Animal de compañía: ¿se acepta Angelina Jolie? Pues con eso está dicho todo. Salta, brinca, pega, mata, dispara, prepara bombas en cuestión de segundos, le hacen una cara nueva varias veces, y ella erre que erre, decidida a desmontar la trama que todos hemos adivinado en cuanto ves el careto de Liev Schreiber. ¡Qué mal me cae este tipo, por Dios! ¡Y pensar que se beneficia a Naomi Watts! ¡Qué desperdicio! El espectador apenas tiene tiempo de pensar (¿para qué?) y va de un lado a otro como un cohete, acunado por una banda sonora de las que no dejan dormir en días. Para cinéfilos empedernidos, destacar la aparición de Daniel Olbrychski, lejanos ya los tiempos de La tierra de la gran promesa. Hay que ganarse las judías, qué demonios. Trepidante. Pero mala. La vida es así.

Hace mucho tiempo, en una galaxia no tan lejana, alquilé un video de escasa calidad de la primera The Crazies, que se me antojó pavorosa...mente mala, como gran parte de la producción de Romero. Casi 40 años después, tenemos aquí el remake correspondiente, bastante superior al original, dentro del subsubgénero "la CIA la cagó y se le fue la mano". Quien dice la CIA puede cambiarlo por cualquier agencia gubernamental que le venga a la imaginación. Existe ritmo, intriga, emoción, una cámara bien situada y escenas espeluznantes. ¿Que más queremos, en estos tiempos de basuras despiadadas?

Bien, la cosa está clara: no tenemos dinero, no tenemos ingenio, no tenemos guión, pero allá que vamos, con otra de post pandemia al uso. Cuatro descerebrados huyen ¿a dónde?, de ¿qué? Si, la cosa está chunga, la gente se muere a porrillo y el virus es muy infeccioso, y cuidado con la sangre, que contamina una cosa mala. Los hermanos Pastor mimetizan el subgénero con los pocos dólares que les han prestado, y todo transcurre entre un aburrimiento feroz y las ganas que te entran de acabar con las protas cuanto antes, por favor, antes de que acaben con nosotros. El único misterio es por qué no la abortas a los pocos minutos (esa tendencia al S&M...), y la única virtud su breve duración. Claro, es que no daba para más, acaso para un corto de 20', y eso siendo generoso. Uf.

Oro es una de esas tonterías de los años 70 que despreciaste en aquel momento, y al cabo de unas décadas la grabas por el reparto. Gira en torno a unos malvadísimos capitalistas que quieren inundar una lucrativa mina de oro sudafricana con el fin de perjudicar la producción de oro, y de esta forma manipular su precio en bolsa. Ni que decir tiene que los héroes de turno les aguarán la fiesta. Dirige sin brillo ni inspiración Peter Hunt, montador de los tres primeros Bond y director del sexto. Obediente funcionario y poco más. La música de Elmer Bernstein no pasará a la historia, debía tener el día espeso, y la trama es predecible. Los malos son sir John Gielgud, recién salido de la sauna, relajadito y tal, Bradford Dillman, uno de mis secundarios favoritos, y Ray Milland y su peluco, entocinado en echar a perder su prestigio (¡qué bueno era de joven el muy tontaina!), y embarcado en un carrerón que le condujo a infamias como Serpiente de mar o Un par de zapatos del 32. Mejor olvidarlo. El héroe es, cómo no, Roger Moore, guapo, alto y simpático (exhibe torso). Mirad, ya sé que no fue nunca un gran actor, sino una presencia eficaz, pero yo me siento muy agradecido con él por alegrar mi adolescencia con la serie El Santo. Que me cae bien, vamos. Dejo para el final a la fascinante Susannah York, cuyos ojos de miel y boca húmeda hechizaban mis fantasías de ayer, de hoy y de siempre. Por supuesto, aquí se limita a pasear modelitos, pero qué señora... No hay más cera que la que arde.

Ya sabemos que Tom Clancy era un fascista furibundo. Sabemos también que su héroe, Jack Ryan, es la viva imagen del estadounidense limpio, pulcro, patriota, dispuesto a arriesgar hasta la vida por su país y sus convicciones. Cuando ves una película de la franquicia, ya sabes lo que te espera. En este caso, sólo deseaba que me entretuviera, pero me aburrí bastante. Estoy harto de sicarios mexicanos, de narcotraficantes mexicanos, de tupidas redes de corrupción entre la administración estadounidense y los señores de la droga. Me da igual que Joaquim de Almeida sea un villano creíble, y que salga de las catacumbas Patrick Bauchau para encarnar a uno de ellos. Hay algo en la película que no acaba de arrancar. No sé si es la sempiterna inexpresividad de Harrison Ford, la aparición de la detestable Anne Archer, o que James Horner no estaba inspirado aquel día. Hasta Willem Dafoe pone cara de asco. Lo mejor, Donald Moffat, el presidente corrupto. Qué cosas hay que ver. Usar y tirar.