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Críticas de Chris Jiménez
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Críticas 2.176
Críticas ordenadas por utilidad
8
16 de enero de 2020
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El siglo XX ha llegado a las tierras del salvaje y viejo Oeste, y la tendencia dominante en esta moderna era es seguir los vientos de cambio, pero para seguirlos es necesario deshacerse de todo lo que impide el progreso.
Un hombre se verá forzado ante esta situación, un valiente sheriff que lo dio todo por defender la justicia relegado ahora a "un vaquero fanfarrón con las pistolas humeantes"...

En efecto el final de una era, tanto dentro de la pantalla como fuera. Los últimos estertores de los '60 estaban próximos y durante la década el "western", género rey del clásico Hollywood, se había acercado poco a poco al inevitable comienzo de su ocaso; paradójicamente sería John Ford el iniciador de este movimiento con "El Hombre que Mató a Liberty Valance", seguida el mismo año por "Duelo en la Alta Sierra", título esencial de lo que después habría de llamarse "western" crepuscular, realizado por el maestro Peckinpah, quien remataría el decenio con su apocalíptica "Grupo Salvaje".
Pero esta emblemática obra no sería la única en resaltar en ese "nuevo" cine del Oeste que tanto reclamaba ruptura y libertad; también en 1.969 Joseph Calvelli adaptó a la pantalla la novela "Death of a Gunfighter" de Lewis B. Patten, uno de los más prolíficos autores en el "western" (y que además colaboró en el guión). El puesto tras la cámara sería ocupado por Robert Totten, veterano en la industria de la televisión que no logró la simpatía del productor Lew Wasserman ni de Richard Widmark, quien encarnaba al protagonista de la película (y del propio rodaje); el problema se zanjó con el despido de Totten y el contrato de Don Siegel.

Un Siegel que tuvo que encargarse de filmar durante la última semana de producción bajo las órdenes del actor, lo que le llevó a rechazar su nombre sustituyendo al de su predecesor; la Director's Guild determinaría entonces usar un alias para tapar a sus desertores artífices, dando lugar a la creación de Allen Smithee, mítico e infame pseudónimo (aún usado hoy día) adoptado por esos cineastas que rechazan la autoría de sus proyectos. Así aparece en los créditos de "La Ciudad sin Ley", cuyo inicio ya es claro representativo del ocaso del género, con un tren que penetra en el pueblo como una cuchillada de modernidad y una mujer que predica furibunda contra las injusticias del gobierno.
Melancólico y amargo tono que permenecerá hasta el final. La acción nos sitúa en un pequeño pueblo de Texas donde algunos de sus ciudadanos desprecian al duro e implacable sheriff Patch, perfecta encarnación de una era desfasada y rancia, acusado por su uso excesivo de la fuerza para aplicar una justicia demasiado estricta y nada acorde a los nuevos y democráticos tiempos; un asesinato en defensa propia será la gota que colma el vaso para esos "políticos" que abogan a toda costa por el progreso y el despido de Patch, defensores de una paz que paradójicamente defenderán con más violencia que el propio agente de la ley al que culpan.

"La Ciudad sin Ley" toma los más viejos códigos y elementos del "western" y los tergiversa, incluso degenera a su antojo, llevando a cabo un doble gesto de muerte y renacimiento del género, reflejando por el camino una dura realidad política y social acorde con la vivida en EE.UU. en la época, que declaradamente se ha vuelto violenta, explosiva (así, el caballo, animal incónico del Oeste, será a menudo relegado a un segundo plano por los coches, que toman las calles del pueblo, la chica inocente y cristiana quedará convertida en una zorra viciosa, el párroco en un interesado desalmado y el sheriff, símbolo de ley y orden, será vilipendiado por sus vecinos y hasta disparado por la espalda).
Cobardes y desagraciados que ocultan bajo la humildad de sus hogares sucios secretos imposibles de compartir en público, todos y cada uno culpables, todos bajo el signo de la vergüenza, cuya conciencia maldita es a un tiempo protegida y ajusticiada por Patch; a medida que avance el metraje el clima se tornará más hostil y desasosegante en el pueblo, haciendo mella en el sheriff, quien, presionado por la situación, empieza a revelar su lado más oscuro y violento, sobre todo tras la llegada del comisario Trinidad y un personaje que incluye una tremenda historia trágica en la que se debería profundizar mucho más.

Intrigas y conspiraciones que derivan en un trepidante y brutal enfrentamiento donde la moral y la ética quedan aplastadas por la violencia, descendiendo el ser humano a unos niveles de sadismo y deshumanización indescriptibles y donde la película radicaliza y en cierto modo se burla de "Solo Ante el Peligro" (muchos de los sucesos de aquella sufrirán una desfiguración conociendo el clásico de Zinnemann su reverso de pesadilla), tratándose en un sentido muy liberal del callejón sin salida existencial de toda justicia personal y del frío horror de la venganza del Estado (la élite del pueblo).
Todo ello coronado con un desgarrador desenlace inscrito en la tradición del mejor "western" crepuscular donde la bandera americana, que ondea al fondo, se convierte en testigo mudo de los despiadados acontecimientos; Totten añade oficio tras la cámara y Siegel su pesimista visión del género (la misma que en "Un Extraño en el Camino"), mientras el plantel brinda unas buenas actuaciones, destacando Lena Horne, Jacqueline Scott, Larry Gates, Carroll O'Connor y un jovencísimo John Saxon (en un papel que podría aprovecharse más), aunque nadie logra eclipsar a ese magnético Richard Widmark, imponente desde todos los ángulos.

Conocida sobre todo por su propia leyenda tras las cámaras (el nacimiento de Allen Smithee) y atravesada por ráfagas de humor negro y un profundo romance, "La Ciudad sin Ley" permanece como uno de los films del Oeste más amargos y descorazonadores que se han rodado, y situándose entre los más emblemáticos de 1.969 junto a "Valor de Ley", "El Oro de McKenna", "Dos Hombres y un Destino" y la mencionada "Grupo Salvaje".
Chris Jiménez
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9
14 de febrero de 2019
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esa hora en la que fuerzas desconocidas nos arrastran al inframundo de nuestra existencia. Reversibilidad de la apariencia, desposeimiento absoluto, tormentosa regresión.
Las tinieblas toman forma y el espejo se rompe. Es la hora en la que nos enfrentamos a nuestros propios demonios.

Con "Persona", Ingmar Bergman rompería una vez más, y quizá más reveladoramente que nunca, la estética de su obra, creando el que es para muchos su trabajo más profundo y significativo, con el cual viajaría a lugares de experimentación desconocidos. Esa es, en efecto, la película más destacada del director en los '60, una etapa de conquista interior, de insularidad y desafección, de innovación y depuración para con su arte que se apartaba casi radicalmente de la década anterior, en la que ya nos mostró lo que estaría por venir con títulos como "Fresas Salvajes" o "El Rostro".
Al poco tiempo, Bergman retomaría un borrador que se vio obligado a dejar por problemas de neumonía, influenciado por "La Flauta Mágica" de Mozart (literalmente mostrada), algunas obras de Ernst T. Hoffmann y el espíritu de F.W. Murnau a la vez que por experiencias personales y pesadillas que luego plasmaría sin tapujos en pantalla, recurriendo a la leyenda de la llamada "hora del lobo", de la cual nos hablará el protagonista: ese momento de la madrugada en que se suceden más muertes y nacimientos, cuando los fantasmas que habitan en nuestros sueños se materializan en la realidad. El rodaje tendría lugar en la isla de Hovs Hallar y, cómo no, en la de Fårö, escenario predilecto del cineasta.

La línea de ruptura que planteaba "Persona" es seguida por "La Hora del Lobo", cuyos créditos iniciales van acompañados de las voces del equipo de rodaje, preparado para proyectarnos instantáneamente en el corazón de la ficción, dando paso a Alma (interpretada ahora por Ullmann), quien rompe la "cuarta pared" al dirigirse a nosotros (yendo más allá de la "carta hablada" que habíamos visto en obras anteriores del director) para hablarnos de Johan, de lo dichosos que eran al llegar a la isla y de cómo éste empezó a cambiar, atormentado por alguna fuerza maligna procedente de la oscuridad.
Bergman practica la escapada insular de "Como en un Espejo" y su anterior film (con los que "La Hora del Lobo" guarda aspectos en común) presentando a los Borg en plena felicidad; él es pintor, ella está embarazada, la vida parece sonreírles. Pero este bienestar no dura mucho ya que Johan se ve afectado por una serie de pesadillas que le provocan insomnio, horribles figuras nacidas de su inconsciente, fantasmas que nutrirán su arte; de hecho uno de éstos, como proyectado desde otro plano de existencia, aparece para advertir a Alma del diario de su marido, convirtiéndose dicho momento en la primera irrupción fantasmagórica, que abrirá una brecha confundiendo para siempre lo real de lo que no lo es.

Mientras la mujer descubre gracias al diario la pesadillesca fantasmagoría que obsesiona a Johan, así como la evocación de una antigua relación, el imperio del Mal quedará simbolizado por la vecindad de una familia de hacendados, los Von Merkens, seres demoníacos y degenerados de estirpe vampírica que llevarán a cabo una escalofriante representación de "La Flauta Mágica" y arrastrarán a la pareja a una atmósfera de opresión interior entreverada de toques grotescos, aún más acentuada en la segunda mitad del metraje, donde Alma anuncia que algo espantoso va a ocurrir, algo de devastadoras consecuencias.
Punto de inflexión: aparece por segunda vez el título del film, estamos realmente viviendo la "hora del lobo"; en ella, la obra se escora por entero del lado del terror, exudando la humillación, el sadismo y la muerte mientras el artista atormentado (perfecto reflejo de Bergman) revela sus traumas, miedos y secretos inconfesables, donde tendrá lugar una de las más atroces sobreexposiciones "bergmanianas", en la que Johan golpea a un niño que le ha atacado salvajemente, cuando Alma porta de hecho a su hijo (interminable ajuste de cuentas del cineasta, pues él y Ullmann iban a tener un hijo en ese momento).

Éste, a partir de la aniquilación total de su mundo real, se instalará para siempre al otro lado del espejo, quitándose la máscara, liberando sus demonios, desnudando su alma (la homosexualidad se presenta de forma literal al aceptar el nuevo aspecto que le proporciona Lindhorst). Movido por el éxtasis, Johan se aventura al inframundo de su psique, todo lo soñado se proyecta ante sus ojos como una realidad palpable (el hombre-pájaro, la mujer que se arranca la piel, el tipo caminando por el techo, Veronica); la puerta hacia la pesadilla está abierta y ha cruzado por ella, condenándose para toda la eternidad.
Las sombras de Hoffmann, Poe, Buñuel y Murnau, tanto en lo argumental como en lo estético, planean sobre "La Hora del Lobo", donde el director presenta la inversión crepuscular y expresionista de "Persona", apoyándose en una puesta en escena arrolladora, absorbente, dotada de gran potencia onírica, que terminan de rematar la inquietante música de Lars Johan Werle y la brillante fotografía, saturada de luz y oscuridad, de Sven Nykvist. Absolutamente soberbios, Von Sydow y Ullmann encarnan a una pareja afectada por la locura y el malestar, lo que se repetiría en "La Vergüenza" y "Pasión", acompañados de unos no menos memorables Erland Josephson, Ingrid Thulin, Georg Rydeberg y Gertrud Fridh.

Los fantasmas acaban "devorando" a Johan, desaparecido para siempre en su propia imaginería, en su pesadilla. Alma reflexiona sobre la conexión con su marido, sobre la sugestión que aquél le provocaba. Inversión de roles, transmisión de la pesadilla. ¿El significado?
Hemos interpenetrado en la surrealidad atravesando los caminos más recónditos del alma y la psique humanas, pero Bergman deja que la ambigüedad se apodere de la narrativa, terminando sin explicación alguna y abriéndose a todo tipo de interpretaciones. El maestro lo ha vuelto a conseguir.
Chris Jiménez
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Demon City
Japón1988
5,4
500
Animación
7
14 de febrero de 2019
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1.988, el mundo del anime fue bendecido con obras del calibre de "Akira", "Mi Vecino Totoro", "Gunbuster", "La Tumba de las Luciérnagas" o "Appleseed".
Y llegaron para bien o para mal, ya que otras como la que nos atañe quedaron desgraciadamente eclipsadas y relegadas a un segundo plano del que sólo han salido en escasas ocasiones.

Efectivamente no tan memorable como otros films de su época pero sin duda interesante para los más fans, "Demon City" es el paradigma de lo que fue la animación japonesa en la década de los '80, una década repleta de ciencia-ficción, aventuras épicas, oscura fantasía, trepidante acción y, la mayoría de las veces, violencia a punta pala; es por eso que este tipo de obras, producto del momento, no han tenido la misma repercusión ni importancia que otras. Pero para el señor Yoshiaki Kawajiri, 1.987 estaba resultando un año la mar de fructífero.
Primero la antología "Laberinto de Historias", realizada junto a Katsuhiro Otomo y Shigeyuki Hayashi, y después "Wicked City", uno de sus mejores trabajos; tras aquella adaptación el director decidió dar vida a otra obra del maestro Hideyuki Kikuchi (práctica que ha seguido a lo largo de su carrera), de cuya invención proceden "Vampire Hunter D", "Darkside Blues" o "El Viento de Amnesia". Esta vez se centraría en la novela "Makai Toshi Shinjuku", escrita en 1.982 y que el autor convertiría en una longeva serie para más tarde serializar la historia en formato manga.

Ésta se rige por unos patrones muy clásicos y ciertamente maniqueístas: malos muy malos contra buenos muy buenos, sin ambigüedades. Tras un prólogo de lo más impactante conocemos a Kyoya, un joven guerrero impetuoso, bastante arrogante y sin muchas ambiciones que permanece ignorante de la gran amenaza que está a punto de desatarse: al parecer en pocos días el reino de los demonios liberará todo su poder sobre La Tierra iniciándose así una nueva era de caos y oscuridad que acabará con las vidas de todos los seres humanos.
Como vemos, Kawajiri, o más bien su guionista Kaori Okamura, nos trae una historia sin muchas pretensiones, de previsible desarrollo (el espectador sabe perfectamente lo que va a ocurrir antes de que los personajes lo hagan) y con unos patrones bien definidos; se trata de la ancestral lucha entre el Bien y el Mal en la que un joven héroe tendrá que demostrar sus habilidades de guerrero contra el desalmado que mató a su padre y convertirse por la fuerza en el salvador de la Humanidad, siempre acompañado, cómo no, de una chica guapa de la que se enamorará y de esos personajes secundarios que no intervendrán directamente en la acción pero que le ayudarán contra todos los peligros.

El maestro Rai acudirá a Kyoya para una importante misión: convertirse en el salvador del planeta y acabar con el malvado Levi Ra, quien fue en otro tiempo uno de sus alumnos y, para más inri, el que hace diez años asesinó al padre del chico provocando en Shinjuku, al mismo tiempo, una sucesión de fenómenos catastróficos que redujeron la ciudad a un puñado de ruinas. Arrogante pero valiente, Kyoya, junto a la dulce e inocente Sayaka, la hija del presidente, quien ha sido atacado también por Ra, se deberá adentrar en una post-apocalíptica Shinjuku llena de infernales peligros para liberar al Mundo de los demonios y vengar la muerte de su padre.
Las influencias de otras obras se aprecian sobremanera (desde "El Puño de la Estrella del Norte" a "Harmagedon" pasando por "Los Inmortales", "Star Wars", "Excalibur" o "1.997: Rescate en New York"), pero lejos de sus referencias, su fácil trama y su demasiado precipitado final, "Demon City" también posee un gran atractivo, y reside en el característico imaginario, torcido y oscuro, de Kawajiri, quien nos planta en la cara una excitante aventura tan épica como inverosímil invadida por terroríficos demonios, monstruos gigantes, valerosos guerreros, perros bicéfalos, espadas mágicas, espíritus vengadores, sexo bizarro y mucha sangre.

Y, al mismo tiempo, promoviendo una visión bastante pesimista sobre la debilidad del alma del ser humano, fácil de corromper y engañar, fácil de ser esclavizada por el poder del Mal; no obstante su discurso, gracias al héroe Kyoya, se inclina pronto hacia la esperanza. Diseños de trazo grueso, grotesco, que encajan a la perfección con el universo del director, siempre brutal y sombrío, donde las tinieblas acaban por invadir el espacio, todo esto regado de la estimulante música de Motokazu Shinoda.
"Demon City" es, en resumen, un cuento gótico-futurista lleno de acción, fantasía, drama, incisivo humor negro, violencia extrema y momentos memorables que hará las delicias de los fans del género y, sobre todo, de los '80.

Quizá no tan importante en la filmografía de Kawajiri como "Ninja Scroll" o "Wicked City", pero igualmente interesante y satisfactoria.
Chris Jiménez
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9
20 de noviembre de 2018
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
"9 de Agosto...", "...el día que murió el abuelo". Minako y Tami no necesitan decir más; frente a los chicos, las ancianas rezan a sus desaparecidos en el santuario, donde se lee en uno de los escritos "reunámonos en el más allá".
Para ellos, la generación del milagro económico, el sobrevivir a una catástrofe como la de aquel día, es muy difícil de entender, y por tanto su curiosidad no es menor.

Y es que mucho pudieron enseñarnos nuestros profesores de historia, pero como dijo aquél: "para hablar de una guerra hay que vivirla". Mi abuela me contaba cómo con siete años (en 1.936) escuchaba los bombardeos en el puerto de Cartagena y por las noches veía en el horizonte el resplandor de los impactos; inevitablemente me sentí como los chicos de la película. Kurosawa contaba 35 años cuando las bombas atómicas cayeron en Hiroshima y Nagasaki, responsables de la muerte de cientos de miles de personas; 6 y 9 de Agosto, dos días negros que marcarían a toda una generación.
El cineasta, un octogenario en los '90 con una inmensa carrera repleta de obras maestras, pegaría otro vuelco a su filmografía tras sorprender a propios y extraños con sus fascinante "Sueños", respaldada por Spielberg, dando, como poco antes hizo Shohei Imamura en "Lluvia Negra", su propia visión de las cicatrices que los desastres de la 2.ª Guerra Mundial y las bombas habían dejado en los supervivientes de éstas ("hibakusha") al tiempo que adaptando la aplaudida novela "Nabe no Naka" de la escritora Kiyoko Murata. La historia transcurre durante los días de verano de dicho mes y desde la perspectiva de la joven Tami, que narra los hechos.

Ésta pasa las vacaciones en la casa de campo de su abuela en Nagasaki mientras se conmemora el 45.º aniversario del desastre, junto con su hermano pequeño y sus primos. Mientras la anciana sigue teniendo muy presente esos días, pues su marido, maestro de escuela, fue víctima de la bomba mientras impartía clases, le llega una carta inesperada: uno de sus hermanos se encuentra convaleciente en Hawaii, donde se mudó años atrás y fundó una familia, y desea verla antes de morir...pero ella no es capaz de recordarle. Insistiendo en la complicidad entre la abuela y sus nietos y denigrando la generación intermedia, la de los padres, el motor de "Rapsodia en Agosto" se basa en una continua transmisión y en el enfrentamiento de diversos puntos de vista.
Entre Kane y los niños, donde vemos el nuevo Japón contra el tradicional, incapaz de comprenderlo aun respetándolo con afecto; entre la anciana, los niños y sus padres, hipócritas e interesados; y entre Kane y su sobrino Clark, dos naciones enemigas en el pasado ahora encontradas en familia, un serio dilema para la anciana (hablaré de estos y otros detalles en la Zona Spoiler). La transmisión llega de la manera más natural y pese a esos enfrentamientos entre generaciones aparecen los lazos que las unen cuando Kane, nostálgica, melancólica y a veces incluso divertida, relata a sus nietos historias sobre acontecimientos sucedidos antes, durante y después del desastre.

Éstos, con inocencia y atención, se introducen en un terreno desconocido al escucharla y aprender más sobre Nagasaki, reaccionando asustados ("¡no nos cuentes más historias de miedo!") pero tomando conciencia de ello ("sólo fueron testigos de algo aterrador"). Leyendas que aúnan verdad y fantasía, de familiares, seres y sucesos extraños; Kurosawa nos hace partícipes de ellas y así nos sentimos como los chicos, sentados a la luz de la Luna descubriendo un mundo de otro tiempo mientras oímos a la abuela. Así, "Rapsodia en Agosto" resulta atrapante pese a su sencillez.
El director, con su particular maestría y visión de las cosas, dota a la película de una atmósfera de fascinante extrañeza, revelando lo misterioso y oculto bajo las apariencias con una naturalidad sobrecogedora, un universo mágico que se abre ante los ojos de los protagonistas, y al igual que ellos somos absorbidos por él (en Zona Spoiler). Kurosawa se rodea de maravillosos actores que más que interpretar sienten sus personajes, sobre todo el grupo de los cuatro jóvenes compuesto por Hidetaka Yoshioka, Tomoko Otakara, Mieko Suzuki y Mitsunori Isaki; después, un regular y casi inexpresivo Richard Gere en el mejor momento de su carrera (tras "Pretty Woman") que veremos durante unos 20 minutos.

Su personaje, Clark, queda desaprovechado, mal desarrollado; no así protagoniza una de las secuencias más conmovedoras del film (en Zona Spoiler). Y a la cabeza la veterana Sachiko Murase brindando una actuación sorprendente e hipnótica, la última de su vida; su Kane sin duda procede de la imaginería del director, que se expresa a través de ella: una mujer obsesionada con la honestidad del individuo, que recuerda el desastre en la lejanía, no condenando los actos de América, aunque tampoco consintiendo que sean ignorados, y que sobre todo echa la culpa a la guerra, causante de la maldad de los hombres.
Como clásico personaje de Kurosawa, Kane es acechada por una locura (como les ocurría a Washizu en "Trono de Sangre" o a Hidetora en "Ran"), la cual se revelará desatada en la inolvidable escena final, donde se enfrentará a sus demonios más profundos. Con todo, un melodrama lleno de alegorías, contemplativo, intimista, mágico y cautivador, realzado por la brillante puesta en escena y la fotografía de Takao Saito y Masaharu Ueda, en el que Kurosawa, con sabiduría y una sensibilidad y sencillez sobrecogedoras, ahonda en la tragedia que un día marcó a su nación y a su gente demostrando que el pasado nunca debe ser olvidado (algo a lo que no reaccionó bien la crítica de la época, que le tachó de chauvinista).

Finalmente, la tormenta propulsará a la anciana a otro tiempo mientras sus nietos corren tras ella. Pero por más que corran no la alcanzarán jamás, pues sus demonios, lo que la acosa, consecuencia de un trauma más que real, es un mundo en cuyo interior nadie podrá reunirse con ella...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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8
9 de noviembre de 2018
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Cómo afrontaría alguien la vida si su destino se encontrase entre las líneas blancas de la carretera por delante y el humo del coche por detrás? Una existencia de futuro incierto, en constante huida, obligada a renunciar sueños y esperanzas.
Siempre interesante, siempre sorprendente, Sidney Lumet nos introduce con gran naturalidad e intensidad dramática en dicho dilema visto a través de los ojos de un joven que se debate entre la lealtad a la familia y su propio camino a seguir.

Un momento significativo: Danny confiesa a Lorna que, muy a pesar suyo, ha de marcharse de nuevo con su familia. Antes de empezar dicha conversación los actores parecen estar preparándose para la escena. Quizá ocho segundos en los que el director ha decidido encender la cámara y ponerse a grabar; Phoenix y Plimpton demuestran que tienen talento para la naturalidad y Lumet, que es un gran director de actores y que no precisa de mucho esfuerzo para hacer que todo quede creíble, real. Es algo que está presente en toda su obra, y desde luego lo consigue en esta que nos ocupa.
No apta para todo el mundo y bastante difícil de digerir, "Un Lugar en Ninguna Parte" pasa por ser de los trabajos más intimistas y personales del cineasta, amén de los más poderosos, realizado en un momento irregular de su carrera en comparación con la década anterior y destacando entre dos obras menores como son "A la Mañana Siguiente" y "Negocios de Familia". De corte independiente, el guión de esta película, que firma Naomi Foner, se inspira (por mucho que en los créditos se diga que los personajes son ficticios) en William Ayers y Bernardine Dohrn.

Esta pareja, versión real de los Arthur y Annie Pope del film, eran los conocidos fundadores del grupo revolucionario Weather Underground, creado a finales de los '60 sirviendo a una causa antimilitarista contra la Guerra de Vietnam y con el objetivo de acabar con el imperialismo, el racismo y la injusticia social en la sociedad americana, provocando a menudo ataques terroristas con posteriores víctimas (el laboratorio de Napalm mencionado aquí hace alusión al bombardeo del centro Sterling Hall de Wisconsin en 1.970). Lumet, como de costumbre, recordando sucesos y conflictos que trastocaron la Historia de su nación.
Volviendo a la película, el joven Danny y su hermano pequeño Harry tienen que mudarse nuevamente ya que la verdadera identidad de sus padres ha sido descubierta; éstos, dos radicales contraculturales acusados de un ataque terrorista a un laboratorio dieciséis años antes, llevan una vida fugitiva, huyendo de la ley y cambiando constantemente de identidad. Sin embargo en el nuevo pueblo al que han llegado las cosas van a cambiar; Danny posee un talento especial para tocar el piano, lo que no pasa desapercibido para su profesor de música, y además el chico se acabará enamorando de su hija Lorna. Por fin podrá llevar una vida normal, mientras sus padres no digan de emprender la marcha otra vez...

Lumet nos arrastra al corazón del drama con dureza, bastante objetividad y sensibilidad al mismo tiempo; flirtea con los ideales políticos, algo siempre defendido por los personajes de Annie y Arthur, pero todo eso queda como telón de fondo, como un pretexto en el que se apoya la verdadera trama, que no es otra que la situación en la que la familia protagonista se encuentra. Siempre huyendo, siempre perseguidos, por un gobierno que no olvida, que debe ajusticiar a aquellos que le hicieron daño, incluso si fue para defender una causa justa con la intención de cambiar un poco el mundo a mejor; la familia Pope está condenada a vagar sin identidad ni futuro y, por mucho que rían, el pesimismo les acompañará siempre.
Danny es el único capaz de aspirar a una vida y una identidad, aunque ello signifique dejar a sus padres y su hermano en mitad del camino. Alegría y tristeza se dan de la mano todo el tiempo, de la manera más natural y realista, y lo más importante es que la película no tiene trama si no es por los personajes (gran distintivo del cine de Lumet), quienes consiguen que avance gracias a sus sentimientos, diálogos y reflexiones. La distancia puesta por el método del director se resuelve con la espontaneidad y el realismo de las interpretaciones, que nos acercan a los protagonistas y nos hacen sentir como ellos.

Unos actores brillantes, tremendamente bien dirigidos, que, más que actuar, viven a sus personajes. Judd Hirsch y Christine Lahti forman un carismático y poderoso dúo, pero no tanto como el compuesto por los jóvenes River Phoenix y Martha Plimpton, segunda vez que coincidieron ante la cámara tras "La Costa de los Mosquitos", que se destapan como enormes promesas de su época (la de Phoenix tristemente acabada al morir unos años más tarde por sobredosis...).
Sin grandes alardes en lo visual, sin grandes medios y sin efectos, Sidney Lumet logra una gran película, hecha de carne y hueso y un espíritu, que está entre lo mejor de su obra. Quizá su final feliz no esté muy acertado (lo mejor es pensar que la esperanza nunca se pierde, y eso, claro, es agradable para el público), pero aun así no estropea para nada el conjunto, con momentos memorables que realmente atraviesan el corazón.
Chris Jiménez
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