Paul Schrader ya es historia del cine por ser el autor del guión de "Taxi Driver". Sus películas se caracterizan por sus protagonistas turbios que cargan a sus espaldas mundos morales muy densos. Lobos solitarios marcados por el trauma. Monjes urbanos que refugian su mente torturada en austeras habitaciones, ya sea una celda de prisión o un motel de carretera.

Para hablar de Schrader la crítica especializada se llena la boca de palabras grandilocuentes como redención, culpa, expiación y califican su estilo de "trascendental", etiqueta extraída de un libro suyo. En su ensayo "El estilo trascendental" Schrader reconoce la influencia de maestros de la mística cinematrografica como Dreyer o Bresson.

Personalmente disfruto con la pausada meditación de sus películas y su reconocible estilo. Un estilo de patrones fijos, tanto es así que al menos tres películas suyas terminan en la sala de visitas de una prisión, con el cristal de seguridad separando dos mundos. Por enésima vez "El contador de cartas" despliega todo el imaginario del director, de la mano de un solitario jugador de poker de pasado carcelario. Esta vez Schrader acierta en la forma pero no en el fondo. El ritmo mantiene una tensión silenciosa pero no hay profundidad. Todo parece estereotipo. En esta ocasión la tortura mental del protagonista no duele, como tampoco la tortura física de William Dafoe. Que la mística no nos nuble el juicio y reconozcamos a un Schrader en piloto automático.

Rigurosamente hablando Robert Longo no es director de cine sino un artista plástico de fama internacional. Persona polifacética, entre otras cosas es un pintor magistral del que destacaría sus dibujos de gran formato sobre explosiones nucleares. Dibujos al carbón de grandes hongos atómicos de polvo y fuego. Algo de ese apocalipsis hay en "Johnny Mnemonic" su primera incursión en el cine.

A pesar de un guion un poco infantil y un argumento que avanza a trompicones, la película sentó las bases de toda una estética "tecno-trash" que tuvo su máximo exponente años después en la película de culto "Matrix". Es indudable la influencia en la saga de las hermanas Wachowski de aquellos escenarios de basura tecnológica.

"Johnny Mnemonic" es desgarbada, definitivamente no es una buena película, pero el cine posterior sobre distopías digitales ha engrandecido su legado. En ese sentido goza del honor de ser pionera de un estilo y a su vez una acertada traducción en imágenes del universo literario de William Gibson. Menos da una piedra.

Sería sencillo resumir "Barton Fink" diciendo que trata sobre el mundo de Hollywood de los 40. La época de las grandes "majors" y un primerizo escritor lleno de ambición. Tal vez sería más ajustado decir que trata sobre los pesares de un escritor ante la temida página en blanco. Perto tales explicaciones se quedan muy cortas, falta lo esencial. Hay películas que se resisten a ser explicadas.

¿De qué va "Barton Fink"? En la película el Sr. Fink es un joven escritor lleno de ideas y todos esperamos a que nos cuente grandes cosas. Sin embargo el Sr. Fink no nos cuenta nada. Es un ser paralizado, perplejo, superado por las circunstancias. En realidad es la propia película la que cuenta cosas al Sr. Fink. Todo a su alrededor parece conspirar para mandarle un mensaje. Ese ambiente enrarecido es lo que realmente nos inquieta y donde palpita el argumento.

"Barton Fink" nos habla como ninguna otra película de los vericuetos de la mente creativa. De ese mundo turbio que envuelve al artista en una subjetividad enfermiza. Al igual que Jack Torrance en "El resplandor" el Sr. Fink es prisionero del hotel donde se hospeda, un espacio fuera de la realidad y su asfixiante habitación es una extensión de su cabeza abotargada. La mente, la cabeza, como protagonista principal. Empezado por la del Sr. Fink y su ridículo peinado, un homenaje cinéfilo a otra cabeza, la de Jack Nance en "Cabeza Borradora". No me extenderé en enumerar las infinitas referencias que los hermanos Coen cogen prestadas a David Lynch.

Nunca sabremos lo que hay dentro de la caja misteriosa pero no parece difícil adivinar su contenido. Lo que es evidente es que de su interior emanan las ideas, surge la inspiración. Esa caja esconde el inexplicable mundo de la mente sobre el que gira toda la película. "Barton Fink" es una de las mejores películas de los Coen, si no la mejor. Su atmósfera de extrañeza y humor negro es una maravillosa metáfora sobre la inspiración, el mundo de las musas...y sus abismos. Obra maestra.

¿Soy el único que tiene la sensación de que Alex de la Iglesia está haciendo siempre la misma película?. Tanto Alex de la Iglesia como Santiago Segura se han acomodado en la comedia de situación, con una perezosa tendencia hacia el humor estereotipado. Una uniformidad cuyo estilo corporativo se parece demasiado a un guión del Club de la Comedia o a series de televisión como "Aquí no hay quien viva". El Erosky del humor nacional.

En sus inicios Alex de la Iglesia nos devolvió la esperanza de un cine más americano. La parafernalia "trash" de "Acción mutante" miraba directamente a "Mad Max". Su cine parecía decir adiós a la eterna comedia costumbrista de Alfredo Landa. Resulta curioso que un director que daba la estocada final a la decadente españolada se haya convertido en el director más castizo.

Dicho esto "El cuarto pasajero" es divertida y alocada. Una "road movie" de ritmo imparable a pesar de sus excesos en un final muy mal cerrado. Es admirable la capacidad del director para construir personajes esperpénticos a la altura de Berlanga. Impagable Ernesto Alterio como emprendedor fantasmón, un acertadísimo retrato de las patologías del nuevo siglo. También Alberto San Juan, cuyo personaje me recuerda al gran Luis Merlo interpretando al pianista maniático de "Aquí no hay quien viva". Una prueba más de que la sombra televisiva es alargada.

"Hijos del Sol" no se limita a documentar las penurias de Irán, sino que lo hace con la firme intención de entretener. Majidi ecualizando fondo y forma no olvida la denuncia social, pero su mirada parece más interesada en captar la atención del público europeo con un estilo occidental. Su estética cercana al espectáculo logra que olvidemos relacionar el cine iraní con el aburrimiento. Un sambenito que se extendió al mismo tiempo que la popularidad de las películas de Abbas Kiarostami.

El argumento de los niños de la calle no es nuevo, pero es entrañable el optimismo con el que Majidi colorea la triste vida de unos chavales más propensos a la esperanza de "Slumdog Millionaire" que al "no future" de las pandillas asesinas de "Ciudad de Dios". Si por norma general entendemos la revolución como la búsqueda del caos, los niños de la película solo piden orden. Su revolución mínima pasa por poder ir a clase sin encontrar las puertas del colegio cerradas, cosa habitual. Si la rebeldía juvenil en occidente se demuestra haciendo novillos en Irán es al revés. Así de mal está el asunto por allí.