Cuando se condensa tan bellos actores y actrices, con una buena idea, unos diálogos ácidos, incisivos y directos, todo mezclado con una fotografía austera y espléndida vemos que sale una comedia con fondo, con poso, con gancho, con garra. De esas películas que araña y hace herida, de las que cada palabra tiene un sentido, o dos, y hasta un sinsentido. Un mágico interés nos hace no parpadear, permitir que la dialéctica fluya por cada secuencia, que cada giro nos agrade y nos interese, que cada teoría filosófica sea tratada con un anverso y un reverso, desestereotipando lo concebido, sin justificación. Deja que fluya, sin tensiones pero con nerviosismo. No podríamos elegir a unos actores que mejor encarnasen una idea, una tipología de pensamiento, individual y grupal, de esa 'masa' que tiene una dinámica conjunta que vemos reflejada en nuestra sociedad, esa lcha de ideas e ideales que se interioriza y que sale a la luz en determinadas ocasiones explotando con o sin daños colaterales... y aquí Sally Potter lo ejemplifica a la perfección. ¿Parábola o realismo?... Realismo parabólico...

Con los ingredientes típicos a los que Álex de la Iglesia nos tiene acostumbrado (ritmo trepidante, situaciones límite, causas imparables y protagonistas antihéroes) nos sumergimos, si cabe, en la más verista o realista de sus cintas, donde muchas veces lo inverosímil tiene ese toque de posible que engancha, siempre y cuando, como en esta cinta, nos acostumbra a reacciones intensas y empáticas. Un elenco coral, con grandes interpretaciones que se compensan con otras más flojas, siempre con el 'Fatum' revoloteando y el demiurgo incansable al deshacerse de los personajes más bajos pero que mayor empatía crean en pantalla con un guion amoldado a tal menester. Es como deshojar la margarita, que se fija en el pétalo más desfavorecido para encumbrarlo y acto seguido tirarlo, una táctica intensa que busca el revés interpretativo. Además el impacto visual no desmerece, al igual que la música, que son parte fundamental de la cinta.

Intimista, desasosegante, claustrofóbica, dolorosa e inquietante, todas las películas en una, todas las Jackies en una. Portman se cubre con un halo de mimetismo excitante a la par que frustrante, esquivando lo existente para redescubrir a una mujer cansada, nerviosa, dolida, enfadada y ante todo desquiciada... todo creíble y sobre todo intensamente inesperado. El carácter que forja la actriz nos envuelve en sus intensas experiencias, un retrato que impacta pero que agrada y daña. Larraín busca con sus planos cortos, su tensión narrativa y su movimiento de cámara que nos adentremos en su forma de ver el momento, en su forma de responder a lo ocurrido, que seamos copartícipes de la historia y lo logra por esa cáustica y arrolladora interpretación de Natalie. Una fotografía envidiable que ciega al espectador con glamour colorista, pero en cada momento inesperado nos cubre de gloria bicolor. A veces la realidad se esconde en cómo contarla, no en qué forma la destruimos, porque Camelot es el señuelo de la interpretación de la cinta, no la explicación en si.

Una oda a la diversidad, a la elección, una comedia que instaura la diferenciación con humor, con socarronería, con ese punto de alegría y vitalidad que da a la película ese plus de positivismo. Un montaje diversificado, que con la alternancia de las tramas le da ritmo, aunque paulatinamente se resiente, buscando el clímax con la aceptación y la solución de las historias instaurando la convivencia como solución. Un elenco de actores espléndido, que empatizan con los personajes y con sus sueños y dudas, que bordan las interpretaciones con credibilidad y tesón. Música como parte de la trama, añade valor e interpreta situaciones, diversificada y actual, con ritmo e imaginación. El guión basa su valor en la falta de prejuicios y en el positivismo, con una resolución de las tramas clásica, con anagnórisis final pero no por esperada menos creíble o necesitada.

La crueldad del fondo es tan inmenso que el leitmotiv de la película se nos puede antojarse nimio, superfluo, banal, pero ahí radica la necesidad de las ideas que transmite el director. A pesar de lo que le rodea el protagonista busca, física y metafóricamente, la dignidad, amparado en la figura de su hijo, jugándose su vida (más aún si cabe). La forma de plasmar la supervivencia mental y moral del protagonista amplía más el horror, porque insinuar es mejor que enseñar, y los planos constantes en movimiento desde la óptica de Saúl tienen como reflejo la empatía, la vivencia del espectador, el realismo: casi sin ver lo que le rodea, amplia la crueldad y la concisión, su poca profundidad de campo hace magnífica esta expresión, y su movimiento al hombro lo aumenta. Acción y trama circunstancial que expresa la atrocidad de un momento de la historia, que en la fotografía momentánea de un caso concreto aumenta la monstruosidad de lo acontencido.