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España España · O Carballiño
Críticas de odaesu
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Críticas 66
Críticas ordenadas por utilidad
8
11 de julio de 2010
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Michael Haneke lleva 20 años construyendo una crónica sobre la decadencia de la sociedad occidental, narrando en sus films nuestro camino colectivo hacia el cadalso. El director austríaco no centra sus obras en el devenir de unos u otros personajes, no, siempre somos nosotros, el público el que está a este y al otro lado de la pantalla. Juega con nosotros, nos provoca, nos enreda en sus trampas y nos abandona a un lado de la carretera, tiritando de frío, acuciados por las monstruosidades a las que damos acogida en nuestro seno.

Estamos ante el poeta del horror, entendido este como producto de la incomunicación y del desconocimiento, de lo absurda que se ha vuelto la existencia humana, de la banalidad al fin y al cabo. Somos banales, y esa es nuestra tragedia, la causa de todos los males que nos asolan.

Pero ante todo tenemos miedo, a todo y a todos. A la muerte, pero también a la vida. A los demás, pero también a nosotros mismos. Los medios de comunicación lo denominan “inseguridad ciudadana”. Pero es algo más que eso, es el vacío existencial. Tenemos tantas cosas, y podemos conseguir otras tantas que nos cegamos. Hemos devaluado al mundo que nos rodea, es más, hemos devaluado al planeta entero.

Los ideales de sacrificio, resistencia y esfuerzo se han perdido por los desagües de nuestras ciudades-monstruo, ya sea Paris o un pequeño pueblo invadido por nuevas casas de emigrantes. Creemos haber acabado con el pasado, aunque realmente él no ha acabado con nosotros. Nuestra frivolidad nos lleva a la inconsciencia. Esto se ve en la película que rueda el personaje de Juliette Binoche. La madre dice que no quiere seguir viviendo en su piso porque tiene miedo de que su hijo se caiga en cualquier momento, después de que esto casi sucediera mientras ella nadaba con su marido en la piscina. ¿De quién es la culpa? ¿Del piso, del niño o de su insensatez?

Haneke no es un prestidigitador, ni un adivino, ni por supuesto un profeta. No nos dice donde está la salida, sólo actúa de notario. Da fe de lo que pasa, nos arroja todos nuestros pecados a la cara, nos demuestra que somos una sociedad enferma. Su cine te puede gustar o no, pero su mensaje cala hasta los huesos.

Cuando entras en el juego de Haneke es difícil escapar, su mirada del mundo te retiene, a la vez que te ilumina para condenarte. Ya no vale refugiarse en que todo es culpa de la sociedad que nos corrompe y envilece. Michael Haneke nos demuestra que todos somos responsables de nuestra forma de vida.
odaesu
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10
31 de agosto de 2010
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
John Ford cogió el material con el que se hacen los sueños y a partir de ahí creó y finiquitó el western. Primero lo llevó por caminos de polvo y piedras, después atravesó valles desoladores mientras la estela de los caballos (y los caballeros) pintaba curvas sinuosas, y finalmente lo montó en un ferrocarril rumbo a la historia.

“Usted sólo conoce la ciudad desde que la cruzó el tren, era muy diferente entonces, muy diferente señor Scott, muy diferente”. El cine era muy diferente también, con sus limitaciones y sus anhelos, con sus posibilidades inexploradas y sus formas prematuramente viciadas. Sí, el cine era muy joven.

“Lo hacemos muy a gusto por el hombre que mató a Liberty Valance”. Entre sombras alargadas y soplos de luz en un mar de oscuridad nos movemos al lado de personajes disociados en dos, un periodista alcohólico, un idealista encumbrado por lo que aborrece, un perdedor que hace lo que considera correcto aunque eso implique sacrificar su propia felicidad, un comisario cobarde, una mujer valiente que persigue lo inalcanzable mientras intenta retener con sus manos lo presente… Nos movemos a una velocidad constante entre cactus floreados y familias de rancheros, temerosas de Dios pero también del diablo. Nos movemos porque John Ford nos acompaña plano a plano, nos guía a través de un montaje indeleble, nos enseña un mundo que ha huido pero que se parece al nuestro. La esencia de la humanidad sigue siendo la misma. Seguimos creyendo en la idea de sacrificio, aunque parezca que la hayamos olvidado. Seguimos permitiendo que prospere el mal en el mundo, aunque digamos que defendemos la justicia. Seguimos teniendo ideales y bondad en nuestros corazones, aunque el mundo nos empuje día a día al ostracismo.

Sí, seguimos anhelando ser libres. El sueño de John Ford ha atravesado decenas de generaciones hasta nuestros días. Como un rayo iluminando la negrura del desierto. “En el Oeste cuando la leyenda supera a la verdad publicamos la leyenda”.
odaesu
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8
13 de enero de 2009
13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yo te quiero, y lo hago con todas mis fuerzas, con las pocas que tengo, con las pocas que me has dejado.

Yo te amo, a pesar de las adversidades, que son muchas, de los inconvenientes, que se cuentan por millares, y de la opacidad de las mentes que nos rodean.

Yo te extraño cuando no estás, cuando estoy triste y te necesito a mi lado, cuando la violencia y el odio me atosigan, y los miedos se adueñan de mi cama.

Yo te deseo, de la forma más violenta y más dulce que te puedas imaginar, porque lo más hondo de mis entrañas rige mis pensamientos, cada día más oscuros y más sucios, más tristes y más desesperados.

Yo te odio, porque tu mirada me condena al ostracismo y tu silencio devora mis esperanzas. Te odio por todas las madrugadas que me has hecho estar despierto, y por todos los engaños que has tejido alrededor de mis pies.

Yo te temo, y lo hago de una manera sobrehumana, porque eres algo más y menos que el vacío, un dulce recobijo rodeado por aguas turbulentas.

Yo te anhelo, porque a tu lado he sido feliz sin que tú lo supieras, mientras jugábamos a ser libres de verdad, a mentirnos mutuamente y a ocultar nuestros sentimientos.

Yo te espero tirado en un barranco mientras me devoran los chacales, y recuerdo el triste sueño, ¿te acuerdas? Aquel en el que me veía arrastrado por el medio de la plaza dejando tras de mi una hilera de sangre. Ahora sé lo que significaba: deseo, peligro. Pero ahora ya es tarde para arrepentimientos, la bala ha cruzado mi cabeza y mi cuerpo va perdiendo poco a poco su entereza, para dar lugar a una amalgama de vísceras y sentimientos ocultos, que marcará el inicio del fin de una ironía tan ilustrativa como dolorosa.

Suena nuestra canción y sí, realmente desearía que estuvieras aquí, pero haberme puesto en peligro es el culpable de toda esta desgracia, una épica historia silenciosa ambientada en el fulgor de una batalla entre mentalidades opuestas, un frívolo capricho adolescente pergeñado en los albores de una madurez escurridiza, un amor tan prohibido como hipnótico, tan trágico como desesperado. Algo ha salido mal, y no, ya no te puedo oír en la distancia, a miles de millas de la tierra, mientras me ahogo en una cápsula que me lleva al infinito y de la que no me atrevo a salir por miedo a flotar de una manera muy extraña y así convertirme, en una pieza fácil para una segunda cacería.

Debí haber hecho caso a las señales que me avisaban del peligro. Te pido perdón por haberme equivocado, por haberme inventado fuegos de artificio, por haber clavado tu mirada en mis ojos y por todo el dolor que he causado por creer en algo destinado a morir antes de nacer, como consecuencia de un deseo irrevocable y una soledad destructiva. Espero que seas capaz de perdonarme ahora que la bala ya ha caído al suelo y los alaridos han dado paso a un silencio perpetuo, tuyo y mío. Shangai se diluye ante mis ojos, y los muertos parapetados a mi lado se derrumban. Yo te quería, y aún lo hago.
odaesu
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8
21 de julio de 2010
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué es la libertad? ¿Cómo podemos alcanzarla? ¿Cuánto estamos dispuestos a sacrificar por obtenerla? Todo esto gira en forma de espiral sobra la volcánica isla de Stromboli y sobre la cabeza de Karin, una mujer que huyendo de un campo de refugiados se fue a encerrar en un remoto pueblo alejado de la civilización tal como ella la conocía. Persiguiendo la libertad queda atrapada física y emocionalmente entre un hombre al que repudia y una sociedad que la teme. Emparedad en una visión tradicional de la vida, anquilosada en el pasado, que niega a las mujeres su legítimo derecho a ser dueñas de sus propias vidas.

El director Roberto Rossellini construye un calvario, un camino hacia la nada existencial lleno de pesares y sobresaltos. El personaje de una magnética Ingrid Bergman se adentra en solitario en un viaje a los entresijos de la mente humana, pasando por la negación de sus problemas, el intento de adaptación a su nuevo entorno, la lucha contra el mismo, la huida y finalmente la resignación. Termina por aceptar el devenir de un destino caprichoso y entregándose finalmente a la idea de Dios como a la que aferrarse, como representación de que todos los sacrificios serán recompensados.

Se acaba imponiendo así, el sacrificio ligado al amor sobre las ansias de libertad. Todo ser humano aspira a ser libre algún día, sin embargo ninguno lo es. Como miembros de una comunidad, las decisiones que tomamos se ven condicionadas por nuestro entorno, y por las consecuencias que tendrán sobre el mismo.

Al bajar desde la cúpula de los ideales al día a día terrenal, la libertad torna inalcanzable entendida en su grado máximo al verse sometida por condicionantes externos. Por encima de la libertad situamos a la felicidad, y ningún ser humano es feliz en la soledad absoluta y permanente, único estado vital donde la libertad deja de estar constreñida por tipo social, moral o religioso.

Este caldo de cultivo se vuelve más complejo cuando en la ecuación se introduce el tema de la maternidad y todas las responsabilidades que esta acarrea. La mujer se desdobla en dos para siempre, asume un contrato no escrito de unión eterna entre ella y su hijo. Por muchas vueltas que dé la vida, y por mucho sufrimiento que esta nos produzca, la sangre siempre pesará más que el agua.
odaesu
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5
22 de agosto de 2008
19 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gong Li, Michelle Yeoh, Ken Watanabe, Zhang Ziyi, es decir lo que podría ser el mejor reparto asiático desde 2046, la oscarizada fotografía de Dion Beebe, unos decorados, un vestuario y una dirección de producción de esas que quitan el hipo, el gran John Williams orquestando la melodía, y Rob Marshall no es capaz ni de mantener en pie la función, ya no cabe pedir una obra maestra, sencillamente que componga un filme decente con semejantes mimbres. Pero es que parece que a este animal de Broadway no se le da muy bien lo de hacer cestos.

En su segunda película tras las cámaras, Marshall demuestra que detrás de tanto ruido mediático hay muy pocas (pero que muy pocas) nueces, Chicago era un musical entretenido, teatral hasta la saciedad, brillante por momentos, irregular casi siempre, pero funcionaba, a pesar de todos sus defectos la nave iba, sin embargo todo el sentido del espectáculo y la acidez se han ido por el coladero, Memorias de una geisha es un mamotreto infumable.

A lo largo de 2 horas largas, Marshall no cuenta nada. Absolutamente nada. Pero eso es lo de menos, lo realmente grave es lo impresionantemente aburrida que resulta la función. Para ver un desfile de moda te tragas la alfombra roja de los oscars, para disfrutar de fotografías coloristas vas a una exposición de Ouka Lele, y para ver chinos (perdón, chinos y japoneses) te levantas de madrugada para ver los Juegos Olímpicos de Pekín, pero lo que sin duda NUNCA deberías hacer es ver este producto (en el sentido más capitalista que se le pueda endosar), hecho para y por los premios de la Academia, como si Rob Marshall no aprendiera la lección y no se diera cuenta de que una vez cuela, pero dos no, y si no que se lo pregunte a su compañero Ron Howard, otro especialista en envasados al vacío, al más puro estilo años 90.
odaesu
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