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Críticas de José (FullPush)
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Críticas 313
Críticas ordenadas por utilidad
3
16 de marzo de 2012
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cada vez le pongo peores notas a estas mamarrachadas para "matar el tiempo." Ése era mi propósito, el de entretenerme fácilmente por un rato, digo, que no todos los días apetece echarse a la cara un menú degustación de esos tan finorris y, si me lo permiten, tremendamente imbéciles; no, a veces apetece una jugosa hamburguesa poco hecha, con su ración de pataticas fritas y su Coca-cola grande (joder, qué hambre me ha entrao). El caso: quizá el mejor lugar para practicar este in-sano ejercicio que digo pegue más en un cine, rodeado de jovencitos y jovencitas sin reputa idea en la materia más allá del último estreno semanal (y tan felices, oye, ya ves tú), pero yo al cine voy poco... lástima, echo de menos sentir que he tirado el dinero y cagarme en mi estampa. Jojojojojo, qué ironía la mía. Pero qué venía yo a decir ¿? Ah, sí, que me hago viejo. Que esta 'In time' me dio asco desde su premisa, que hay quien tilda de interesante y sugerente y a mí sólo me resultó ridícula. En realidad, me figuro que se le podría haber sacado partido, de alguna manera, no me miren que no tengo ni idea de cuál. Pero así no.

Tanto iba buscando yo "desconectar" que acabé quitando la película*. Total, el esquema que todos conocemos de <thriller de ciencia ficción para entes mononeuronales y de todas las edades** con ganas de disfrute rápido y a la carta, por automático y rutinario> no iba a cambiar ni en una puta línea. Y pa que me escupan la misma historia de siempre pues paso, a la mierda, vamos, que la tengo a un solo click. Adiós adiós a las tías buenas y a los dandis, al desfile de topicazos y sobradas, al salvarse en el último momento, a las miraditas a lo "soy el más macho del corral", a las peleas y persecuciones mal rodadas, a los protas anti-sistema porque sí, al drama rancio descorchado sin estilo y sin finura, a las frases masticadas y remasticadas, a los amores pegoteados porque me sale de los huevos, a las pronunciaciones afectadas como dándose importancia, al apartado técnico pulido sin nada detrás que lo sustente, a los malos malosos y muy ricos, a los trucos y las trampas cada dos escenas, a los buenos buenosos y sin blanca, al aburrimiento mayúsculo penosamente disfrazado, a la impersonalidad más absoluta en el guión y tras la cámara, al manual "cómprese una villa en Hollywood mientras rueda cualquier mierda y nosotros le aplaudimos en taquilla"...

Alegoría mis cojones.
Vuelve a leer el título.
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*¿Se queda o no se queda con la chica? ¿Cambian o no cambian el mundo? ¿Llegan o no llegan a tiempo? ¿Se quedarán en el intento? ¡¿A quién coño le importa?!

Lo tomaré como un sí. Me arriesgo ¬¬

**Hace falta más mala leche. Pero mucha.
José (FullPush)
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9
6 de noviembre de 2013
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me refiero directamente al artífice de la obra que nos ocupa porque considero que el artista, si es lo suficientemente honesto, abordará cuestiones que le inquieten de verdad y tratará de llevar a buen puerto sus ideas (o ausencia de ellas) con el fin de enarbolar un discurso más o menos consistente con que psicoanalizar no sólo su propio yo, sino el yo colectivo que visiona y es otro constructor más. Del mismo modo, la referencia al psicoanálisis no es casual, en tanto en cuanto Bergman podría ser catalogado como un frío observador que desmenuza y analiza concienzudamente toda presa de su cámara, de lo que se deriva que sus obras tengan siempre una fuerte evocación al bisturí y a la lógica del forense y ensayista. El olor a muerte es manifiesto.

El mismo título de la cinta arroja alguna clave para la reconstrucción, necesaria, de cuanto acontece bañado por la luz blanquísima, lechosa de renacimiento, del director de fotografía. Ahondando en la etimología de persona, se aprecia rápidamente el paralelismo entre la actriz de teatro (persona física) y el baile de máscaras que des/dibujarán su personalidad (persona íntima). La obra de Bergman es, ante todo, un estudio de las fases de erosión-aislamiento-resignación que habrán de darse en la actriz protagonista, símbolo de la angustia humana y de la náusea ante un mundo que arroja muy pocas respuestas con calado más allá del vértigo existencial, con lucha posterior o sin ella. La consecuencia más directa será que el tándem Elisabeth-Alma se revele como dicotomía indivisible, como caras distintas y complementarias de la acuciante contradicción.

Así es como, en efecto, se inicia esa lucha contra las pulsiones por parte de una actriz que ve en el silencio su último refugio, una última y desesperada oportunidad de escapar a la palabra inútil, a la cansina, incombustible acción del verbo frente a la nada. La nada: he aquí la Palabra, motor de ignición para las enfermedades del alma que se debate a coletazos estériles en busca de la plena conciencia del existir. La repetición de la imagen de ese prólogo que es tienda de los horrores parece inevitable: la vida es ser un niño que se tapa con una manta demasiado corta, que pasa frío en la cabeza o en los pies y debe decidir qué le molesta menos; la vida es ese mismo niño contemplando por televisión un desfile de violencia que no entiende. Es sufrimiento.

Nuestra protagonista sufre, claro que sí, ¿y quién no lo hace? Su batalla es la batalla del género humano en toda su extensión catalizada por el cine, sublimada por la evidencia de que la muerte no es tal en la pantalla; subrayada también, quizá, por eso mismo. Vuelve a la mente la imagen de un juego de manos y cabe preguntarse si es el director el que simula ser capaz de mirar a la cara a su demonio y reírse con él o si será la cinta misma, que se ha despegado independiente de su creador y establece para ella sus propios límites. La función durará lo que dure el objetivo. Nuestra protagonista sufre, pero su enfermera cree poder ayudarla, puesto que dice ser feliz y eso siempre es síntoma de superioridad moral, se dirá para sus adentros, equivocándose.

Poco a poco la cinta se despoja de sus máscaras, dejando el rostro de las dos mujeres al desnudo, de donde se desprende una mirada común que fundirá sus dos mitades, propiciando el trasvase de una a otra. Silencio y perorata, fatalismo y vitalismo en un enfrentamiento unamuniano por la pervivencia de la conciencia; todo un baile trágico del que da perfecta cuenta cierto plano de una estatua en clara posición de pataleta, de impostura vital en que se confunden perspectivas. En este sentido, conviene recuperar la palabra trágico, y es que para Bergman no hay comedias que valgan: la vida es una araña con apariencia de cordero donde sólo cabe la auto-curación sin esperanza traicionera, a modo de olvido y reverencia ante la nada con su manto. No es una conclusión feliz, ni mucho menos, pero nadie dice que abrazarla sea rendirse.

A este respecto, se me hace raro terminar sin mencionar la palabra dios en toda la crítica. No es casual en el cine de Bergman, en todo caso. El director se reserva el único papel de demiurgo de sus torrentes interiores y el espectador ha de acatarlo. Al fin y al cabo, es una cuestión personal. De fondo seguirá sonando la única banda sonora de la obra, que yo recuerde: la gota de agua. Prueba vital de que seguimos por aquí y que articula un pensamiento: cuando no hay nada que decir, nada resulta suficiente. Dualidad sintética de una sesión de cine en que perderse si no hay temor a la carencia de respuestas, al envés de los espejos y a ese otro yo que se perfila en la distancia amenazante. La gota de agua es el tiempo, que no se ralentiza para nadie, aunque, a veces, episodios de una sensualidad que se desborda pueden llevarnos a los límites de nuestra percepción y hermanarnos de dolor con estar vivos. Lo sabe Alma. Lo sabe Bergman.

Lo sabemos.
José (FullPush)
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9
3 de octubre de 2011
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por si algún lector no compartiera según qué teorías acerca de la in/existencia de un Más Allá celestial, lo que sí diré, o señalaré, es lo incuestionable de que su apéndice negativo años ha que se encuentra entre nosotros. Obviamente no me estoy refiriendo a ninguna especie de lugar de pesadilla donde el fuego adquiere un papel protagonista y allá donde uno mire encuentra almas en pena hirviendo en gigantescas cacerolas; me estoy refiriendo, claro, a algo mucho más sutil pero igualmente devastador, no apreciable quizás a simple vista, pero que, a poco que uno escarbe, se presenta perfectamente nítido y mortalmente peligroso: hablo, concretamente, de esos demonios interiores que todos llevamos donde quiera que viajemos, de forma más o menos consciente, qué importa, y que siempre encuentran cómo manifestarse con no muy agradables resultados. Es aquí donde entra la moral, el autodominio y la madurez de cada uno, donde se demuestra, en fin, de qué tipo de pasta estamos hechos y hasta qué punto somos capaces de tensarla sin llegar a destruirnos... tarea esta de lo más difícil. Sobrevivir y sobrevivirse, que se llama.

Kurosawa, con su película, no sólo dibuja un retrato inapelable y jodidamente amargo en torno a esa tara tan humana que es el odio, la envidia y lo común del sinsentido cuando toca hablar de ellos (¿buscan razones? lo más probable, y lo más real, es que no las haya); también se encarga, ya en la dirección, de que el resultado llevado a la pantalla sea lo más fidedigno posible en comparación con lo que cada uno ha visto y ve, si se empeña, cada puto día vaya adonde vaya -el Odio nos consume-. Así, yo también dividiría la cinta, como creo alguna gente ha hecho, en tres apartados: un inicio sobrecogedor, tenso de cojones y tremendamente ambiguo; una investigación policial de manual, en que no sobra ni falta absolutamente nada (aquí el único truco es la ausencia de él; rarísimo tratándose de un thriller); y una extensa parte final que es, de veras, una puta maravilla, no sólo por la atmósfera que consigue crear, sórdida, espeluznante, con una fotografía bestial, sino por las implicaciones de las que hablábamos hará unas cuantas líneas ...

No hace falta acudir a mundos aún desconocidos por los vivos para definir el Infierno, basta con mirar dentro de uno mismo y escandalizarse de hasta qué punto estábamos podridos. El director lo sabe bien, en tanto en cuanto quizá sus demonios sean, al fin y al cabo, los tuyos, los del tal secuestrador o, por qué no, también los míos.
José (FullPush)
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9
27 de abril de 2011
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
19 años han pasado desde que Tarantino se presentara al mundo con una ópera prima que es ya calificada por muchos como el mejor debut de la historia. Bien, sin entrar al debate, lo que es cierto es que más de uno daría lo que fuera por poseer en su historial semejante carta de presentación. De hecho, tras reinventar el thriller moderno con la obra que nos ocupa, son numerosos los fans que se le han ido descolgando al director, al cual acusan de no haber mantenido el nivel, ni de lejos, de sus dos obras maestras por excelencia: Pulp Fiction y, claro, Reservoir Dogs. Sin entrar tampoco a este segundo debate, lo que es de nuevo cierto es que sería muy jodido, pero mucho, conseguir con cada nuevo trabajo rozar la genialidad. Entre otros muchos factores, por la carencia del más importante de todos: la sorpresa. 19 años han pasado, y como es lógico, cada vez es más y más difícil el que a uno lo sorprendan.

Es por eso que cada cierto tiempo acostumbro a revisar aquellas películas que, en mayor o menor medida, me han ido formando como espectador, convirtiéndose en mis favoritas, sin que eso implique cerrar las puertas a futuras candidatas. Reservoir Dogs es, pues, y será, si así lo quiere el destino, una de las pocas elegidas, por motivos varios y diversos. Pero quédense, más que con ningún otro, con unas interpretaciones colosales, hechas a la medida de cada uno de los actores que tienen a bien pasear sus más o menos conocidos rostros por la pantalla (nunca se les vio más cómodos en sus respectivos roles, en serio), y, obviamente, con un guión que es todo él un portento de agilidad, buenos diálogos y frescura, se recurra o no al insulto como enlace de sus frases, pues no es costumbre entre ladrones el engalanar sus comentarios ("ni que fuéramos maricones"). Con sólo tener en cuenta los dos apartados mencionados merece la pena echarle un vistazo a la cinta, y eso sin haber mencionado su perfecto trabajo de montaje, su genial banda sonora y el puto ESTILAZO que derrocha en cada secuencia. Puro oficio.

PD. Mención especial para el doblaje, de una calidad acojonante.
José (FullPush)
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9
22 de agosto de 2013
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Considero el verdadero terror como una forma de autodescubrimiento, de reconocerse a la manera del relámpago entre dos irrealidades -quienes somos y quienes creemos ser-, ninguna de ellas plenamente consciente si no es por un impulso. La significación es un asunto peliagudo, y el terror actúa de intermedio, del mismo modo que la puerta que chirría y deja paso a una luz tenue, permitiendo el intercambio. Te ofrezco sueño por temblor. Y viceversa. Es una forma de estar vivo y más allá, quizá de no morir, y es que hay quien vive sin hacerlo. El verdadero terror, pues, no negocia superficies, su herramienta es invisible y puntiaguda, escarbará si se le deja.

Los relatos de Allan Poe son inmortales, pues ignoran coordenadas, del aquí y ahora se bifurcan hasta el eco sordo de un instante más antiguo, el del miedo. Todo nacimiento es un grito hacia el futuro desde el siempre, y la magia ocurre cuando menos se la espera, desde el fondo. Jean Epstein, con su cámara, hace cine y no hace nada, sólo filma un espejismo, una ausencia que delata su verdad más inminente, la del desaparecido. La muerte envuelve todo con su manto, los objetos devienen en ruinas gigantescas, pero el mito no se aprecia.

Tras más de 80 años de latencia, el que mira sólo observa los fantasmas. Y se estremece.
José (FullPush)
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