He vuelto a pecar de pardillo y me he saltado uno de mis acertados criterios para decidir ver o no una película o serie: Tener en cuenta la opinión de críticos —por lo general españoles, en mi caso— en los que he depositado mi confianza, pues solemos coincidir en gustos y estados de ánimo. La globalización, que también ha hecho mella en el mundo del cine, está fomentando una suerte de mero marketing de los muchos y distintos países con respecto a sus propios productos fílmicos. Veo críticas estupendas lanzadas por sus expertos parciales que son puro regalo para los oídos, y hay que tener mucho cuidado: Nuestro tiempo es valioso y nuestra salud mental, también. Raya la locura y la indecencia mostrar ciertas barbaridades en series o películas que están al alcance de los niños y de personas que atraviesan un mal momento. La verdadera enfermedad, hoy en día, está detrás de las cámaras. De las tantas, torpes y estúpidas cámaras.