Sencilla comedia negra de enredo que es adaptación de la obra de teatro homónima original de A. Paso.
Muy del estilo del autor, adquiere forma de entretenida película en la que se saca máximo partido a la vis cómica de J. Menéndez, J.L. López Vázquez y A. Soler Leal.

Una intrascendente velada navideña se convierte en campo abonado para todo tipo de malentendedidos y situaciones equívocas en la que no faltan cadáveres y visitas inoportunas.
Largometraje que permite una velada distendida y amena en clave de humor para disfrutar del buen cine español de los años sesenta.

Este Holmes que nos sitúa en un escenario jamás imaginado por Conan Doyle tiene muchas virtudes y, desde el punto de vista cinematográfico, posee un potencial casi ilimitado.
Pero en este episodio no han sabido sacarle partido.

Hay que reconocer su gran originalidad y su magnífica puesta en escena, pero la desmesura en la complejidad del argumento se convierte en mal enemigo cuando la trama adopta forma de farragosa sucesión de hechos muy rebuscados o se adentra en un laberinto lleno de marañas y de implicaciones casi insondables.

Estas minúsculas filmaciones que datan de los últimos años del siglo XIX poseen, en su sencillez, un incalculable valor como primeros referentes de entender el cine como un medio narrativo.

Disponen de un argumento, a veces mínimo, y por eso los directores se ven obligados a desarrollar un relato con formato cinematográfico.
En consecuencia deben utilizar unos recursos narrativos que por entonces no existían puesto que el cine no existía.
Así que comienzan a tomarlos prestados de la literatura en general y del teatro en particular.

Tomar, adaptar, mejorar y configurar un nuevo lenguaje significa el gran reto y el gran triunfo de cada una de estas pequeñas obras porque en ellas reside el germen de lo que un día llegará a ser el cine tal como hoy lo conocemos.

Grandioso espectáculo para un argumento de proporciones épicas de carácter histórico y voluntad de trascendencia que se incorpora a la pantalla mecida por una banda sonora solemne y grandilocuente.
K. Vidor maneja los hilos con precisión para que todas las partes brillen y combina los espacios abiertos con los planos muy cortos, la escaramuza guerrera con el intimismo y el candelabro de siete brazos con la lucha fratricida.
Pero también la soberbia con la humildad, el apasionamiento con la melancolía, la palabra bíblica con el rito pagano y el amor con la religión y la expiación.
Película de rango mayor por su argumento pero también por su excelente factura cinematográfica, por su capacidad de fabulación y por la magnífica interpretación de sus protagonistas Y. Brynner, G. Sanders y G. Lollobrigida.

El detective de los pasitos cortos y del bigote engominado aparece postrado en silla de ruedas y gravemente enfermo pero su ingenio no ha perdido perspicacia y los guionistas tampoco han olvidado sus recursos para hacer buen cine.
En el episodio se intercalan los fantasmas del pasado con las amenazas del presente en una intriga en la que cada personaje ocupa su lugar, cada frase posee significado y en cada escena se advierte ese toque de encanto cinematográfico que convierte el argumento en un guiño de complicidad para el espectador.

D. Suchet, que a la sazón contaba 66 años de edad, ofrece una nueva interpretación magistral para un papel particularmente difícil y comprometido.
Es lo que cabía esperar como epítome de sus muchos años de excelente carrera asumiendo la personalidad de H. Poirot.