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España España · Madrid
Críticas de Pedro
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Críticas 265
Críticas ordenadas por utilidad
10
24 de mayo de 2005
215 de 230 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si “El hombre que mató a Liberty Valance” de John Ford resulta una obra maestra del western a partir de la ausencia de énfasis en el tratamiento del guión, esta película lo es precisamente por lo contrario: los efectos que enfatizan claramente la acción, como por ejemplo pueden ser las referencias al reloj, la excelente música de Dimitri Tiomkin o los sucesivos planos del tren que se acerca cuando llega el medio día. Lo cual demuestra que no hay una técnica concreta que sea la llave para hacer un gran cine –algo que se puede extrapolar a todo el arte– sino que es en el manejo y dominio de cada tipo de técnica para acomodarse a cada circunstancia del argumento donde se encuentra más bien la clave. Fred Zinnemann consigue esto magistralmente en “Solo ante el peligro”.

El elemento más sobresaliente de esta obra lo aporta el desarrollo en tiempo real. Uno puede pulsar el cronómetro al comienzo de la proyección y comprobará que cada minuto y cada segundo coinciden con aquellos en que transcurre la historia: 84 minutos, ni más ni menos. Zinnemann usa esto como el recurso principal para crear y aumentar la tensión recordando que el instante anunciado desde el principio se va acercando implacable mientras que el protagonista hace lo posible por buscar una solución a su soledad que no llega. Así la historia se convierte en la precisa crónica de un momento anunciado, y como una excelente crónica en directo aparece narrada.

La soberbia interpretación del gran Gary Cooper con cada rictus ayuda a comunicar los sentimientos contenidos y la tensión creciente de modo que el espectador se introduce en la trama hasta tal punto que le dan ganas de agarrar un rifle y prestarse como voluntario para ayudante del sheriff. Claro que para lograrlo también el mérito está en la cámara y en esos planos cortos que recogen la expresividad de cada personaje desnudando con pasmosa sinceridad sus verdadero interior y mostrando de qué pasta están hechos ante una situación límite. Sin olvidar, por supuesto, el inmenso hacer de Carl Foreman con un guión redondo que dosifica y desarrolla la acción descubriendo paulatinamente las circunstancias de los protagonistas, las relaciones entre ellos, para explicar por qué y cómo reacciona cada cual ante lo que se avecina.

Cuando las agujas del reloj de la estación marcan las doce en punto y suena el pitido del tren, ya no nos queda ninguna uña más que morder y no hay nadie a quien se le pase por la cabeza levantarse del asiento ni para ir al lavabo. El polvo que se levanta en las calles de Hadleyville se cuela hasta el patio de butacas y el aire denso podría cortarse mientras que el sheriff Will Kane aguarda a Frank Miller y nosotros nos sorprendemos llevando la mano a un costado para buscar la culata de un revólver que no llevamos.
Pedro
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7
6 de octubre de 2022
210 de 233 usuarios han encontrado esta crítica útil
Recuerdo la novela de Torcuato Luca de Tena como una de las más apasionantes que he leído. Muy centrada en la psicología de los personajes a la par que realista en el entorno de un hospital psiquiátrico. Un personaje femenino protagonista realmente arrebatador a la par que ambiguo en su forma de ser, y una trama que captura y confunde al lector de forma que hasta casi el final no es capaz de decidir si la verdad es de locura o la locura es de verdad. También llega a ser entrañable y asombroso el desarrollo de muchos de los pacientes del psiquiátrico.

Esta película que adapta la novela no es completamente fiel y se centra más en la intriga y el thriller que en los perfiles psicológicos y el desarrollo dramático de más personajes. La frase que da título a novela y película en esta última se le atribuye al director del hospital, en la novela era uno de los locos el que titubeando entre sollozos la decía. El final de la novela también es más hermoso, tranquilo pero cargado de mucha emotividad. Esto es un poco muestra de que el guión ha condensado bastante y al hacerlo posiblemente ha perdido en profundidad cambiándola por escenas con algo más de efectismo, aunque no obstante la esencia de la novela sí se puede encontrar en la película, lo cual unido a unas buenas interpretaciones especialmente de Bárbara Lennie y Eduard Fernández, pero también del reparto de secundarios (donde destacaría el personaje del loco Ignacio interpretado por Pablo Derqui), y a un guión dinámico, hacen que en las dos horas y media de metraje no disminuya el interés siendo el resultado general más que satisfactorio.

La dirección artística logra una buena ambientación, la narrativa se maneja con buen ritmo, la fotografía juega bien con exteriores e interiores, luces y sombras, y algunas escenas llegan a ser en mi opinión bastante buenas, como por ejemplo el modo en que Oriol Paulo decide mostrar introduciendo oníricamente a la protagonista en secuencias del pasado cómo funciona su mente para reinterpretar aquello que necesita volver a ajustar dando sentido al conflicto en sus argumentos. Así el personaje de Alice queda realmente bien desarrollado dándole ese carácter de mujer sumamente inteligente a la vez que altiva, orgullosa de sí misma y nunca dispuesta a torcer su brazo, aunque también capaz de mostrar sensibilidad por quienes la rodean.

Hayas leído o no la novela antes, simplemente déjate llevar por la película, no te aburrirás y es posible que disfrutes de principio a fin sin que como en el libro deje de carcomerte la intriga de lo que ahí realmente está pasando. Y si al final te ha gustado lo que has visto y no conoces la novela, te animo a leerla, porque merece mucho la pena hacerlo y probablemente incluso te atrape más que la película.

"No te preocupes por ellos -le decía a Dios- por... por... porque... Todos son equi... equi... ¡eso es! equivocaciones tuyas. Son los ren... renglones tor... torcidos, de cuando apren... apren... ¡eso es! aprendiste a escribir. Los pobres locos -continuó ahogado por los sollozos- son tus fal... faltas de orto... orto... ortografía."

(Torcuato Luca de Tena, “Los renglones torcidos de Dios”, 1979)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Pedro
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9
28 de agosto de 2005
163 de 172 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jon Avnet firma un relato de exquisita ambientación sureña no exento de intriga que gira en torno a Whistle Stop, un pequeño pueblo de Alabama donde se cometió un asesinato. Pero esta película es sobre todo la historia tratada con delicadeza y cariño en cada fotograma de lo que es mucho más que una amistad entre dos mujeres: la “encantadora de abejas” Idgie y la resplandeciente Ruth, para cuyo desarrollo el perfecto trabajo de diálogos, gestos y miradas entre Mary Stuart Masterson y Mary-Louise Parker resulta crucial.

La novela de Fannie Flagg en la que se basa el guión es más explícita respecto a los sentimientos entre las dos protagonistas. Sin embargo, es precisamente ese tratamiento sutil, leído entre líneas, de una poderosa relación de amor lo que hace a “Tomates verdes fritos” una gran película; pues esos sentimientos se nos presentan como poesía visual y argumental. De este modo, al principio, cuando el espectador aún no sabe hacia dónde caminará la historia ni quiénes son sus verdaderas protagonistas, el director ofrece un primer plano fugaz de una pequeña Idgie cogiendo la mano de una adolescente Ruth mientras cruzan un puente. Toda una declaración sobre lo que nos queda por descubrir en las dos horas de metraje.

Estos hechos se desarrollan como un suceso del pasado que se nos desvela retrospectivamente intercalándose poco a poco dentro de otra historia contemporánea de boca de Ninny Threadgoode –una entrañable anciana interpretada en un gran trabajo por Jessica Tandy–. Acaso es este hilo paralelo el que contiene las partes más flojas de la película cuando se nos muestran algunos detalles de la vida conyugal de Evelyn Couch: otro personaje femenino encarnado por Kathy Bates, que es a quien Ninny cuenta esa historia que tanto terminará influyendo en su modo de ver la vida. El espectador no desea sino que cuanto antes Evelyn se reúna otra vez con Ninny para que ésta continúe ese tan absorbente y poderoso relato, tanto para Evelyn como para nosotros, que una vez sucedió entre los olores a tomates verdes fritos del Café de Whistle Stop y que permanecerá vivo, como sus personajes, mientras quede alguien para seguir contándolo.
Pedro
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10
23 de mayo de 2005
147 de 164 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con este western, John Ford, aunque parezca imposible, se supera a sí mismo después de soberbias creaciones del género como “La diligencia”, “Centauros del desierto” o “Pasión de los fuertes” y la grandísima altura alcanzada en otros trabajos de distinto registro como “Las uvas de la ira”, “¡Qué verde era mi valle!” o “El hombre tranquilo” –por citar sólo una breve muestra–. Lo hace además por la puerta grande, construyendo con implacable eficacia unos personajes, tanto principales como secundarios, que poco tendrían que envidiar a los del mismísimo Dostoievski, y donde esto junto al papel de héroe romántico de John Wayne hacen de esta película la Casablanca del western.

La cuidada fotografía de Clothier y el empleo de efectos como el rodaje de la escena clave desde distintos ángulos para la inclusión de diferentes personajes y hechos que se nos van descubriendo a lo largo del guión mediante el uso del flashback, merecen por sí mismos el calificativo de obra maestra. Si a esto unimos además una historia sólida, brillante, llena de emociones, no exenta de su intriga y sorpresa, y contada con un ritmo narrativo preciso pero natural, sin énfasis, donde es casi imposible decantarse por una escena favorita –la cena en la casa de comidas, las elecciones en la taberna, la muerte de Valance, la borrachera y depresión de Tom…–, tenemos el mejor trabajo sobre el Lejano Oeste de todos los tiempos y una de las más grandes películas nunca filmadas.

Cuando Ford decide prescindir de rodar en espacios abiertos para meterse en interiores y decorados –seguramente obligado por el presupuesto a tener que elegir entre esto o pagar el caché de entonces para Wayne y Stewart–, estaba casi sin quererlo comenzando la factura de una película inusual entre las del género, donde por el contrario lo que priman son las grandes praderas o los desiertos sin horizonte. Tal vez esa arriesgada ruptura con lo habitual, junto a la decisión arbitraria del blanco y negro en una época de reinado del color, fue lo que motivó que en la fecha de su estreno pasase casi desapercibida; pero con el tiempo se ha colocado en el lugar que le corresponde en el podium cinematográfico.
Pedro
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9
7 de diciembre de 2005
131 de 134 usuarios han encontrado esta crítica útil
El gran Duke Ellington, además de conseguir un pequeño cameo en esta película inteligentemente dirigida por Otto Preminger, supo dar la ambientación musical apropiada a la historia con la composición de jazz que terminó llevándose ese año el premio Grammy. La música acompaña a ritmos improvisados un transcurrir de los personajes que igualmente se nos antoja improvisado sin llegar en ningún momento a desvelarnos si el acusado (Ben Gazzara) y su seductora esposa (Lee Remick) nos engañan o son sinceros. Es precisamente esta ambigüedad lo que dota a la película de uno de sus mejores encantos dejando al final algo en qué pensar.

Otro punto fuerte es la magnífica interpretación de James Stewart en su papel de abogado descarado, algo irrespetuoso en la sala del tribunal, pero siempre seguro de sí mismo. Las más de dos horas y media de película, tras una larga y cuidada introducción de los personajes principales, nos envuelven en la creciente tensión del proceso judicial, con testigos, interrogatorios y feroz duelo dialéctico entre la defensa, la acusación y el juez, salpicado todo ello con medidas y acertadas dosis de humor.

Por poner una sola pega, tal vez el parlamento casi al final del abogado borrachín y amigo del protagonista acerca de las bondades e importancia de los miembros de un jurado resulta algo pomposo, un poco forzado, y no consigue su aparente propósito sobre el espectador. Nada que ver con por ejemplo esa misma intención muy bien conseguida en la magistral “Doce hombres sin piedad” de Sidney Lumet sin necesidad de un discurso explícito al respecto. Pero, en definitiva, la virtud del contenido de la película está en su trama, en los entresijos judiciales, en el tratamiento de personajes y en las dudas planteadas sobre la eficacia judicial frente a la dualidad de la verdad y la mentira, más que en ninguna otra cosa.

En la época del estreno ese pequeño discurso de más sí debió antojarse interesante mientras que lo que parece que provocó la polémica fue el empleo de palabras como “bragas”, “esperma”, “penetración”, “puta”, “anticonceptivo” o “violación”. Incluso el padre de Stewart recomendó en su periódico local no ver aquella “sucia película” que había protagonizado su hijo. Cosa que no haré yo, muy por el contrario, recomendando sin dudas este clásico que no hay que perderse.
Pedro
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