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Críticas de Archilupo
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Críticas 439
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
3
1 de octubre de 2010
57 de 66 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puede que con el adecuado movimiento de brazo y muñeca dispares a un cadáver de cerdo colgante, no le des y le des en cambio a la diana que está detrás y no se ve.

Puede que hagas eso, la bala describa una curva perfecta, sortee las curvas perfectas de Angelines y dé en el diez detrás.

Puede que el mayor cabronazo de la oficina lo sea contigo y tú le consideres tu mejor amigo; que seas el cornudo novio de la golfa más zorruna; que la gorda más verdulera, con perdón de las verduleras, sea tu jefa.

Puede que seas un empleaducho tan mierda que hasta el cajero automático se mofe de ti insultándote en la pantallita.

Puede que no obstante te conviertas de la noche a la mañana en un iron man gracias a una buena somanta, y que si te matan a palizas seas resucitado en una bañera de chocolate blanco.

Puede que no tuvieras padre y sí lo tengas; que tu padre sea tu padre pero también, por qué no, sea tu tía la del pueblo.

Puede que se entre en un tren en marcha con un 124 también en marcha, sin apearse, ya con el asiento puesto.

Puede que para evitar embotellamientos conduzcas haciendo cabriolas y tirabuzones por el aire.

Puede que dispares desde el Bronx al entrecejo de un tío que se halla en Brooklyn, y que en tiempos de recorte del gasto una sola bala mate a siete u ocho.

Puede que el asesinato por encargo sea una obra de beneficencia y que Dios sea un cañamazo jeroglífico.

Total, ¡qué más da mientras haya trepidación y frenesí a tope!
Archilupo
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10
25 de septiembre de 2010
84 de 110 usuarios han encontrado esta crítica útil
Loado sea Herrmann, que envuelve en atmósfera lo que vemos,
como por ejemplo a Kim Novak aparecer por primera vez,
una espalda de seda y pan;
aparecer, caminar y detenerse para dibujar su perfil contra el fondo rojo.
Nosotros, nuestro corazón, se detiene entonces, con el de Scottie,
el detective propenso al vértigo,
detenido o a ritmo sumamente despacioso,
mientras sigue al Jaguar verde de la mujer platino
en las encrucijadas pendientes de San Francisco, una tras otra y otra,
en espiral,
como la espiral del peinado y la de los títulos de Saul Bass,
hipnótica, mareante.
Kim-Madeleine poseída, se dice, por un fantasma del diecinueve,
la solitaria Carlota, triste y suicida,
por eso se muestra como fascinante extraterrestre o ultramundana,
recién llegada a lo real,
sin saber quién es o siéndolo de modo vacilante y amnésico.
James-Scottie cree comprender el misterio,
intuye un enigma asequible en los sueños perturbadores,
es Lancelot y Amadís y la quiere curar con su amor apasionado,
encendido tras desnudarla al salvarla de las aguas y poner sus ropas a secar,
amor que resuena en el espacio, donde el oleaje bate contra las rocas
al llegar el primer beso;
en los espacios de plasticidad sublime destilada del celuloide,
la mansión de los apartamentos palaciegos,
el cementerio poblado de difuntos invisibles,
las calles que caen vertiginosas hacia el fondo con isla,
el museo desierto y majestuoso,
el puente rojo, la misión española y el bosque de sequoyas,
su fantasmal luz de cuento donde ella parece esfumarse,
en el límite de un mundo otro,
espacios donde expandirse un amor desbocado,
tembloroso de asomarse al reino de los espectros,
porque de entre los muertos parece proceder ella,
liberada por los espíritus para una nueva estancia terrenal,
avistada en la calle, también de verde,
y también la ventana que se abre, igual,
el cuerpo de él lo sabe, y lo sabe la pesadilla de flashes rojos
que señalan al colgante y la tumba vacía,
el cuerpo lo sabe pero el intelecto no logra encajarlo,
el espíritu está y no está,
el aura de actitudes, miradas, gestos, intermitente,
mas todos los besos son el mismo beso:
para vértigo el del beso y la fusión
que transporta literalmente a otro lugar en un vuelo,
lo cuenta la cámara giratoria,
el pobre James-Scottie, el bueno de James en trance
con su amor obstinado, su corazonada insobornable
empujando a través de la impostura,
el corazón de ella latiendo contra el témpano de la falsificación,
su perfil idéntico recortado contra el neón verde,
los pechos sueltos bajo el vestido verde,
la escalera que aguarda peldaño a peldaño
un quimérico culminar la ascensión
y un desesperado afán de verdad.

Dios, haz que olvide esta película para volverla a ver y ser de nuevo seducido, subyugado, colmado y sobrepasado,
por primera vez descubrir a Kim Novak caminar despacio y detenerse
a dibujar contra el fondo rojo
su perfil llegado de entre los espíritus.
Archilupo
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9
21 de septiembre de 2010
71 de 74 usuarios han encontrado esta crítica útil
1) En el burdel de Big Whiskey una de las chicas se echa a reír de lo pequeña que la tiene un cliente. Él raja su cara. El sheriff, Little Bill (Hackman está brutal, apabullante) no le castiga, total una tontería; sólo una multa con que resarcir al dueño del burdel, disgustado porque su mercancía ha quedado estropeada y sacará menos rendimiento.
Las putas se indignan y planean reunir dinero para pagar a un pistolero que haga justicia.
El sheriff intentará que ninguno pueda realizar el encargo. Y cómo se las gasta. Uno de los candidatos es el aparatoso Bob el Inglés, quien viaja acompañado de un biógrafo encargado de mitificar sucesos sórdidos, convertirlos en leyenda con un lenguaje ampuloso.

La película incide especialmente en este proceso de falsificación engrandecedora, pero actuando en dirección contraria. El western clásico, de galanes con mejillas rasuradas y cutis brillante, patillas perfectas y pelo esculpido que atraviesan parajes majestuosos con atuendos planchados, de mujeres encantadoras que mientras limpian la cuadra lucen maquillaje rutilante, se desmonta en una estética de penumbra, fango y aguaceros nocturnos: calles embarradas, alcohólicos violentos, pegotes de tierra en el rostro, caras cosidas con bramante, tiritar al raso helado añorando la cama…

2) El mito del forajido libertario e indómito queda al desnudo en la figura antiheroica de otro pistolero, el legendario Munny (Eastwood saca enorme profundidad de su hieratismo), que vive retirado criando cerdos en una mísera granja y suspende su redención para conseguir unos dólares. Más frío que la nieve, nunca le tiembla un músculo. Eso decían de él pero ahora está lento, se cae del caballo, ha perdido puntería.

3) La revisión del género es melancólica y tenebrista, con bellos y desolados paisajes a lo Mann, e incluyendo violencia como los homenajeados Leone y Siegel, pero mostrándola en su raíz primaria y bestial, sin coreografiarla. Propone un héroe que es también antihéroe, lleno de ambivalencia. Torpe, frágil y vulnerable, pero capaz de encolerizarse y mezclar la justicia elevada del caballero andante con la cólera vengativa del violento asesino, apuntando (como es frecuente en Eastwood) a una ley por encima de los códigos penales; de quién lleva la estrella en el chaleco o quién ocupa el calabozo.

4) Para esos movimientos psicológicos y morales que culminan en el final explosivo, hábilmente retardado, lo que ocurre con el whisky sirve de marcador visible: el pase de la botella o frasco, la forma en que es bebido o evitado, y el momento
Atentos pues al whisky, que en el western clásico simboliza la fiesta vaquera y la alegría vital, y aquí aparece (empezando por el nombre de la población) cuidadosamente cargado de connotaciones siniestras, punto crucial en el desmontaje, como también lo es uno de los escasos valores afirmados, la dignidad femenina.
Archilupo
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7
14 de septiembre de 2010
37 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cronenberg en estado puro, a la vez atrayente y repulsivo: eficacia fascinante de la narración combinada con asquerosos detalles sangrientos y viscerales que siempre consigue colar…

Dos planos de realidad, normal y televisivo, a un lado y otro de la pequeña pantalla, y las intermedias transformaciones graduales: matar carne vieja para convertirse en carne nueva, pálpito constante de sexualidad retorcida, mezcla de zombies y vampirismo, contaminación y propagación, colgajos autónomos e invasores, sanguíneas babosas como morcillas que reptan y saltan, en busca de orificios por donde entrar al cuerpo…

Ritmo vivo, nunca empantanada la acción, color pálido, interiores espartanos, incisiones y sajaduras, gusto por quirófanos y cirugías, doctores que exponen con gran corrección parlamentos técnicos, médicos funcionariales con habla oficial y clara, clínicas, cuerpos magullados o en coma, seres humanos como peces, tensión de telepatías…

Órganos cubiertos de mucosidad, cuerpos mutantes, gran vagina abierta en el abdomen, proyectos científicos, antiutópicos, con razonamientos anatomopatológicos, máquinas orgánicas, muñones ensangrentados, embutidos, longanizas…

¡Furor de vísceras en ebullición!
Archilupo
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8
12 de septiembre de 2010
34 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
1) La indignación de Ford al dar voz a los desheredados e indefensos provoca algunas estridencias narrativas, es verdad. Ciertos alegatos, sobre todo, son como los discursos freudianos que un personaje acababa soltando cuando estaba de moda explicarlo todo mediante el psicoanálisis, pero seguramente más disculpables porque no nacen de la pedantería sino de la vehemente denuncia de una injusticia insoportable: que los pobres paguen la crisis financiera pauperizándose aún más mientras los ricos aprovechan para seguir amasando dinero.

2) Lo que carga de indignación son las familias expulsadas de las tierras que labraban. Los tractoristas que arrasan las casas, unos mandados. Los manda una compañía remota, sin explicaciones. Los manda la banca y nadie da la cara.
Empujadas por la necesidad a la emigración forzosa, las familias son tratadas como ganado. Buscan la Tierra Prometida donde hay chabolas y barro, ladridos, hambre y miseria, empresarios sin escrúpulos y policías corruptos.

3) Henry Fonda, con su planta y aplomo, confiere dignidad de hierro a su personaje, aunque salga de la cárcel tras pagar por un homicidio no detallado.

4) Se le puede aceptar a Ford la exaltación, por lo justo de la causa y porque mientras tanto no escamotea excelente cine, en escenas estremecedoras, como la del predicador descreído que bebe y vaga como un fantasma de los campos, la del relato a la luz de unas velas que dan contrastes tan duros como lo relatado, el camión increíblemente sobrecargado en odisea a través de la épica US-66 camino de California, la llegada al campamento en largo plano subjetivo que recoge en “primera persona” todas las miradas de la muchedumbre hacinada y pone de golpe al espectador en medio de un mundo opresivo, o el momento tan fordiano de la familia que al final del día reúne jornales en torno a la mesa, como en la película de los mineros galeses, canto inapelable a la honradez sencilla; una familia que antes tenía un mundo, tierra propia y estaba unida, y ahora es un grupo errante vapuleado por una crisis de la que no son responsables, como le sigue pasando hoy a demasiada gente.
Y tantas secuencias más…

5) El director carga las tintas para dar voz al pueblo y llamar a la conciencia social, y sigue siendo John Ford.
Archilupo
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