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Críticas de Macarrones
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Críticas 229
Críticas ordenadas por utilidad
8
18 de octubre de 2007
43 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esto sí es cine social y, por encima de todo, gran cine. Icíar Bollaín tiene un talento desbordante para reflejar lo cotidiano, y plasma con verdad y sin retórica a la gente corriente: esta vida de karaokes, empleadas de la limpieza, cenas recalentadas en el microondas, niños con fiebre y polvos tristes con novietes cerveceros está reflejada de forma excelente, con mucho amor y enorme emoción. A menudo vi la película francamente incómodo porque me hacían daño muchas de las cosas que contaba: en cierto modo, Bollaín pinta el paisaje de una batalla o, mejor, de una derrota: la de unos personajes y una sociedad que están devastados. Y esa sociedad es la nuestra.

La película es muy buena pero no excelente (y Bollaín nos tenía acostumbrados a la excelencia). En mi humilde opinión (menos valiosa que la de una mancha de cocacola en la moqueta del cine de un nudo de autopistas), cuando Bollaín toma el megáfono y juega a ser sindicalista o cuando alambica las situaciones la cosa ya no va tan bien: nunca resulta -faltaría más- torpe o maniquea (*), pero en el guión ha dejado unas hilachas chirriantes que salva con su capacidad de dirigir a los actores (esta es otra, ¡qué actores! En el reparto de esta película abundan muchos por los que yo no hubiera dado un duro y que aquí demuestran una capacidad extraordinaria: redimen todos sus muchos pecados en teleseries y peliculuchas envilecedoras). Bollaín cuenta con tanta persuasión y empatía que todo esto da igual, porque este mismo guión, en otras manos (con otro director y otros actores) podría convertirse fácilmente en un capítulo de Matrimoniadas, con su pareja madurita (Nuria González y su marido-iglú: su relación no es precisamente un modelo de sutileza narrativa), la de mediana edad (Nimri y Ulloa, que están extraordinarios en sus papeles, no se puede hacer mejor) y la pareja de jovencitos (María Vázquez y sus chicos sin afeitar).

El sonido de la película no es bueno (esto es un defecto frecuente en el cine español, ¿qué pasa con los técnicos?) y algunas frases se pierden. Con todosi el nivel medio del cine de nuestro país fuera el de las películas de Icíar Bollaín, el cine español sería el mejor del mundo (hala, ya lo he dicho, me bajo del púlpito).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Macarrones
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4
23 de mayo de 2007
128 de 224 usuarios han encontrado esta crítica útil
Creo que es la segunda o tercera vez que veo esta película (en casa somos muy fans de los libros de Harry Potter). Cada vez que la voto, la quito un punto.

Esto es la típica historia de instituto con miraditas, pucheros, enfados, reproches adolescentes y encima con más pacatería y remilgos de lo normal (lo más sexual que aparece es el duelo entre Potter y Voldemort, varita contra varita a cual más vigorosa). La película está muy mal contada (con independencia de su fidelidad o no a la novela, que es lo de menos), los personajes son ridículos (cómo se mueven las francesas, qué machotes son los búlgaros "que vienen del norte", ¿del norte de dónde? Que alguien le compre un atlas a la Rowling, por favor) y apenas hay nada que llame la atención, pues los propios efectos especiales parecen de segunda mano.

A mí me sale un hijo mago (y ya sería algo realmente mágico lo de mi paternidad), me sale un chache mago (digo) y ya puede aprender los truquitos por CCC que yo no le mando a Hogwarts ni loco. Ese colegio está muy mal administrado, el director es un viejo chocho irresponsable, en el comedor escolar les atiborran a porquerías, el profesorado deja mucho que desear y las instalaciones son un desastre. Las dos únicas personas serias son Snape (que tiene una paciencia con estos críos maleducados que no se puede ponderar) y la McGonagal, que es una Teresa Fernández de la Vega con cucurucho (si funciona algo es gracias a ella).
Macarrones
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10
22 de noviembre de 2009
33 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ni Godard, ni Tarantino, ni Bob Fosse, ni Stanley Donen (todos muy queridos por mí): la gloria es para Dino Risi. Él rodó el baile con mayor encanto, garra y gracia de la historia del cine. Son sólo dos minutos, maravillosos, inolvidables: yo no puedo verlos sin sentir la mayor de las felicidades, sin ponerme a llorar de pura alegría. Me refiero al mambo de Sophia Loren y Vittorio de Sica en la verbena de Sorrento. Esta escena es, para mí, una de las cumbres de la historia del cine italiano (y, ya que nos ponemos, mundial). Qué emoción, qué belleza. Cómo no caer rendido ante dos actores tan extraordinarios, cómo no amar ya todas sus películas (incluso las peores), cómo no defenderles incondicionalmente de sus detractores. Desde niño me han perseguido estas imágenes, el vestidito rojo de la Loren con su cinta de luto, el uniforme de "metropolitano" de De Sica, la música... Volver a ver este baile me ha llenado de entusiasmo. El resto de la película es insignificante, se trata de la típica comedia a la italiana con todos sus tópicos, defectos y virtudes, digna de un 5 o un 6 según lo indulgente que le pillen a uno. Pero suena la música, Sophia Loren se levanta de la silla y comienza el milagro. Estos dos minutos escapan a toda nota y a toda ponderación. Aquí no sólo hay talento: hay gracia (en todas sus acepciones). Es un milagro.

Quien lo vio, lo sabe.
Macarrones
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1
27 de abril de 2010
32 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ramón Menéndez Pidal fue el asesor histórico de «El Cid» de Anthony Mann.
Carlos García Gual fue el asesor histórico de «Ágora» de Amenábar.
Antonio Piñero lo es de este «El discípulo».

En resumen: la presencia de un sabio en un rodaje no garantiza que el resultado cinematográfico sea fiable desde el punto de vista histórico (ni mucho menos, claro, que salga una buena película). Vayamos por partes:

La historia. Está claro que en el siglo XXI no podemos seguir aceptando la visión mitificada y mágica transmitida por la tradición y la fe. Por tanto, es legítimo tratar de reconstruir la figura histórica de un Jesús exento de poderes sobrenaturales, lo más cercano a la realidad de su tiempo, sin las adulteraciones/interpretaciones/mistificaciones posteriores. Los libros de Piñero son admirables desde este punto de vista y yo los recomiendo vivamente para cualquier persona (creyente o no) que esté interesada en el Jesús histórico. Fui, por tanto, con altas expectativas a ver esta película y con una predisposición más que buena. Pagué mi entrada y la de mi cabra Rifiuti (esto es importante, veo que en Filmaffinity abundan los que van a pases de prensa, preestrenos para amigos y demás regalías, qué suertudos) y nos internamos en la gran sala del cine Luchana (que es gigantesco, uno de los templos de la cinematografía madrileña). En total, éramos seis espectadores, o sea, que fue como entrar en una iglesia (que están todas vacías, gracias a Dios).

[Sigue en el expolio, donde no cuento nada: bueno, sí, al final lo crucifican, espero no estar reventando la película a nadie].
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Macarrones
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10
9 de abril de 2010
32 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película es un milagro, una obra maestra, digámoslo desde el principio. ¿Qué se podía esperar a priori de la fusión del costumbrismo casticista napolitano con el neorrealismo de Zavattini? Un bodrio, ¿verdad? Pues no, contra toda lógica el resultado es una película muy divertida, extraordinariamente rodada por Vittorio De Sica (¡qué fotografía, qué planos, qué dirección de actores, qué amor por los personajes!). Bajo la apariencia de una autocomplaciente exaltación localista de lo napolitano (ya se sabe, edificios costrosos, jaleo en las calles, gritos, bandadas de niños desastrados, truhanes, señoras pechugonas, Funiculì funiculà, puestos callejeros de pizzas, pícaros, maridos cornudos), bajo todo eso hay una vena crítica casi imperceptible, disimulada en la sátira de costumbres, en la que se ve la brutalidad de una sociedad reaccionaria, renuente a la modernidad. Es muy significativa la ausencia de la autoridad: se retrata al pueblo napolitano y se evitan los personajes protagonistas de curas, monjas o eclesiásticos, de jueces, alcaldes o carabineros, tan típicos –por otra parte– de las comedias italianas. Aquí no. Todas las historias son populares y, aunque aparezcan algunos nobles o ricos burgueses (en los episodios «Los jugadores», «Teresa» y «El profesor»), siempre lo hacen en relación con personajes menesterosos y, en el caso de los aristócratas, como testimonio de una clase decadente, anacrónica y de vida tan precaria como el propio pueblo. El espíritu neorrealista también se aprecia en la aparente insignificancia de las anécdotas que se muestran: son pedazos de vida en la ciudad, no hay intrigas elaboradas sino una preocupación por plasmar cierto espíritu de supervivencia, cierta épica de la pobreza, todo ello contado con gracia, muchísima gracia, encanto y delicadeza.

[Sigo en el expolio, sin revelar gran cosa:]
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Macarrones
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