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España España · Barcelona
Críticas de reporter
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Críticas 629
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
17 de julio de 2015
8 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
A Laura le pasó lo mismo que a tantísimos otros estudiantes. Escaló la pirámide social, llegó hasta lo más alto, cayó... y se rompió. De tan nefasta efeméride se cumple hoy mismo un año... aunque como estamos en el siglo XXI, de esto parece que ya hace otras veintiuna centurias. No es insensibilidad, es que cada día todo se mueve a un ritmo más y más (y más...) rápido. El Trending Topic de hoy es la lección de Historia (hablamos del paleolítico) de mañana. ¿Pero qué pasó? Para no entrar en demasiados detalles (esto quizás después), digamos que en su vida se cruzó uno de los peores monstruos jamás conocidos / creados por la humanidad: el Instituto, ese concepto; esa entidad despiadada; esa especie de agujero negro que se alimenta de prácticamente todas las bajezas que emanan (a borbotones, cabe añadir) de esa comunidad a la que, para no complicarnos demasiado, vamos a meter en la carpeta de ''adolescencia''. Peligro, sí. Recuerden, por poner un ejemplo, a Katsuhiro Ôtomo. Nos movemos en terrenos muy inestables. E igualmente volátiles... y como ya se ha dicho, frenéticos.

Vamos montados sobre un bólido cuyo peso no supera la barrera del kilogramo, y que en apenas unas milésimas de segundo se dispara hasta la velocidad terminal de la fibra óptica. Este vehículo, especie de nuevo mejor amigo del hombre (y de la mujer, claro está) acostumbra a llevar, a modo de mascarón de proa, la imagen de una manzana mordida, y en un abrir y cerrar de ojos, se ha convertido, también, en la mejor ventana jamás inventada con vistas... al resto del mundo. Pero cuidado, hay trampa: La pantalla todo lo muestra... y la webcam todo lo capta. Y obviamente, nunca se sabe a ciencia cierta quién podría estar mirando en el otro lado. Por supuesto, esta reflexión jamás se ha instalado, ni por asomo, en el cerebro (por así llamarlo) de Blaire, quien en este preciso momento, está hablando con su novio, Mitch. A ambos les ampara la -falsa- intimidad de sus respectivos dormitorios... y la distancia, no lo olvidemos, de las cuatro calles que les separan. Seguimos en el 2015: todo, absolutamente todo, se reduce.

El tamaño (de lo primero que les venga a la cabeza), la materia gris, el tiempo... Absolutamente todo. El cine, mientras, dicen los entendidos que se está muriendo. Los iluminados directamente opinan que el paciente ya está criando malvas. En esto se hallan también las salas de proyección. Mientras no se encuentra la curación a tan devastadora enfermedad, las culpas se dividen: es la piratería; es la roña acumulada en el engranaje de la industria; es la política fiscal del gobierno; son los precios abusivos de las grandes cadenas de distribución... es la adolescencia. Volvemos a la casilla de inicio. Ahí, nos cuentan las reglas del juego que está terminantemente prohibido el consumo de cualquier producto audiovisual (sea cual sea su naturaleza) que supere los veinte minutos. ''¡La culpa es de Internet!'', gritan ahora otros. Vale. Paren el cronómetro. En el recuento general tenemos ya, por lo menos, a dos señores villanos. El primero, no lo olviden, está compuesto por aulas, pasillos, taquillas, vestuarios... pero sobre todo por todos los mocosos que por ahí se pasean.

El segundo es algo más etéreo, y quizás por esto, mucho más peligroso. Sus componentes nos hablan de cables, algoritmos informáticos, (micro-)chips, satélites... y claro, pantallas. Todo esto (y mucho más), sumado a un último ingrediente, el mismo que en el anterior caso. Con los críos nos topamos de nuevo, ni que sea por aquello de reivindicar el factor humano. Y ahí está Blaire, espachurrada en su cama, amorrada a su portátil, desabrochándose los botones de su camisa... Y ahí está el bueno de Mitch, en casi idéntica situación, si no fuera porque él ha decidido usar la mano libre (la que no teclea, vaya) para acariciarse los cojones. El amor está en el aire, ya lo ven, y parece que éste va a consumarse en cualquier momento (presumiblemente de manera virtual, que es mejor que nada)... Hasta que esa maldita señal acústica rompe el frenesí romántico. Horror. Ha saltado en los dos ordenadores a la vez, lo cual sólo puede significar una cosa: Todo está a punto para la multi-conversación programada. Y de ésta no se puede escaquear nadie, pues el plazo de entrega para aquel maldito trabajo está a punto de caducar. ¡Horror!

'Eliminado' empieza como casi cualquier otro filme de terror / fantástico, con una escena cotidiana (ideal para lograr un mínimo grado de implicación en la trama propuesta) que a los pocos minutos se transforma en una situación cada vez más cercana a la pesadilla. Como en otras muchas cintas de género, se respetan a rajatabla las sacras reglas de supervivencia (o mortaldad) juvenil... y como en otras muchas, la amenaza del exceso de decibelios planea continuamente por el patio de butacas. Y sin embargo, consigue destacar (discretamente, debe decirse) por encima de la -pobre- media marcada por los circuitos comerciales. ¿Cómo? Siendo plenamente consciente primero de que el objeto de estudio coincide con su target, y después que ahora mismo, al contenido se accede a través de la forma. Ésta última adquiere así un protagonismo casi absoluto. Como ya hiciera Nacho Vigalondo en la afectadísimamente genial 'Open Windows', Leban Gabriadze se encomienda a un formato que lo es prácticamente todo, y cuya supuesta radicalidad se ve rebajada por la implacable (e intrascendente) urgencia de nuestros tiempos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
reporter
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6
26 de junio de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Interior de un hogar cualquiera. Sala de estar. Él está espachurrado en el sofá, cavando con las nalgas, y por enésimo día consecutivo, ese hueco que marca el sofá como su único y auténtico reino. Su mano izquierda agarra con desgana el mando a distancia; la derecha acaricia, con todo el amor del mundo, unos cataplines más arrugados que ayer... y seguramente menos que mañana. El televisor de plasma capta la señal en directo del partido del Maccabi de Tel Aviv, y mientras los hombretones van dándole puntadas a la pelota, a él se le va concretando una erección (por aquello del aburrimiento, no por otra cosa) que a cada segundo que pasa, exige más y más acciones al respecto. En éstas que el tipo se acuerda de que su mujer lleva mucho rato encerrada en la habitación. ¿Dos horas, ya? Pues sí. ¿Qué estará haciendo? Un segundo... ¿estará enfadada por algo? Espera, ¿será por algo que habrá dicho o hecho? O peor, ¿será por algo que no habrá dicho o hecho? El pobre hombre no da abasto: el cerebro y los testículos van a explotarle al unísono... y cuando parece que nada vaya a evitar la catástrofe, aparece ella...

... solo que algo sigue estando fuera de lugar. El instinto del espectador huele algo raro. ¿Será que el señor ha chocado no una, sino dos veces contra la cámara? ¿Será que le hemos visto vernos? Y ya puestos, ¿será que con tanta tontería aún no hemos conseguido ver la cara ella? Será... y será que la mujer resulta ser una profesora de parvulario, y será también que está a punto de encontrar, sin saberlo ella, la solución a todos sus problemas, que no son pocos ni banales. Una vez olvidada la última prueba de fuego a la que ha tenido que enfrentarse su heterosexualidad (y dicho sea de paso, su salud mental), toma aire y reúne unas últimas fuerzas para enfrentarse a una nueva jornada laboral. De modo que se planta una vez más frente a la puerta del recinto escolar donde trabaja, y espera pacientemente a que los papás dejen ahí a sus amados retoños. Y llegan, y poco a poco, se va llenando la lista mental de asistencias ... hasta que ésta se ve desbordada por la incorporación de un nuevo mocoso. Ahora es el olfato de la profesora el que hace saltar las alarmas. ''Cuidado, aquí pasa algo...'', le dice. Y ella no podría estar más de acuerdo.

Y como el espectador no es menos (esto nunca) sigue intentando encontrar esa posición de apalanque perfecta que se le resiste. Y sigue carraspeando, en un intento fútil para aclarar su gola inaclarable. Y sigue frunciendo el ceño, porque a todas las incomodidades físicas enumeradas, se le suma la más terrible de todas: la mental; la de no saber del todo bien qué demonios está pasando. La sensación es, ciertamente, extraña. La información que entra por sus ojos es fácilmente procesada. Todo controlado... solo que en realidad, no. El maldito instinto, que nos recuerda, de nuevo, que el ''qué'' a veces cede ante el ''cómo''. Y si había dudas al respecto, Nadav Lapid decide mirárselo todo con la seguridad que nos falta a los demás. Sonríe y asiente, y vuelve a asentir, y sonríe. No se percibe ni un ápice de confusión en su posado, mucho menos en su actitud... lo cual, cuidado, para nada garantiza que sepa lo que está haciendo, y mucho menos que esté en posesión de esa supuesta verdad universal que al resto de los mortales se nos escapa. Aunque pensándolo mejor, esto último poco o nada importa.

Para su segundo largometraje, Lapid sigue hurgando en los males que consumen por dentro ese desastre histórico, social, político... humano, llamado Israel. Si en su debut la mirada crítica pivotaba en torno a una cuadrilla anti-terrorista, aquí ésta lo hace centrándose en la atípica relación entre dos personajes atípicos... contada, para más inri, de forma no especialmente típica. Antes, el físico; ahora, algo cercano al alma, seguramente. Una profesora de parvulario que a cada día que pasa se siente más alienada por el mundo que la rodea se topa con un chaval con un don casi sobrenatural para la poesía. La conexión entre ellos es instantánea; el amor (platónico), también. El problema, como casi siempre con esto de los idilios, está en la -aplastante- incomprensión del entorno. Y las dudas, muy a nuestro pesar, se van despejando. 'La profesora de parvulario' va descubriendo poco a poco sus cartas y nos damos cuenta, de una vez por todas, de que la virtud vive bajo la constante amenaza de la extinción más absoluta. Llámenlo barbarie, en cualquiera de sus infinitas acepciones.

Y como siempre con temáticas tan etéreamente trascendentales como la que ahora nos ocupa, existen varios modos de abordarlas. A la hoja de servicios de Lapid volvemos a referirnos. Si con 'Policía en Israel', su ópera prima, optaba por la -contundente- sequedad del espectador más frío, ahora se sitúa en las antípodas, fusionándose con un Yo lírico que lo es casi todo. Así, se suceden una serie de escenas cuya cotidianidad se ve ligera pero claramente alterada por una perspectiva buscadamente subjetivista. Lo normal; aquello que en un principio no llama la atención, adquiere de este modo (por pura proximidad) un halo casi mágico. A través del clásico juego de mostrar y no mostrar, el director hebreo maquilla la que sigue siendo su gran carencia (a saber, un desarrollo demasiado errático tanto de la trama como de sus personajes) y de paso refuerza su voz. 'La profesora de instituto' es, ante todo, un ejercicio de estilo (más estético que narrativo), pero en cualquier caso, y esto es lo importante, un empleo de los recursos con fundamento y con conocimiento de causa. Para entendernos: ¿Cómo hablar de un oasis a punto de ser engullido? Pues situándonos ahí mismo, o por lo menos, y no es poco, transmitiendo esta sensación.
reporter
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8
13 de junio de 2015
2 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La niebla empieza a despejarse y, poco a poco, el sol va emprendiendo el camino de siempre; el que en poco menos de diez horas le llevará hasta el mar. De ahí mismo; del punto más lejano que la vista puede alcanzar (del horizonte, vaya) empieza a vislumbrarse otro cuerpo celeste... solo que en realidad no lo es. ¿De qué de se tratará? ¿De un pájaro? ¿De un avión? No. De un helicóptero, por supuesto. Los chavales que en aquel momento se encontruan en la playa (mejor no preguntar por qué) deciden aparcar sus fechorías para seguir a tan ruidoso objeto volador. De modo que esconden las cerillas y los petardos que manejaban entre unos arbustos, cogen las bicis (que no necesariamente son suyas) y emprenden su particular ruta. El zumbido de las aspas les lleva hacia aquel viejo bunker construido para aquella guerra que les supuso aquel cate en aquel examen de Historia. Habían jurado que jamás volverían a poner los pies allá... pero claro, a ver quién le dice que no a tan gloriosa imagen. Los críos lo saben: lo que están viendo se está grabando a fuego en sus retinas, y no van a olvidarlo en toda su vida.

Y por increíble que parezca, el mundo marcha más allá del bunker, pues mientras los mocosos se quedan boquiabertos ante el espectáculo que están presenciando, la actividad sigue en Boulogne-sur-Mer. Un par de ancianos preparan la mesa para el desayuno, arrojando sobre ella vasos, cubiertos, platos... y todo lo que tengan a mano. Si el dichoso objeto aterriza sobre la plataforma deseada, bien; y sino, siempre se puede probar otra vez. Mientras, una adolescente dotada de una voz espectacular (aunque no tanto como el entusiasmo de sus vecinos le ha hecho creer) ensaya para que el que sin lugar a dudas va a ser el evento musical más importante en la historia de la región. Mientras, uno de los niños del pueblo ocupa su -angustioso- tiempo buceando por la red de redes. Peligro... Y efectivamente. Hace click en el directorio de páginas favoritas, y termina, como quien no quiere la cosa, en una web en la que se dan instrucciones muy precisas concerniendo al alistamiento al Estado Islámico. Al puto Estado Islámico, joder... Definitivamente, se han perdido los valores. Definitivamente, alguien debería hacer algo al respecto. A saber el qué... a saber quién, pero algo; alguien... ya.

En estas que se oye un derrape en la lejanía. Las ondas de sonido resultantes de la fricción del neumático con el asfalto, recorren toda la médula espinal del espectador, mientras sus pelos (todos) se erizan ante otra imagen para el recuerdo. Las fuerzas de la ley acuden raudas a la llamada del deber, montadas en un coche que a simple vista parece que vaya a caerse a trozos, pero que a la hora de la verdad, es capaz de superar los cien kilómetros por hora apoyándose tan solo sobre las ruedas de estribor. La entrada en escena exige abrir los ojos cual platos... pero no, los aldeanos que presencian el show ni se inmutan. Siguen parpadeando, tragando saliva y pensando en cómo seguir modulando su condenada (y aun así, queridísima) rutina. Téngase esto en cuenta: Estamos en Nord-Pad-de-Calais. Allí arriba, donde Francia, ese país, toca con Bélgica (ése otro...). Tierra extraña en una nación extraña en la que, por supuesto, suceden cosas extrañas. A diario. Tantas, y tan regularmente, que la mente colectiva (la nativa, claro) se ha acostumbrado a ellas. Los humoristas de por ahí lo tienen muy claro: los ''Ch'tis'' son gente peculiar, con extraña habilidad para atraer lo peculiar... aunque claro, y dejémonos de eufemismos, como en aquello de la belleza, el objeto de estudio está -irremediablemente- ligado al ojo del analista.

Ni falta hace decirlo, pero cualquier parecido con Dany Boon es mera coincidencia; en el mejor de los casos, un dardo envenenado que hace diana... aunque como antes, esto último depende del tipo de audiencia. Y cuando menos lo esperábamos, Bruno Dumont (el mismo) se convirtió en un fenómeno casi de masas. ¿Milagro? Por supuesto, sólo posible en el sitio donde a día de hoy se suceden estas anomalías: la Televisión. Pero como de rarezas hablamos, no está de más decir que 'El pequeño Quinquin', que así de mal se ha traducido la joya de la que hablemos, es una serie. Que se presentó en sociedad en la Quincena de Realizadores del Festival de Cine de Cannes. Que a nuestro país, como en la Croisette, llega en formato película. Es decir, lo que para algunos son cuatro entregas de 50 minutos cada una (segundo más; segundo menos); para otros es una sesión no apta para cobardes (y perdonen la hostilidad), de unas 3 horas y cuarto de duración. Pero, ¿es esto posible? ¿Se habrán vuelto a confabular las fuerzas maléficas de la distribución y exhibición cinematográfica para servir otro producto de la peor manera imaginable? Pues no. Aunque todos los indicadores apunten hacia las interpretaciones más oscuras, lo cierto es que estamos ante un auténtico prodigio de la ingeniería narrativa.

Hablamos de formatos, de plataformas, de planes comerciales y de productos tan magníficos que pueden adaptarse a cualquiera de los terrenos que les hayan preparado los tiempos en los que le ha tocado vivir. Como la excepción que es, 'P'tit Quinquin' (que así deberíamos referirnos a ella) no está sola en su cruzada para confirmar la regla.
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reporter
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5
5 de junio de 2015
6 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
''Adelante, le escuchamos'', dice la voz detrás del foco. El candidato se materializa sobre los tablones del escenario, y lo hace en forma de cascada humana. El tipo es todo sudor; todo nervios. Ya se sabe, la inseguridad del debutante cuesta mucho de maquillar. Es imposible, de hecho. Se entiende, pues quien le observa es uno de los hombres más admirados de su generación. El juez, por así llamarlo, pertenece a esa clase de gente ante la cual, uno se la juega. Hay que causarle buena impresión, sea como sea, porque de ser así, los sueños se hacen realidad. Toca demostrar que las lecciones están bien aprendidas. Ya sea a base de la solidez de la comprensión, o tirando de aquel soporte tan quebradizo al que llamamos memoria. En esto último confía, en estos precisos momentos, el joven cegado por las luces del teatro. Y de recuerdos más o menos implantados decide tirar, pues, ya que de algo tienen que servirle todas esas horas frente al espejo, repitiendo, cual loro enjaulado, las grandes sentencias que fundamentan el dogma hacia el que tanta devoción profesa. De modo que respira, hace unos estiramientos la mar de patéticos, y empieza a vomitarlo todo.

''Pues sí, verá...'', empieza. ''Todo sucede, principalmente, en un bloque de apartamentos típico de la clase media-baja.'' Silencio. ''... Ahí encontramos lo de siempre'', aclaración que se convierte en la antesala de una risa nerviosa que de nuevo, despierta cierta pena. ''Pues eso, que hay apartamentos desocupados desde hace tiempo, los hay que están a punto de serlo... y hay uno, en concreto, que resulta la mar de interesante.'' Pausa dramática. ''Le escuchamos'', espeta la voz. ''Sí, sí... Como iba diciendo, en uno de estos apartamentos hay una familia, pero ojo, que no es la típica familia de los cuentos de hadas, eh. Ésta de la que hablo yo, está marcada por la tragedia. Le cuento: la madre murió hará ya un año miedo. Cáncer de pecho. Terrible. Y los miembros supervivientes todavía no han superado la pérdida. Tenemos... tenemos... al padre, que el pobre, va asfixiadísimo por la vida, intentando que el hogar salga a flote. Tenemos también al hermano pequeño, que se lo digo así, es un poco imbécil, pero que por alguna razón, se las ingenia para no caernos tan gordo como indica su grasa corporal.''

''Vaya al grano, por favor'', dice la voz, en un tono que mezcla el calor humano con una paciencia que está a punto de agotarse. ''Sí, sí... desde luego, a esto iba! A la hermana mayor; a la protagonista de la función. Guapísima, créame. Y lista también, eh. Y valiente... muy valiente. Y algo insensata, pero bueno, usted ya me entiende, la chiquilla está en esa edad tan complicada en que... ya sabe... justo está descubriendo la... la... la-la...'', vuelve a sacudirse el ansia con alguna que otra convulsión, ''La sexualidad''. Silencio en la sala interrumpido, eventualmente, por algún grillo. Pasa una planta rodante por uno de los pasillos de la platea. Pasa otra. Y otra. Y otra... Hasta que la voz finalmente se pronuncia. ''Bienvenido a bordo, colega'', dice James Wan a su amigo del alma, Leigh Whannell. Y así, con esta orgía metacinematográfica no-demasiado apetecible, se explica el origen, desarrollo y posterior desenlace de 'Insidious: Capítulo 3'. Y si entendieron de qué trataba -realmente- 'La cabaña en el bosque', entenderán también de qué va todo esto.

Porque sí, aquella genialidad concebida por Joss Whedon y Drew Goddard, tenía razón: La jugada se repite. Por enésima vez. Ad eternum. Y como casi siempre en esto del box office (y especialmente con los proyectos en los que Oren Peli pone su nombre, así como su -poco- dinero), el cómplice necesario del crimen es ese ente todopoderoso conocido como Gran Público. Es decir, que si hemos llegado al ''Capítulo 3'', es porque en el fondo (y no tanto) nos encanta ver siempre lo mismo. Instalados en la comodidad de esta poltrona llegan dos sospechosos habituales (Whannell & Wan, quienes tradicionalmente han sido las caras de la misma moneda), dispuestos a hacernos saltar de la butaca (hablamos de tópicos, no lo olvidemos) con lo de siempre. A las piezas en el tablero ya mencionadas (e infinitas veces antes utilizadas), se le suma la presencia de otros actores más o menos secundarios que juntos, componen ese familiar retablo, tan eficiente a la hora de provocar contorsiones entre la audiencia, como a la de engrosar las arcas de los peces gordos, que al fin y al cabo, por esto (y sólo por esto) estamos aquí.

Tras el fiasco (mayormente artístico) de 'Annabelle', no es de extrañar que la ''Marca Wan'' buscara a alguien de su confianza para hacerse cargo de una de las franquicias que mejores resultados (a todos los niveles) le ha dado, y que por tanto, más cariño es capaz de invocar. La saga 'Insidious' completa la trilogía como lo han hecho muchos otros antes: saltando (hacia atrás) en el tiempo, para contarnos así los orígenes de algunos de sus personajes / frentes argumentales más icónicos. El punto de partida que ofrece en este caso la excusa de la ''precuela'' es, ya de por sí, un campamento base lo suficientemente sólido (aunque no demasiado) a partir del cual seguir suspirando por ese terror de antaño que tanto gusta a los progenitores. Hablamos de una estética, unas temáticas y unos (mono)tonos clásicos, orquestados por unas formas supuestamente modernas, pero a la práctica rancias. Por supuesto, buena parte del terror vendido se apoya en la omnipresente amenaza de la subida abusiva de volumen, combinada con conceptos visuales desagradables, inquietantes, incómodos, asquerosos, violentos...
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reporter
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6
3 de mayo de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hacía tiempo que el equipo no se reunía. Años. Sin embargo, parece que fue ayer la última vez. El nivel de compenetración entre sus miembros es óptimo, lo mismo que el estado de forma con el que cada uno se presenta a la cita. Además, llevan meses diseñando y repasando el plan de ataque. En los entrenamientos y simulaciones se han pulido los pequeños defectos; aquellas brechas que podían poner en peligro la consecución final de la misión... Nada puede fallar. Solo que, una vez en la cancha, al conjunto le cuesta bastante entrar en juego. Las jugadas previstas en la pizarra no acaban de salir, a las piruetas y disparos más decisivos les falta aquella precisión antaño infalible, la toma de decisiones tarda cada vez más en efectuarse... ¿Qué está fallando? ¿Qué es lo que no ayuda? ¿El lugar? ¿Las condiciones climatológicas? ¿El enemigo? No, todos estos factores son meramente circunstanciales.

El caos llega a su apogeo. El desconcierto es máximo. Gritos, explosiones y palabrotas (no demasiado malsonantes) se suceden a un ritmo cada vez más vertiginoso. Y es justo cuando la tormenta arremete con más fuerza, que una voz se eleva por encima de las demás, y con un tono que combina como ningún otro la urgencia de la preocupación con la seguridad de la ironía, deja ir la sentencia: ''Chicos, hemos perdido el factor sorpresa.'' Dicho esto, la fuente de los males ha dejado de ser un misterio para convertirse en una aplastante obviedad. A partir de ahí, toca analizar a fondo la situación; remontarse aún más para así determinar qué ha causado la desaparición de tan importante carta. De nuevo, turno para las preguntas: ¿Será que el rival estaba prevenido? ¿Será que alguien ha traicionado al equipo desde dentro? ¿Será que los tiempos han cambiado? No. Nada de esto. Y ni falta hace decirlo, pero lo de la última opción... ni por asomo.

Lo que les pasa a los Vengadores es lo mismo que les pasa a todas aquellas escuadras deportivas que se las han ingeniado para poner su nombre en letras doradas en los libros de historia de su respectiva modalidad. Es el precio de la excelencia, y téngase esto en cuenta, la excelencia (al menos, dentro de su terreno) es el punto del que parte el equipo que analizamos ahora. ¿Y por quién está compuesta la alineación titular? Ni más ni menos que por Iron Man, el Capitán América, Hulk, Thor, Viuda Negra y Ojo de Halcón. La plantilla despierta, por sí sola, el más irrefrenable de los vértigos y, por qué no admitirlo, la más corrosiva de las envidias. La lógica matemática nos lleva a salivar aún más. Si por separado funcionan (casi todos...), ¿de qué serán capaces cuando unan las fuerzas? Pero ojo, los antecedentes hacen que se levanten las barreras de la prudencia. Dos y dos no siempre suman cuatro. Sigue en la memoria, por ejemplo, aquel último (y desastroso) episodio de Sam Raimi con el ''Hombre Araña'', que nos recuerda los peligros de la acumulación mal gestionada.

A no olvidar: ésta se convierte, demasiado fácilmente, en aglomeración... y ésta, horror, en saturación. Le pasó, como se ha dicho, a Raimi, a quien a día de hoy sigue sin saberse del todo seguro si la prueba le iba demasiado grande o si, por el contrario, no le importaba lo más mínimo. Por suerte, y para marcar quizás excepciones a la regla, la Disney decidió apostar por la personalidad. La ocasión, uno de los mayores retos a nivel productivo de los últimos tiempos, ciertamente lo requería. La figura de Joss Whedon emergió por fin de las ''tinieblas'' de los círculos freak... para reivindicarse primero a él mismo (sin inventar nada, se reveló como un magnífico director de orquesta, capaz de acertar con el tempo y tono de cada nota), y después a un orgullo nerd convertido, definitivamente, en el objeto de deseo tanto del Gran Público como, consiguientemente, de la industria. Lo que antes era de uso (y disfrute) reservado a unos pocos, ahora sería algo que casi podría elevarse a la categoría de Patrimonio de la Humanidad.

La jugada de 'Los Vengadores' salió redonda. Aquel primer ''partido'' fue -incontestablemente- espectacular. A todos los niveles. Y con este dulce regusto asistimos a la segunda entrega de una eliminatoria programada a tres encuentros. A estas alturas, las reglas del juego son de sobra conocidas. Como si de las series finales del salto con pértiga se tratara: Toca superar la anterior marca... pero sin dejar el listón demasiado, que todavía quedará todavía una última (?) prueba de fuerza en la agenda. 'Vengadores: La era de Ultrón' (AKA Vengadores 2) parece condenada, a priori, a la temida maldición del hijo mediano. Por supuesto, los padres lo querrán tanto como a sus hermanos... solo que a la práctica, no tendrá la trascendencia que se le supone al capítulo final (?), ni la frescura de aquel que empezó a abrir el camino. Y en éstas nos encontramos. Vuelve a oírse aquella voz: ''Chicos, hemos perdido el factor sorpresa.''... y volvemos, cómo no, a los siempre peligrosos dominios de la obviedad: ''Si algo funciona, no lo toques'', que dijo el cobarde.

Siendo justos, no puede rebajarse a Mr. Whedon a dicha categoría... lo cual no quita que su segunda incursión cinematográfica en el universo Marvel peque de un conservadurismo que puede salir caro... a largo plazo. De momento, ''La película ya lleva recaudados en taquilla 200 millones de dólares... ¡antes de su estreno en Estados Unidos!'', nos recuerdan antes de que empiece la proyección del pase de prensa. Algunos, pocos, tomamos nota de tan inusual e ilustrativo precalentamiento. Después de esto, casi dos horas y media de metraje que pasan volando... aunque no tanto como en aquella primera vez. ¿Por qué? Porque se anticipan prácticamente todos los movimientos. Tanto que hasta los poco iniciados podemos adivinar esa escena final que al menos no es del todo ''post-créditos''.
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reporter
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