"Gettysburg" es un proyecto televisivo muy ambicioso. No está pensada para verse de un tirón. Da con un nivel de detalles nada cinematográfico los movimientos de los ejércitos del norte y el sur en una de las batallas más salvajes de la terrible guerra civil. No obstante, pese a lo árida que puede ser en ocasiones, se agradece el mimo y la pasión para la recreación histórica que tiene su equipo artístico.

Intérpretes como Jeff Daniels o Martin Sheen dan un verdadero despliegue para trasmitir la complejidad de sus personajes. Hay una autenticidad en el día a día, en las dudas mirando los movimientos de caballería o las complejas situaciones de los regimientos para defender una colina.

La banda sonora, simple y efectiva, acompaña en una cinta que tiene más pretensiones de clase de Historia que artística. Y ojo, eso no es nada malo. De hecho, quizás uno de los puntos de mejora de "Gettysburg" es centrarse mucho en la militar y no aprovechar la mirada para dar más pinceladas de los problemas sociales (si bien alguna pequeña píldora se suelta sobre el tema del racismo y la esclavitud).

Las personas aficionadas a esta época tienen una cita ineludible. El resto de la audiencia habrá de armarse de paciencia.

En la interesante (por divertida, superficial e irresoluble) disputa por hallar al mejor futbolista de todos los tiempos, Diego Armando Maradona ha contado con una ventaja generacional. Lo suficientemente cerca de la nostalgia como Pelé, pero con más recuerdos en la hemeroteca y el vídeo. Sin el escrutinio diario que puedan tener estrellas como Lionel Messi en un marco mucho más profesional, El Diego es casi (en Argentina sin casi) una religión cuyas personas adeptas atenderán a poca broma cuando se habla de su ídolo.

El Pelusa tuvo una estancia breve en Barcelona. Dejó algún gol genial como su vaselina ante el Estrella Roja o la memorable jugada en el Santiago Bernabéu, engañando a San José para que se estrellase contra el poste para impedir su gol. De cualquier modo, el prodigio surgido de Argentinos Juniors comenzó a desmarcarse de la sensatez que demandaba su talento para sacar el máximo rendimiento.

El film de Roberto Rodríguez cuenta con voces autorizadas: César Luis Menotti, Lobo Carrasco, Josep María Minguella, etc. Es decir, cuerpo técnico, directiva y compañeros de plantilla de blaugrana. Lo curioso es que todavía hay discusiones bizantinas sobre cómo no pudo triunfar del todo una escuadra que aglutinaba a Bernardo Schuster y el 10 de la albiceleste.

Se echa en falta la voz del propio protagonista, si bien se mantiene ese aire de fatalidad y negación de los hechos para dar respuesta justa. Sin quitar las carnicerías salvajes a las que algunos defensas le sometían con impunidad del reglamento, o la célebre "hepatitis", si Maradona no logró perdurar en el imaginario del Camp Nou a la altura de su potencial fue por cuenta propia.

Se esboza el tema de los séquitos de los que se rodeó, su fascinación por la noche en la Ciudad Condal y una rebeldía ante la autoridad (presidente, místeres, etc.) que, algo curioso, en él siempre han tenido una curiosa bula. Irónicamente, en el hermoso caos de una ciudad como Nápoles, sí logró brillar (menos años de los que debió por sus problemas extradeportivos) de una forma admirable, mientras ese Barça dependiente logró al fin una liga y hasta disputar una final de Copa de Europa perdida en Sevilla.

Fruto de esa fascinación y la leyenda, no se coloca el foco en los puntos más oscuros (no en aras de la prensa amarilla, más bien una indagación de cuándo empezaron los demonios a formarse), rememorándose batallitas muy interesantes, pero ya casi todas conocidas.

El mito está colocado en el centro, faltando que la cámara se atreva a ubicarlo frente al espejo de forma desapasionada pero piadosa.

Sin Pedro Picapiedra, nunca hubiéramos tenido a Homer Simpson. Hace muy poco tiempo que un guionista sagaz como Mark Russell se unió al dibujante Steve Pugh para hacer una re-actualización del fenómeno que fue aquella familia prehistórica. Muchos se sorprendieron de la inteligente y brillante sátira que sacaron adelante, pero es que los mimbres siempre estuvieron allí.

Hanna-Barbera encontró aquí una gallina de los huevos de oro que tuvo una trascendencia innegable. Es cierto que los efectos de paso del tiempo pueden haber erosionado algunos elementos de esta joya de la animación, pero la estructura sigue resultando tan atractiva como siempre.

Homenajes a mitos como El Gordo y el Flaco (como bien advierte una reseña en esta misma página) muestran las ricas influencias de punto de partido que tuvo este universo. La popularidad del show llevó incluso a que hicieran parodias de iconos del cine de espías como James Bond. Como todo gran programa, tuvo episodios posteriores donde incorporaron elementos absurdos como un marciano al que solamente Pedro podía ver.

Demonios, incluso Pebbles y Bam Bam se nos hicieron mayores. Un espacio donde los electrodomésticos se quejaban de lo tedioso de su existencia porque no dejaban de ser dinosaurios atrapados en una metáfora que no era la suya.

Un show irrepetible y con una estética que creó escuela. Yabadabadu.

Hubo un momento en que los grandes señores de la droga necesitaron otras rutas de acceso y pusieron sus miras sobre un territorio costero en la Península Ibérica al que no le era desconocido ni el contrabando ni la piratería. Familias gallegas, como a exhibido Nacho Carretero en su monumental "Fariña", se vieron aupadas de pequeños estraperlistas a hampas todopoderosas.

Ese subtexto está en "Quien a hierro mata", hablando de una nueva generación que no tiene el carácter esquivo y de no saber si suben o bajan la escalera. No está narrado con sal gruesa, Paco Plaza cuenta lo que debe y deja que imaginemos el resto. Tardamos poco en conocer a cada personaje de este drama, una historia mucho más terrorífica de lo que parece.

Sin filigranas, la obra muestra una violencia terrenal y que, quizás, por eso es más aterradora que otras. Nos creemos que Luis Tosar es un veterano enfermero con una mano formidable para tratar a los ancianos. Su apacible existencia se verá alterada con una oportunidad de oro para cerrar cuentas con el pasado. Xoán Cejudo le da una réplica formidable y compleja por tener que hacer las veces de un anciano que va perdiendo la movilidad, pero sigue teniendo en su cabeza más trucos de viejo demonio que cualquier de sus vástagos, cabezas huecas que sueñan con emular a los Soprano sin éxito.

"Una tarde para la ira", "Grupo 7" o "El hombre de las mil caras" flotan en el ambiente mientras la vemos. Hay una corriente que ha aprendido a hacer cine negro sin cutres emulaciones del poderoso vecino del Atlántico o con excesivo olor a garbanzo.

"Quien a hierro mata" funciona con una sencillez apabullante. Tendremos muchas cosas que explicarles a nuestros hijos.

Hay aciertos innegables en "Capitana Marvel". En primer lugar, de casting. Brie Larson tiene la fuerza y el liderazgo que podemos esperar en la personificación en la gran pantalla de Carol Danvers. También hay que agradecer que el equipo artístico de Anna Boden y Ryan Fleck no cae en el tópico de cinta de origen. No tenemos ninguna trama romántica metida con calzador y se intenta hacer una obra superheroica que no caiga en demasiados terrenos comunes.

No obstante, ¿qué falta? Por más que nos guste la estética de la década donde transcurre y ver a Samuel L. Jackson eternamente joven con CGI o sin él, el metraje avance sin que nos aburra ni tampoco entusiasme. Hay cierta frialdad en algunos compases, o tal vez sea el simple efecto de estar en una fase de entretiempo que quiere correr mucho para que Carol llegue a la frutilla del postre del plan: Endgame.

Muy buenos actores como Jude Law intentan dar todo su oficio y presencia a unos secundarios algo deslabazados. Tampoco han ayudado los problemas de derechos de algunos personajes con la competencia y que mantienen alejados a los mutantes de esta saga. Como revancha, aquí se mete a alguna raza extraterrestre que obligó a cambiar algunas cosas del libreto de "Fénix Oscura".

Se puede esperar mucho de Brie Larson como la Capitana, pero este ejercicio está tan obsesionado con abolir los fallos que no explora sus aciertos.