercer de canguro, un oficio para el que se requiere generar bastante confianza a aquellas personas que contratan esta clase de servicios. Sin embargo, en su interior guarda un negrísimo secreto que parece pasar desapercibido para todo el mundo menos, por supuesto, para el espectador. Kapelinski se encarga de que lo sepamos a través de secuencias que la primera vez parecen poco trascendentes pero cuya repetición temática —que no formal, otra de las virtudes narrativas del film— hace que de inmediato nos pongamos en lo peor.

Esta parte resulta muy inquietante porque sabemos que muchas de las cosas que vemos en el film pueden suceder (y suceden) en la realidad. Pero, muy especialmente, esta inquietud se genera a causa del estilo con el que el director va descomponiendo la psicología de Jake. Kapelinski no solo rehúye cualquier tipo de frivolidad o de exceso, sino que llega a regodearse en su propia habilidad para ser sutil con un desenlace que resulta tan claro en su fondo como atropellado en su exhibición visual.

De esta manera, Butterfly Kisses logra convertirse en una meritoria película que consigue enganchar en su trama manteniendo en todo momento su apego respecto a la realidad. La fotografía en blanco y negro y el acento cockney de los personajes secundarios son un decorado audiovisual perfecto para que Kapelinski consiga introducirnos en una espiral cinematográfica que se salda de una manera muy poco espectacular, pero ciertamente efectiva si la analizamos desde un punto de vista más cercano a lo que podríamos ver en la vida real, a través de lo que nos transmiten los medios de comunicación. Nunca es sencillo tratar un tema como el que Butterfly Kisses expone en esta hora y media de film pero, una vez vista la película, es fácil descubrir que la vía que Kapelinski sigue para adentrarse en esta problemática resulta del todo acertada.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para @CineMaldito
Kasanovic
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6
30 de noviembre de 2018
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Un grupo de chicas adolescentes está preparando uno de los momentos más especiales de la juventud dominicana, la fiesta de los 15 años de edad. El epicentro del evento, celebrado principalmente por la clase media-alta de la sociedad de Santo Domingo, lo constituye un baile para el cual las jóvenes asisten a clases de danza de manera continua. Por extensión, otro de los puntos clave de esta celebración gira en torno a la pareja de baile. Aquí es donde Miriam comienza a vislumbrar problemas. Su futuro compañero y, quizá, algo más, es un chico llamado Jean-Louis que ha conocido chateando por Internet, de origen francés e hijo de una importante personalidad del país. Pero tiene un rasgo físico que, como bien sabe Miriam, jamás pasará la aprobación de su resabida familia: es de raza negra.

En Miriam miente, los cineastas Natalia Cabral y Oriol Estrada exponen las vergüenzas de esta burguesía dominicana. Un mundillo que parece querer obviar la pobreza que reside en buena parte de la nación, que pretende que sus descendientes sean caracteres moldeables a lo que los padres desean, donde las preocupaciones son de índole banal. Pero, sobre todo, una parte de la sociedad que se muestra entre poco y nada tolerante con el resto de los compatriotas que no ostenten una posición social ajustada exactamente a sus designios, hasta tal punto de meter miedo a una joven que parece estar encontrando su amor.

Porque el caso de Miriam con su romance dista de ser algo pasajero o baladí. La protagonista es una adolescente con ciertos problemas de autoestima, descontenta con su entorno y que solo encuentra refugio en la cháchara de unas amigas que no están lejos de responder al clásico prototipo de quinceañeras. La presión de su familia por conocer a Jean-Louis no ayuda en absoluto a que la chica muestre un perfil más extrovertido, y menos cuando es ella misma la que descubre el perfil físico de su futuro novio. De ahí que el título de la obra, Miriam miente, sea algo puramente descriptivo y no acusatorio, como antes de visionar el film podría parecer. Si Miriam no dice la verdad es porque está recibiendo una fuerte presión social por parte de su entorno, más implícito que tácito, pero con el dedo acusador presto para señalarla en cuanto se descubra la identidad de Jean-Louis.

La construcción narrativa de este proceso es bastante más profunda de lo que parece. No es sencillo dotar de mística a un trabajo que se compone, al menos en una de sus dos caras, de una problemática adolescente demasiado universal como para conseguir personalizarla en Miriam. Sin embargo, Cabral y Estrada consiguen reducir al mínimo toda esta parte de Miriam miente y la conectan de inmediato con la gran motivación del film, que no es otra que exhibir el rostro de la burguesía dominicana. Cierto que lo que se muestra aquí tampoco parece suponer, en principio, una clara distinción respecto de otros retratos de clases acomodadas realizados en otras partes del planeta, pero el impacto que las maldades de esta sociedad tienen sobre la personalidad de la joven Miriam es lo que logra dotar a la película de un sentido propio.

Esta interpretación es palpable ya hacia la mitad de la obra, pero alcanza una dimensión mayor con una secuencia final que refuerza y cierra de una manera magnífica la narración de Miriam miente. Una película que se centra en aspectos más racionales que emotivos, que no muestra grandes alardes técnicos, pero sí habilidad para llenar de matices un guion a priori muy terrenal, y que cuenta con la sobria interpretación de una Dulce Rodríguez que encaja a la perfección en ese papel de chica introvertida, víctima de aquellos que más deberían apoyarla. Un relato de perfil global, lo cual ayuda a entender su mensaje, pero que posee los suficientes condimentos como para demostrar que esta parte de la sociedad dominicana es quien tiene el protagonismo durante la hora y media de film.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para @CineMaldito
Kasanovic
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4
24 de septiembre de 2018
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
A lo largo de la historia, especialmente en tiempos pretéritos, el mundo de lo sobrenatural se ha cruzado con los conceptos religiosos en ciertos casos particulares. Uno de los más redundantes tanto en la vida real como en la cultura cinematográfica ha sido el tema de las posesiones diabólicas, cuyo fondo guarda una especial mística relacionada con el terror que a muchos les apasiona. Pero la cuestión que aquí nos ocupa trata las apariciones divinas, una circunstancia radicalmente opuesta a la anterior. Gente a la que, según confiesan ellos mismos, se les ha aparecido Dios o la Virgen. Aunque en un primer momento sea obvio dudar de su palabra, sobre todo si tal aparición se ha dado en términos poco ortodoxos (no es difícil encontrar casos recientes de personas que han visto la figura de Dios en una galleta o en una mancha detrás de la nevera), en ciertas ocasiones se realiza una investigación más o menos profunda por parte de la Iglesia católica para comprobar si, efectivamente, la aparición puede reconocerse como tal o es una chaladura más.

En la película La aparición, dirigida y escrita por el francés Xavier Giannoli, vemos un caso particular de esta clase de sucesos. Anna, una adolescente que reside como novicia en la parroquia local de un pueblo galo cercano a la frontera pirenaica, ha visto como se le aparecía la Virgen María. En cuanto se empieza a correr la voz, los peregrinos invaden el lugar para rendir tributo a la chica, improvisando altares de culto y desviviéndose por tocar a la portadora de tal milagro. El Vaticano decide mover ficha y envía a investigar el suceso a Jacques Mayano, un conocido reportero de guerra que no pasa por sus mejores días después de que su compañero de profesión haya fallecido en trágicas circunstancias. El objetivo, como resulta obvio, es descubrir si el caso de Anna es una farsa bien orquestada o si realmente existe verdad en el hecho que confiesa haber presenciado.

Aunque el contexto en el que se mueve La aparición otorga no pocas posibilidades de ser explotado en muy diversos términos cinematográficos, lo cierto es que pronto Giannoli evita tratar a su trabajo de otra manera que no sea con la máxima capa de seriedad y respeto al mundo religioso. El cineasta nos presenta una cinta que, pese a tratar un tema cercano a lo sobrenatural, demuestra bastante apego a la realidad. Esto se nota en la caracterización de los personajes, nada mitificados salvo en el caso de Anna que por propia necesidad del relato merece ser tratado así. Jacques, por ejemplo, es un tipo cuya carrera y méritos periodísticos se nos muestran elogiables, pero su fría personalidad debido a las difíciles circunstancias personales que atraviesa provoca que su impresión sea natural y creíble.

Esta descripción de los hechos y personajes de La aparición reúne casi todo lo bueno que tiene el film. En verdad, la obra de Giannoli se muestra como muy aséptica y tampoco logra despegarse de cierto academicismo en la dirección, por lo que es sencillo que pronto caiga en el tedio. El punto que se debería haber alcanzado entre la credibilidad que intenta exhibir la película y el toque de misterio que necesita un dilema como es adivinar si lo que dice Anna es verdad o no, nunca se consigue hallar por estar demasiado alejado de esta segunda característica. Lo que nos queda en La aparición es, por tanto, una pieza cinematográfica decente para aquellos apasionados de la temática, que encontrarán en ella un grato ejemplo de cómo se inicia y desarrolla una investigación sobre las apariciones, pero poco satisfactoria para los espectadores de a pie que buscábamos una historia y una narración con mayor carisma.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para @CineMaldito
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6
24 de agosto de 2018
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una pareja aterriza en un chalet que se encuentra apartado de todo rastro de urbanización. Hasta el medio del desierto ha acompañado la joven Jen a su amante Richard, un tipo rico y casado que parece andar metido en algún tipo de organización militar privada poco limpia. Tal sospecha se confirma cuando dos de sus colegas llegan a la casa portando armas y munición hasta en el páncreas. Lo que comienza como una estancia de buen rollito, donde el alcohol y la música pretenden compensar la evidente aridez del entorno, pronto se torna en un escenario delictivo que reúne traición, falsas promesas y un deseo de venganza.

A grandes rasgos, eso es lo que ofrece en sus primeros compases Revenge, una película francesa dirigida y escrita por Coralie Fargeat. La cineasta plantea de inicio una especie de denuncia sobre la situación de desventaja de la mujer en el terreno militar, el paternalismo que ciertos hombres ejercen sobre su figura y un alegato sobre la valía femenina en terrenos a priori considerados como de pura virilidad (la supervivencia en condiciones extremas, el uso de armamento…). Tales intenciones se diluyen pasado el primer tercio de film, una circunstancia que, sin embargo, resulta positiva para el desarrollo de la obra, puesto que el tono general de Revenge no deja demasiado espacio a la filosofía ni a plantear un debate serio sobre estos apartados.

Esta falta de profundidad narrativa que exhibe Revenge es probablemente el eje principal de la película, para lo bueno y para lo malo. Los cuatro personajes no son adalides de la inteligencia, sino que prefieren aprovechar las posibilidades que les brinda su cuerpo junto con algún rifle que les sirva de apoyo. Una excusa perfecta para centrarse en aquello que verdaderamente pide el espectador: la tensión que se deja notar cuando los cazadores buscan su presa y la acción que se desencadena. Armas, dinero y sexo forman un cóctel de tres ingredientes que, si no se combinan sabiamente, provocan una ambición desmedida en aquellos que se atreven a probarlo, como les sucede a los protagonistas de la obra. El resultado adopta la forma de caos para ellos, pero supone un verdadero chute de adrenalina para los que estamos al otro lado de la pantalla. La sensación de intriga que comienza una vez se sobrepasa el primer momento álgido de la película está realmente bien conseguida, y a lo largo de la misma observaremos varios clímax que culminan con un regusto más que aceptable.

A raíz de lo descrito, no es ningún atrevimiento el aseverar que la película funciona. Revenge da exactamente lo que en un primer momento parecía querer dar y consigue mantener el interés durante las casi dos horas de metraje. Es cierto que hay varias escenas que son una fantasmada, no ya por sobrepasar los límites del género o hacer poco creíble lo que sucede en pantalla, sino por las lagunas que surgen aun asumiendo los preceptos anteriores (seguro que no pocos se dieron cuenta de ello en la escena de la lata de cerveza). Pero tampoco se podía esperar mucho más de un producto que no iba destinado a cumplir a rajatabla con los presuntos estándares de calidad. Lo realmente decisivo es que esas secuencias de escasa credibilidad no ensucian el cuadro general del film, sino que, en determinadas circunstancias, incluso llegan a reforzar el espíritu del mismo. Al fin y al cabo, nadie con un mínimo de sentido se acomodaría a ver una cinta como esta sin saber que sus neuronas pueden tomarse un descanso durante la proyección. Si uno consigue asumir esto, descubrirá que Revenge es una película disfrutable.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para @CineMaldito
Kasanovic
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