Henry Koster, autor de notables películas ("El inspector general" 1949, "El invisible Harvey" 1950, "La túnica sagrada" 1953) nos regala en esta ocasión una agradable comedia navideña con un cierto toque nostálgico y melancólico. No era fácil la empresa pues el componente milagroso -con ángel incluido- no jugaba a favor de Koster al ser inevitable la comparativa con la obra maestra de Capra "Qué bello es vivir" realizada dos años atrás. Empero, el intrépido Koster sale airoso del proyecto y el espectador disfrutará en su sillón favorito de un -nunca mejor dicho- entrañable regalo navideño.
Contribuyen a ello una soberbia y elegante puesta en escena (ambientación modélica) y, sobre todo, unas magníficas interpretaciones de su trío protagonista (Cary Grant, Loretta Young y David Niven). Habría que añadir al genial Monty Woolley en el papel de anciano profesor. Son ellos, los que logran mantener el equilibrio de la cinta. Cuando la historia tiende a la sensiblería y al edulcoramiento, las miradas cómplices entre Loretta Young y Cary Grant, unidas a las hilarantes escenas de la silla del obispo o de la copa siempre llena del viejo profesor, nivelan la balanza de las emociones y permiten que el espectador acepte la fantástica trama y termine paseando a gusto por la permanente ciudad nevada.

Buena película mezcla de aventuras y espionaje, durante la Segunda Guerra Mundial, dirigida por Lewis Seiler. Apoyado en un buen guión y con unas notables interpretaciones (a excepción, como casi siempre, de Cornel Wilde) Seiler logra mantener la cohesión y la tensión en una historia que, a mi modo de ver, debería haber sido contada de tirón, suprimiendo los flashback y el aburrido arranque de la película. Aun así, Seiler demuestra su habilidad y oficio, y logra mantener al espectador expectante hasta el final.

Claro, los realistas, pesimistas, derrotistas y demás -istas de carácter negativo pondrán el grito en el cielo y exclamarán: "¡Esto es imposible!", "¡qué película tan ñoña!", "¡eran otros tiempos!"... Sí, eran otros tiempos, más duros y difíciles y, mira por donde, todos sus argumentos se les vienen abajo porque resulta que el padre Flanagan existió, como existió su "Ciudad de los muchachos" y como siempre existirán personas maravillosas tocadas por la mano de Dios cuya máxima preocupación sea la de ayudar a los más desfavorecidos de una manera absolutamente desinteresada.
Norman Taurog, que era un director listo, sólo necesitó darle un buen ritmo a la historia y comprender que nadie había mejor que el gran Spencer Tracy, con todo su carisma y bonhomía, para interpretar al bueno del padre Flanagan. Con sencillez, con naturalidad. Repitiendo constantemente aquello de: "ningún muchacho puede considerarse malo". Y cuanto más lo dice más nos damos cuenta de que quizás tenga algo de razón y que son los padres, los educadores y los condicionantes sociales y económicos que rodean al chiquillo, los verdaderos culpables de de que fracase esa "forja de hombres". Ya lo decía Pitágoras: "Educa bien a los niños y no será necesario castigar a los hombres".

Está claro que Otto Preminger era un director atípico. Tocaba temas polémicos y controvertidos y, en algunos casos, fue el primero en ponerse tras la cámara para desenmascarar los hechos y presentar la verdad por muy dura y descarnada que fuera. De ahí una cierta irregularidad en su carrera. Cuando se es pionero y atrevido en algo se cometen muchos fallos antes de llegar al éxito final.
Algo parecido le sucede al protagonista de esta película, Billy Mitchell. Militar de alto rango, amado por sus subalternos y odiado por los mandos superiores con los que siempre se las tuvo tiesas. Un hombre, una idea. Sin uniformes ni cortapisas. Billy Mitchell, cuya historia es totalmente cierta, tras convertirse en héroe de la Primera Guerra Mundial, se enfrentó al aparato militar, especialmente a la Marina, por defender hasta el final la tesis de que el ejército del aire debía ser cuidado y potenciado puesto que las guerras posteriores se decidirían, sobre todo, en la lucha aérea.
El ritmo de la película es pausado, como toda la obra de Preminger, aunque en esta ocasión, afortunadamente, no se excede en el metraje. Hace un buen uso del Cinemascope. Los diálogos son notables, aunque al centrarse en códigos y leyes militares, terminamos algo confusos y aturdidos. Cooper mantiene el tipo y, aunque su apostura es incuestionable, se le nota demasiado la edad para un personaje que era más joven y, además, muy vigoroso. Rod Steiger está magnífico en una de sus primeras apariciones en pantalla y, a Charles Bickford, le vienen a medida los personajes retorcidos y antipáticos.
En definitiva, una película interesante que nos cautiva más por la tenacidad e ideas del protagonista que por el resultado global de la misma.

Curiosa y entretenida película del año 1956 que narra la historia de Dave Bishop, ayudante de un afamado millonario llamado Danemore. A la muerte de éste se verá envuelto en una trama gigantesca e internacional cuando su único objetivo era visitar a un abogado en Viena.
Sheldon Reynolds, director desconocido (no sé si tiene alguna película más) mantiene un ritmo constante entre la banalidad y el suspense y,la imponente presencia de Mitchum, hace el resto. Sin embargo, el film no llega a emocionarnos, somos meros espectadores que al alejarnos tanto de los personajes ni sufrimos, ni reímos, ni amamos con ellos. Seguimos interesados la cinta y no entendemos muy bien el final.
El guión es bastante bueno, correctos los diálogos, correcta la fotografía y excesivos movimientos de cámara para llevarnos simple y llanamente a un primer plano de Mitchum o Page. Por cierto, Mitchum borda su papel y lleva claramente el peso de la película. Vamos casi podia haber actuado sólo él.