Buñuel termina su larga carrera con la adaptación de una novela así titulada, proyecto que tuvo en mente durante mucho tiempo, y que relata la obsesión de un hombre maduro y burgués por una mujer.

A pesar de tener 77 años de edad aún se aprecia su capacidad narrativa y humor socarrón: la devota madre de la chica acepta de buen grado vender a ésta prácticamente al hombre de buena posición y que más adelante trabaje en un club, o la noche que se acuestan juntos a él le es imposible quitarle su apretada y atada ropa interior.

Los símbolos surrealistas no faltan, pero hay un elemento inusual a lo largo de la trama, consistente en una serie de atentados terroristas que asolan las calles.

Realmente se trata de una parodia que se ríe de casi todo, en especial de la realidad de su país y del cine de Hollywood, en la que en algunos momentos se pueden reconocer referencias directas a títulos como por ejemplo Mentiras arriesgadas o a cualquiera de las muchas que han emparejado a policías dispares.
Los diálogos y actuaciones son lo mejor, con toda la ironía e ingenio de que suele hacer gala el cine argentino y si el guión camina hacia lo inverosímil, esto no es más que parte de la broma.
La buena realización remata la faena, para una comedia inteligente muy de agradecer en estos tiempos que corren.

El thriller psicológico de las características de El maquinista presenta un inconveniente y es que hay muchos precedentes en el género y a estas alturas es difícil sorprender y ser totalmente original.
Sin embargo, pese a que los ingredientes no sean nuevos y a nuestra mente acuda en algunos momentos tal o cual película, es innegable que están muy bien manejados y logran crear tensión y un interés creciente al espectador hasta un final que, al menos, no estropea las cosas, como muchas veces ocurre.
Christian Bale está excelente, no ya por la apariencia, sino porque logra dar la carga dramática y humana que requiere a ese hombre que se ve inmerso en una sucesión de extrañas situaciones y que presenta un progresivo detereioro físico, aunque, como él dice, no está enfermo, ni bebe habitualmente, ni consume drogas.

Scola es un cineasta singular que realiza sus trabajos alejado de modas y, con un estilo reposado y contemplativo, aquí nos cuenta un momento de la vida de dos seres anónimos en la plenitud del fascismo en Italia.

De actores tan grandes como Loren y Mastroianni extrae interpretaciones concisas pero carnales y veraces acercándose estrechamente a ellos, pero también marcando la distancia adecuadamente.

Sophia Loren raya a gran altura con su ropa raída, aspecto fatigado y un rostro que sólo por momentos se ilumina, Mastroianni hace nuevamente una demostración de que nadie como él es capaz de pasar de lo dramático a lo cómico y viceversa.

Fotografiada exquisitamente por el maestro Pasqualino de Santis, es un sereno encuentro de dos personas a las que la vida no trata bien pero, ¿hay un futuro para ellos?

Acercamiento a los temores y confusión de la infancia, pero contextualizado bajo la sombra de la guerra civil como ese monstruo que asoló a un pais y, recién acabada, aún sigue teniendo un efecto destructivo sobre los que sobrevivieron. La muerte aparece en esas setas venenosas que el padre describe a sus hijas, los juegos de éstas colocando sus cabezas sobre las vías cuando el tren se aproxima, o la visión de la película Frankenstein que tanto impacta a la niña protagonista.

Es tan fascinante y magnética que deleita verla una y otra vez, sencilla en el aspecto formal pero también compleja en su sugerente construcción, con personajes que, aunque hablan poco, se nos apunta esconden tanto, sus largos silencios y sobre todo esos ojos grandes y profundos de Ana Torrent que, ávidos de distinguir entre la realidad y la fantasía en los misterios de la vida que le rodea, atisban, se asoman fuera de la colmena, a una España cuyos horrores están aún latentes y acechantes.