Lo sé. Lo primero que viene a la mente es: se tenía que llamar Future Groundhog Day (El día de la marmota del futuro). Lo que nos ha marcado esa maravillosa película. Pero más allá de la similitud de formato, Edge of Tomorrow ha sido para mí toda una sorpresa inesperada. Lo primero, por su director. No soy fan de Doug Liman, ni siquiera de su Bourne, que me parece bueno pero el más flojo de la saga. Aún menos de sus trabajos posteriores. Pero para esta película de Cruise, Liman ha conseguido un entretenimiento bien construido, mejor ejecutado, moderadamente divertido y que hasta te roba unas pocas sonrisas. No se olvida de ir cediendo protagonismo a la acción para ir elaborando mejor a sus personajes y que el factor emocional y humano vaya haciéndose un importante hueco en el resultado final. Es cierto que gran parte del mérito lo tiene la sorprendente capacidad de síntesis que demuestra al contar la misma acción repetidas veces sin hacerla excesivamente aburrida. Hay un par de momentos que parece que va a caer en la monotonía, pero demuestra una poco usual habilidad para sobreponerse a este problema y hacer que progrese con fluidez. Hace que me olvide incluso de lo descabellado del argumento o de sus posibles incoherencias argumentales, incluido ese sospechoso final o la larga escena de acción que la precede. Todo lo demás acompaña a la perfección. Espectaculares efectos especiales, buenas interpretaciones y un equipo técnico competente. En un año en el que hemos visto cine de entretenimiento más que aceptable (X-Men Days of Future Past, How to Train Your Dragon 2 o sobre todo Dawn of the Planet of the Apes), Edge of Tomorrow no llega a alcanzarlas pero da guerra. Yo lo agradezco. Aun así, y a pesar de mi simpatía, dudo que aguante bien el paso de los años.

Continúo con mis pequeñas decepciones de 2012 y Allen se une a Yimou, Scott, Whedon, Stanton o Pixar entre los que no han cumplido las expectativas esperadas. Allen tiene un talento incuestionable, e incluso en este trabajo descompensado sale a flote cuando menos se lo espera uno. A pesar del tono ligero que tiene la película, se agradece el sentido metafórico de varios de los episodios, aunque no tengan el acabado impoluto de sus mejores relatos cortos. El mensaje sobre el efecto de la popularidad y la fama en el de Benigni y sobre el entorno que facilita la creatividad del artista en el de Allen me interesan, aunque no brillan. El episodio del matrimonio joven simplemente me parece espantoso. El mejor de todos, de lejos, es el de Alec Baldwin, que sin ser sobresaliente, mantiene esa ruptura temporal y espacial que Allen mostro de forma magistral en Annie Hall en un estimulante juego de diálogos, tiempos y reflexiones sobre la infidelidad. Pero el conjunto se me antoja irregular e inconexo. Mantiene el estilo de Allen, pero no su genialidad. Después de regalarnos una maravilla como Midnight in Paris, la decepción es más dolorosa. Habrá que esperar a la siguiente. Con Allen no hay que perder la esperanza.

Inteligente, original, divertida y maliciosamente romántica. Así es la propuesta que Marc Webb nos plantea en esta película que me ha sorprendido y mucho en un género en el que casi se nos ha privado de esperanzas de buen cine desde hace tiempo. Pero no es el caso. Hay mucho talento dentro de esta pequeña película. Desde un guion muy bien escrito, de elaborada estructura y diálogos con chispa, hasta la fresca dirección o el desparpajo de los actores principales, unos estupendos Joseph Gordon-Levitt y Zooey Deschanel. Todo parece funcionar en esta comedia que te hace reír y emocionarte mientras reflexiona sobre las relaciones románticas, con criterio y sentido común. Me recordó al cine de Allen. No en la piel, muy diferente al genio de Manhattan, sino en su corazón, sus ideas y el cuidado de los diálogos. No llega al mejor Allen, evidentemente. Eso está reservado a unos pocos grandes. Pero ya es un mérito importante que me lo recuerde. (500) Days of Summer es una espléndida comedia romántica (¿?) juvenil con un planteamiento adulto y un envoltorio juguetón que la convierte en una propuesta tan interesante como irresistible.

Para mi está claro que Emmerich nos lleva tomando el pelo muchos años, o al menos a los que a estas alturas nos dejamos. A pesar de que tiene un par de películas que me inspiran una menguante simpatía, por su capacidad de entretener más que por su calidad, el director alemán sigue empeñado en vendernos films que prometen ser lo último en cine espectáculo para encontrarnos una decepción detrás de otra. Entre las joyas, valga la ironía, que jalonan su filmografía están Soldado Universal, Independence Day, Godzilla o El Patriota, sobre las que reconozco sentir muy poco aprecio. 10.000 se mete de cabeza en el grupo por méritos propios. Para empezar por tener un guion pésimo, de diálogos y situaciones sonrojantes (véase la primera escena del tigre de dientes de sable) y personajes planos que no interesan en ningún momento. A esto se le suma la incompetencia de Emmerich tras la cámara, que fracasa en lo emotivo, en lo épico y en lo romántico, pero sobre todo en su aspecto narrativo (que hace aún más grande el abismo entre este trabajo y el Apocalypto de Gibson, con el que tiene ciertas coincidencias argumentales), mostrándose confuso y torpe en el manejo de la cámara y del montaje. Y seguimos. Los actores están simplemente de adorno. No están especialmente mal, pero no aportan nada. Tema aparte el tema de que los protagonistas parezcan constantemente modelos con rastas y mierda encima, a pesar de mantener unos dientes que de limpios ciegan la vista. Ni la música se libra del desastre, un compendio de tópicos, sin melodía ni temas de acción destacables que además copia descaradamente el tema central de King Arthur de Zimmer (y Kloser suma ya dos puntos porque firma parte del guion). A favor una correcta (poco más) fotografía y un irregular diseño de producción, que alterna momentos tan espectaculares y bien realizados en los efectos especiales (que no por su dirección) como la caza de mamuts inicial, con otros tan ridículos y mal hechos como las escenas de tigre dientes de sable. Al final una sola escena alcanza cierto atractivo visual, el de los barcos surcando el río con sus enormes velas rojas imitando aves. Y ya está. Un nuevo caso de película innecesaria, aburrida hasta límites insospechados y con pretensiones veraniegas aunque el estreno haya sido en invierno. A olvidar cuanto antes... si puedes.

Asombrosa y valiente propuesta francesa que no solo supone un hermosísimo homenaje a los orígenes del cine (más logrado incluso que en la magnífica Hugo) sino que es toda una defensa de una manera de hacer cine en vías de extinción que ha conseguido en los últimos años algunos de los momentos más inolvidables que nos ha dado el cine (como los inicios de Wall-e o Up).

The Artist también permanecerá en mi memoria. Por su historia y por su manera de contármela. No es un simple homenaje simpático o meramente estético. Sabe entender la esencia del cine mudo y utilizar sus virtudes con propiedad, aprovechando el poder de la imagen para hacer reír, para emocionar, para robar la esencia de unos personajes con los que se conecta de forma inmediata. No es nada fácil conseguirlo. Y Hazanavicius lo ha conseguido y con nota.

La historia fluye con naturalidad y consigue escenas de una brillantez poco habitual, como ese momento en el que repiten la misma escena los protagonistas y que es capaz de transmitir tanto con tan poco. Gran parte del mérito del calado emocional del film lo tiene Jean Dujardin, que realiza una interpretación excelente, llena de carisma y encanto. Técnicamente juega en ligas mayores, desde la ambientación, la fotografía o la banda sonora.

The Artist es una película hermosa, elegante, inteligente y entrañable. ¿Un clásico como dicen? Yo creo que sí.