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Críticas de travis braddock
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Críticas 152
Críticas ordenadas por utilidad
6
18 de septiembre de 2015
20 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ahora que declina el verano y que la mayoría de la gente ha apurado sus vacaciones, llega el momento de pensar en lo que ha dado de sí el período estival y si ha aportado alguna respuesta a nuestras inquietudes. Porque muchos se toman vacaciones como una huida de la rutina y de las miserias cotidianas, pero lo cierto es que los problemas que tengan previamente no se solucionan por sí mismos y continúan ahí una vez que los días libres se han terminado. En vacaciones podemos tratar de hacer cosas que no hacemos en el día a día, quizá creyendo que disponemos de carta blanca para salir de nuestros límites, pero las consecuencias, positivas o negativas, se dejan notar igualmente. Aunque el buen tiempo pueda darnos alas para tratar de escapar a lo que se espera (o esperamos) de nosotros, la realidad sigue siendo la misma y tarde o temprano viene a pedirnos cuentas. Y algo así les sucede a los protagonistas de ‘Una semana en Córcega’.

Las tramas en las que un hombre maduro se ve envuelto en una relación platónico/amorosa/sexual con una mujer mucho más joven han sido ampliamente exploradas en el cine, sin ir más lejos en películas tan celebradas como ‘Lolita’, la adaptación de la novela de Vladimir Nabokov. Aunque han sido más frecuentes las historias donde el hombre mayor seduce a la jovencita, también hemos visto el lado inverso, donde es una mujer la que se hace con los afectos de un hombre más inexperto, como en ‘El graduado’ o ‘Harold y Maude’. Estas relaciones surgen siempre de la fascinación de la insegura juventud por la sensación de seguridad que se percibe en la madurez, cuando lo cierto es que el personaje más adulto tiene tantas o más inseguridades, al estar más curtido en decepciones de todo tipo. Incluso puede darse el caso de que sea el personaje joven el que acabe llevando la voz cantante en la relación y acabe aprovechándose y dañando al más veterano, que esperaba una oportunidad de encontrar un alivio a su amargura vital. Lamentablemente, Jean-François Richet no está a la altura de Stanley Kubrick, Hal Ashby o Mike Nichols y los resultados no son los mismos.

‘Una semana en Córcega’ sigue los patrones más convencionales, dignos de novela rosa y vodevil, que uno pueda imaginarse a la hora de afrontar la convivencia de un hombre de mediana edad con una adolescente. Él está divorciado, se conserva bien y tiene su atractivo físico, con una personalidad relajada que le hace ser un padre liberal con su hija. Ella es la hija de su mejor amigo, que le ha educado bajo unas normas más tradicionales y que sin embargo tiene un espíritu soñador que le lleva a sentirse atraída y a coquetear con ese hombre mayor que parece tener algunas respuestas a aquello que ella no entiende del mundo. Cuando la relación se consuma llega la hora de la comedia de enredo, con él tratando de ocultar la aventura a su mejor amigo mientras ella juguetea con él, sin importarle que se sepa la verdad. El mejor amigo es además un hombre algo neurótico y afectado por la relación con su mujer, por lo que la confesión se hace más difícil de afrontar. Como ven, la situación les sonará familiar de haberla visto previamente.

Muchas veces el problema del cine no es que las historias se puedan repetir (de argumentos ya vistos siguen apareciendo películas maravillosas), sino el modo de contarlas, que en el caso de las cintas más comerciales es siempre similar. Richet se deja llevar por lo más obvio en el retrato de esa relación con tintes prohibidos (aparte de ser la hija de su amigo, ella es aún menor de edad) y la enmarca en un entorno incomparable, como son los bellos parajes corsos en los que discurre esta trama veraniega. Laurent y Louna se dejan llevar por ese influjo mediterráneo y después deben apechugar con las consecuencias, pues no solo se trata de ellos, sino de las personas que están cerca y de las normas sociales, que no descansan ni en verano y a las que no les importan si ellos son más abiertos o más cerrados de mente. Es en estos apuntes dramáticos donde está lo más interesante de un filme donde la comedia ligera predomina. Con una trama parecida y un desarrollo más curioso se desarrollaba la reciente ‘Dos madres perfectas’, donde Naomi Watts y Robin Wright se intercambiaban a sus retoños, creando un lugar propio alejado de ciertas obligaciones.

Lo que no se puede negar en ‘Una semana en Córcega’ es que los actores escogidos dan el pego a la hora de dar vida a sus personajes. El rostro duro y turbio de Vincent Cassel le ha forjado cierta aura de sex symbol que le viene al pelo para interpretar a ese madurito que atrae la atención de la intrigante Louna, a la que Lola Le Lann le dota de ese encanto que la hace diferente de tantas otras adolescentes. Por su parte, François Cluzet, al que sus más de 30 años de carrera en el cine francés le han valido para ser conocido como el inválido de ‘Intocable’, aporta oficio al rol más pasado de vueltas de la historia.

‘Una semana en Córcega’ no es una mala película, es entretenida y se deja ver, pero no deja ser una muestra más de esas cintas estivales que ofrecen una trama de aires escapistas para aquellos que sueñan con lugares paradisiacos y posibles amoríos con gente guapa, que los saquen de una cotidianeidad más insulsa. Porque en verano todo parece posible, hasta que se acaba.
travis braddock
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7
19 de abril de 2015
19 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
El francés Jean-Jacques Annaud es uno de los grandes veteranos del cine europeo, con una carrera que abarca cuatro décadas tras su debut a mediados de los 70 con ‘La victoria en Chantant’. Annaud es uno de esos directores que ha hecho un poco de todo y que están a medio camino entre el artesano y el autor. No podemos decir que sus películas sean obras difíciles, más bien al contrario, son filmes al alcance de la amplia mayoría, rodados con solvencia y sentido del espectáculo. No llega a las coordenadas hollywoodienses de su compatriota Luc Besson, pero tampoco a las de autores más minoritarios del cine galo. Sin embargo, ello no le ha impedido dotar a buena parte de su filmografía de un estilo propio que bebe de los antiguos artesanos del Séptimo Arte, capaces de facturar obras de gran interés sin olvidarse de que van dirigidas al gran público. Así, Annaud ha realizado cintas como ‘En busca del fuego’, ‘El nombre de la rosa’, ‘El amante’, ‘Siete años en el Tíbet’, ‘Enemigo a las puertas’ u ‘Oro negro’. Uno de los aspectos en los que parece haberse especializado es en el protagonismo de los animales en algunas de sus tramas, caso de ‘El oso’, ‘Dos hermanos’ (con la presencia estelar de una pareja de tigres) y su último proyecto hasta la fecha, que llega ahora a nuestras pantallas, ‘El último lobo’.

Más allá de sus orígenes, Jean-Jacques Annaud es un director que ha rodado la mayor parte de su filmografía fuera de Francia y en otros idiomas, algo que vuelve a hacer con ‘El último lobo’, realizada en localizaciones de China y Mongolia con actores locales y hablada en mongol y chino mandarín. Todo ello para contar una historia que pone énfasis en la relación del hombre con la naturaleza, una relación siempre en la cuerda floja por las ansias expansionistas del ser humano y la amenaza que supone para otras especies, en este caso lobos. Chen Zhen es un joven chino educado en los nuevos valores de la sociedad que llega a un poblado de Mongolia en el que el tiempo parece haberse detenido. Un lugar en el que sus habitantes recurren al nomadismo para soportar el paso de las estaciones y donde los cadáveres se entierran allá donde caen, porque es así como lo quiere su divinidad. Un lugar en el que los hombres y los lobos se tratan como iguales y mantienen una suerte de pacto silencioso para no perjudicarse mutuamente. Los hombres les dejan parte de la caza y los lobos no atacan a sus rebaños.

Como no podía ser de otro modo, este equilibrio se verá amenazado con la llegada de la sociedad industrializada, que busca llevarse todos los recursos a su alcance y también mermar la presencia de lobos en la zona, algo que no gustará a los cánidos, que se tomarán la justicia por su mano. A pesar de que hombres y lobos no pueden ni deben relacionarse, el joven chino acabará apiadándose de las matanzas de lobeznos y se quedará con uno de ellos al que criará como su mascota, a escondidas del resto de pobladores, sin saber que la raza acaba pesando (como diría el refrán, “la cabra tira al monte”) y ese lobo criado en cautividad será objeto de disputas entre los dos bandos.

Habrá a quien le pueda dar pereza una historia ambientada en las praderas de Mongolia sin actores conocidos, pero Annaud es viejo zorro y sabe construir una historia en la que usa ese entorno natural para dar un mayor poderío visual (no en vano la película se estrena también en formato 3D) en una trama que recuerda al western tradicional, en la que los indios son los lobos, que acechan en silencio desde las alturas la actuación de sus rivales y los humanos son los vaqueros, víctimas o verdugos según la ocasión. Todo ello pespunteado con la música de tono épico compuesta por James Horner (‘Titanic’), en la que el autor vuelve a repetir esa nota musical de trompeta que ha dejado caer en otras de sus bandas sonoras, en una especie de firma sonora.

Fue Hitchcock el que dijo que era mejor no trabajar ni con niños, ni con animales ni con Charles Laughton y el hecho de usar animales ha creado no pocas dificultades en el rodaje de varias producciones. Sin embargo, eso no parece ser un problema para Jean-Jacques Annaud, que tras vérselas con osos y tigres, también sale airoso de hacerlo con los lobos, criados para su participación en el filme. Los cánidos de ‘El último lobo’ dan la talla como antagonistas de los hombres en un canto al amor por la naturaleza, la necesidad de respetarla y protegerla para nuestra propia supervivencia. A este mensaje el director francés le añade su habitual toque lúdico, ayudado por el guión de John Collee (‘Master and Commander’) y Alain Godard, colaborador habitual del director, que adaptan la novela autobiográfica de Jian Rong. El resultado final es una película muy entretenida y visualmente excelente, muestra de ese cine hecho a la vieja usanza, del que merece verse y disfrutarse en pantalla grande.
travis braddock
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7
30 de mayo de 2012
19 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
El filme es la nueva producción de Remi Bezançon, un realizador que cosechó un gran éxito con "El primer día del resto de tu vida" y que ahora retrata la llegada de la maternidad de una forma cercana. Acostumbrados a cintas ñoñas y sensibleras, que se centran en la parte más amable de ese cambio en la vida de una mujer, aquí predomina el acercamiento realista, con un tono agridulce.

La protagonista es una mujer con inquietudes culturales y la cabeza en las nubes, dedicada a los estudios filosóficos. El embarazo le bajará a la tierra, le creará dudas sobre su capacidad como madre, dudas que se convertirán en pesares cuando llegue el bebé. Su vida deseada y su vida real sufrirán una gran contradicción, llevándola a replantearse sus necesidades y sus prioridades.

Es curioso como va variando el tono de la película a medida que avanza el proceso de maternidad. Al principio hay una cierta ilusión y predomina la comedia: se habla de cómo se llamará el bebé, cuál será su sexo, de los cambios hormonales, del sexo durante el embarazo o de la relación de la protagonista con su madre "hippy" (una estupenda Josiane Balasko). Una vez nace la criatura, el tono va virando hacia el drama, con una mujer que no se siente capaz de ser la clásica matrona protectora y de sacrificar muchas de las cosas que hacía, que siente que el bebé le está robando su vida.

Cabe destacar a Louise Bourgoin en el papel la atribulada Barbara, demostrando que además de una mujer de gran atractivo es una buena actriz. La descubrí hace cosa de un año en la película "La hija de Mónaco" y desde entonces le sigo la pista. Ella es la que lleva el peso del filme y lo hace con brillantez, teniendo un peso más secundario el personaje masculino (bien defendido por Pio Marmai).

Una película recomendable para todos aquellos que quieran conocer un poco los entresijos de la primera maternidad, aunque pueda resultar incómoda a los que se hallen en una situación similar a la de sus protagonistas, con temor a la llegada de ese primer bebé que siempre cambia la vida de los que lo tienen.
travis braddock
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6
5 de agosto de 2015
19 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
A finales de los años 60 y principios de los 70 aparecieron en el cine estadounidense una serie de directores y guionistas que reinventaron las películas que se producían en Hollywood. La época clásica, con sus realizadores, escritores y actores, estaba ya haciéndose mayor o pasando a mejor vida y esa fue la ocasión ideal para la irrupción de un puñado de cineastas que tomaron el relevo, muy influidos por las nuevas olas llegadas del resto del mundo. Algunos de ellos quisieron tomar cosas del pasado y unirlas con las nuevas ideas mientras que otros rompieron directamente con las formas establecidas. Por su parte, los hubo que optaron por reivindicar y continuar con lo que habían hecho sus mayores, como es el caso de Peter Bogdanovich. Neoyorquino descendiente de judíos europeos que emigraron para evitar la barbarie nazi, Bogdanovich empezó escribiendo sobre cine y reivindicando la figura de John Ford, Howard Hawks u Orson Welles, que para algunos en aquel momento ya eran cosa del pasado. Fue Roger Corman quien le dio la oportunidad de debutar detrás de la cámara, apadrinándole en ‘El héroe anda suelto’ y en ‘Viaje al planeta de las mujeres prehistóricas’ y el éxito le llegó con su tercer filme, ‘La última película’, una historia de tintes nostálgicos rodada en blanco y negro que ya dejaba claro por donde iban sus gustos en aquellos años de cambio. La cinta le deparó todo tipo de parabienes y dio comienzo a su época dorada, en la que también alumbró las igualmente aclamadas ‘¿Qué me pasa, doctor?’ y ‘Luna de papel’. La alegría no duró mucho más y con ‘Una señorita rebelde’, que había dirigido para mayor gloria de su pareja de entonces, Cybill Shepherd (que le fascinó tanto en ‘La última película’, que abandonó a su mujer por la actriz luego vista en ‘Taxi Driver’ y ‘Luz de luna’), llegaron las malas críticas y el comienzo de una carrera irregular. Ocasionales éxitos como ‘Máscara’ o ‘¡Qué ruina de función!’ no han evitado que Bogdanovich haya decepcionado a muchos que esperaban más de él por lo que apuntaba en sus inicios. Y ahora, con algunos telefilmes a sus espaldas, el director vuelve al cine con ‘Lío en Broadway’.

Como amante del cine clásico, Bogdanovich asegura que las mejores películas ya han sido hechas y por ello procura fijarse en esos modelos para hacer sus producciones, alejadas de modas y nuevas interpretaciones. En ese sentido se inscribe ‘Lío en Broadway’, una comedia de enredo a la vieja usanza, inspirada en las de Ernst Lubitsch, de hecho la cita de “ardillas para las nueces” que da sentido a la trama está tomada de ‘El pecado de Cluny Brown’. Para sacar adelante la película, el realizador ha contado con la colaboración de Wes Anderson (‘El gran hotel Budapest’) y Noah Baumbach (‘Frances Ha’) en la producción ejecutiva, dos directores cuyos universos van por otros derroteros a los de Bogdanovich, pero que han querido ayudar a un creador que ya pasó sus mejores años y que ya septuagenario lo tiene complicado para que le financien nuevos filmes. Porque lo cierto es que el cine que practica Bogdanovich resultará pasado de moda a unos cuantos.

‘Lío en Broadway’ sigue a rajatabla las reglas del vodevil clásico con aires teatrales y a lo largo de la hora y media de metraje asistimos a las evoluciones de una serie de personajes interrelacionados entre sí que van entrando y saliendo de escena, casi siempre en el momento más inapropiado. Los hombres están interesados sobre todo en la belleza femenina, por la que cometen diversas imprudencias y ellas tratan de encontrar su lugar en un mundo dominado por los apetitos masculinos. Todo ello ambientado en el campo de la actuación, un universo donde el trabajo se fundamenta en la impostación y el fingimiento y donde sus protagonistas encuentran la excusa perfecta para dar rienda suelta a sus pasiones.

Lo mejor y lo peor de la película es su tono de divertimento ligero, que ayuda a pasar un rato entretenido pero que sabe a poco y apenas deja chispazos memorables. Todo transcurre con corrección pero sin entusiasmar, con la sensación de que estamos viendo un producto que bien podría ser un sainete televisivo pero que engatusa en su falta de pretensiones. Lo mejor lo encontramos en el apartado actoral (con breves apariciones de Cybill Shepherd, Tatum O´Neal, Michael Shannon y Quentin Tarantino), donde destaca una estupenda Imogen Poots, actriz británica de mirada magnética, vista en ’28 semanas después’, ‘Noche de miedo’ o ‘Need for Speed’ y que dota de la acertada mezcla de ingenuidad y picardía al personaje de la adorable Izzy. Ella da los mejores momentos junto a un Owen Wilson que encarna a un atribulado director teatral en un registro que recuerda a su papel en ‘Midnight in Paris’, dentro de una película que en su escenificación de la lucha de sexos recuerda también al Woody Allen más leve (otro que sigue haciendo lo que más le interesa al margen de modas).

‘Lío en Broadway’ viene a ser una suerte de curiosa anomalía en el panorama de la comedia actual, dominada por otros registros que hacen parecer a la película de Bogdanovich una cinta “viejuna”, propia de un cineasta que siempre ha preferido mirar hacia atrás y que aun así tiene el encanto de lo vintage. Como se dice en el propio filme, cada uno debería ser feliz con lo que tenga más a mano y Bogdanovich parece serlo con sus historias de otra época.
travis braddock
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8
2 de agosto de 2010
18 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta nueva versión de la novela de Jane Austen viene promovida por la BBC, siempre dedicada a la elaboración de series de calidad basadas en los clásicos de la literatura inglesa. Eso se nota en el acabado final del producto, con una puesta en escena exquisita y muy adecuada, que podría exhibirse sin problemas en cualquier sala de cine.

A esta buena impresión influyen de forma decisiva la labor de guión, consiguiéndose una adapatación muy fiel de los sucesos narrados por Austen y manteniendo en la mayoría de las ocasiones el encanto de la prosa austeniana. No se puede decir lo mismo de la versión de 1996 que protagonizó Gwyneth Paltrow, demasiado correcta y poco inspirada.

Los actores tampoco van a la zaga, con una Romola Garai que está estupenda como Emma Woodhouse y que consigue recrearla tal y como un servidor la recreó en su mente cuando leyó el libro a sus 17 años. El resto del elenco está a la altura de las circunstancias, con mención especial para un magnífico Jonny Lee Miller como el señor Knightley (el amigo y confidente de Emma) y Michael Gambon como su hipocondríaco y timorato padre.

De este modo nos hallamos ante un metraje que se ve de un tirón (son 4 episodios de 50 minutos que equivalen a ver una película larga) y que en todo momento deja una agradable sensación, la misma que se puede experimentar leyendo el relato de Austen. Y es que la autora británica siempre supo retratar con sensibilidad y sin sensiblería el complejo entramado de los sentimientos humanos, algo por lo que 200 años después de la publicación de sus escritos mantiene su vigencia.

Así que ya saben, si les apetece ver un buen relato decimonónico, échenle un vistazo a esta miniserie. Y si áun les pica más la curiosidad lean el libro, ambos merecen la pena.
travis braddock
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