Una película rancia, por formato y por contenido. Seguramente en su momento fue un producto comercial que gustaba al gran público (con Margarita Xirgu al frente del reparto), pero el interés de "El beso de la muerte" es hoy más histórico que cinematográfico. Lo mejor de la película, sin duda, las escenas de grupo, que Murià rueda con gracia vodevilesca y con una potencia impropias de un cine tan primitivo. Por lo demás, la historia adolece de los defectos de la época: narración excesivamente lineal, sobreinformación mediante intertítulos, interpretaciones exageradas, cámara estática, etc. Murià fue un pionero, un explorador de un medio nuevo que investigó las posibilidades de un lenguaje artístico incipiente. Pero, vista hoy, "El beso de la muerte", más allá de su tono caduco y retrógrado (por Dios, qué mentalidades), es poco más que teatro filmado.

Es discutible meter en el mismo saco cuatro realidades geográficas, sociales e históricas tan dispares. No obstante, este documental logra su objetivo primordial de transmitir el pálpito de vida que hace que cada persona dentro de su comunidad tire para adelante después de una experiencia traumática. Como una reacción instintiva, o como una respuesta biológica ante la adversidad, el ser humano es capaz de superar las situaciones traumáticas más crueles e injustas. En ese ejercicio de catarsis, el grupo juega un papel importante, como elemento de apoyo y de promoción de proyectos. Francesc Ralea da la palabra a los protagonistas de estas historias diversas, con un estilo ágil y desenfadado, cercano al lenguaje televisivo, con un tono didáctico y emotivo muy remarcable. Al final, la historia de cada ciudad pierde protagonismo ante el impulso de cada uno de sus habitantes, verdaderos héroes anónimos de esta historia. "Ciudades a contraluz" es un documental muy optimista, que plasma la fuerza latente del ser humano ante situaciones límites.

Una película agradable de ver, sobre el perdón, la soledad y la reconciliación. El fallecimiento de una madre y una repentina separación matrimonial hacen que la relación entre una mujer y su padre viudo deba reformularse. Tanada habla de la muerte como redención y catarsis, y no como punto final de nada, y reivindica la amistad y la solidaridad por encima de las convenciones familiares. "Receta de duelo" contrapone además la tradición y las nuevas maneras de entender las relaciones humanas. El homenaje a la esposa y a la madre que acaba de fallecer, y que nos deja un legado imborrable, se confunde con una revisión de nuestras propias vidas. La felicidad se construye entre todos, sin renunciar por ello a nuestro propio camino. Eso sí, el desenlace resulta discutible…

Ejercicio de estilo de un cineasta joven que ya despuntaba maneras. “El amor existe” (llamativo título) es un documental de contenido social, con una poderosa fotografía en blanco y negro que nos evoca a Doisneau o a Cartier-Bresson. Pialat hace un retrato descarnado de la Francia proletaria de los barrios periféricos. Sobra voz en off para enfatizar el significado de unas imágenes que ya hablan por sí solas. En cualquier caso, “El amor existe” es la película de un artista comprometido con su tiempo y que ya ha apostado por un estilo y un lenguaje determinados para reflejar en la pantalla su particular visión del mundo.

Seguramente no daba tiempo para más. Alberto Ordaz ha creado un cortometraje lisérgico, que puede generar rechazo en algunos espectadores desprevenidos, pero que no llega a causar verdadera tensión, ni emociones en ningún sentido. Algunas escenas pueden impactar de forma puntual por la audacia del director, pero la sensación general es de frialdad. El desasosiego no surge de la historia, sino de unas cuantas imágenes más o menos macabras. “HHL” pretende mostrar la caída al abismo de unos seres bastante perdidos, pero la historia se queda en un mero esbozo salpicado de momentos de alto voltaje físico y psicológico. Para lo rotunda y potente que es la propuesta, el conjunto me ha dejado más bien indiferente.