Tanto Edgar Neville como "La torre de los siete jorobados" han sido sobrevalorados. Hasta Fernando Fernán Gómez opinó que la pobre técnica narrativa de Neville, sobre todo en los cuarenta, no hacía de él un buen director. Pero el guion de "La torre...", sobre todo debido a José Santugini (que escribió también "Carne de horca") es muy sólido. La intriga es de buena calidad y los diálogos, salpicados de humor, son dignos.
El argumento, que parece no se debe en exclusiva a Emilio Carrere, resulta muy atractivo, como ese fantasma (Félix de Pomes) que ayuda a ganar a la ruleta al protagonista (Antonio Casal) o esas puertas secretas que acceden a cuevas prehistóricas habilitadas como ciudad por los judíos en los tiempos de la Inquisición y aprovechadas por jorobados resentidos contra la sociedad que asesinan a todo el que conoce su secreto.
Los decorados a ratos resultan fascinantes, en especial la gigantesca escalera circular. Y, en general, hay que agradecer que se filmara esta original película en un tiempo en que el cine español estaba aprendiendo el oficio, pues hasta los años cincuenta no consiguió un número suficiente de películas de calidad.
Una cinematografía no puede ser madura si su sociedad no está desarrollada materialmente. El cine mudo y el sonoro de la República eran muy malos por falta de industrialización. En los cuarenta el franquismo protegió y fomentó el cine y gracias a ello aparecieron posteriormente Berlanga, Sáenz de Heredia, Bardem, Vajda y tantos otros.
Tampoco es cierto como creen algunos que ese tiempo fuera un páramo cultural. Fue época de postguerra, es decir, pobreza y represión, como ocurriera en otros paises de Europa tras la segunda guerra mundial, pero también en los cuarenta se estructuró la inmediata regeneración de España. Y no hay que olvidar que Dalí, Miró, Ortega, Rodrigo, Jardiel, Mihura, Fernández Flórez y tantos otros seguían haciendo su obra en esa década.
Sin embargo el cine presentaba pocos logros artísticos. Estaba en su infancia. Y películas excelentes como "Las aguas bajan negras" o "La calle sin sol" eran raras. En tal ambiente "La torre de los siete jorobados" no es una obra maestra, pero sí destaca por su dignidad. Y su singularidad consiste en que se trata del único film fantástico español que hoy puede verse de nuestro cine clásico. Por lo tanto, ni es una maravilla, ni tampoco resulta despreciable. Y en mi opinión es muy amena y agradable de ver.

No es este un film para explicarlo o criticarlo, sino para verlo. Ambientado en el oeste, no es un verdadero western, aunque sí tiene su estilo. Parecido a una comedia, se vive casi todo el argumento como un drama tenso. En realidad estamos ante uno de los mejores guiones de pícaros y tramposos que se hayan realizado. Pero cualquiera diría poco antes del desenlace que el argumento trata de la humillación que el poder infringe a los más débiles.
El sorprendente final da el valor de obra maestra a lo que parece sólo un ingenioso juguete cómico, pues se expone en este film la brutal psicología de los potentados de una comarca y la astuta venganza de uno de ellos, disfrazada de una inexistente conducta moral.
Dicho más claro: el sentido de la película es reconocer que en este mundo sólo existen canallas y embaucadores. Y la originalidad de la historia consiste en demostrarnos que los segundos son más inteligentes que los primeros-
El reparto está tan bien escogido que no sabe uno a qué actor admirar más, desde Henry Fonda a Burgess Meredith, pasando por Joanne Woodward, Paul Ford, etc. Hasta el único niño resulta perfecto. Y el director infunde verdadera personalidad al film.
Se menciona a veces "El golpe" como modelo de película en que se engaña a un malvado. Pero "El destino también juega" la supera con creces.

Guerín comenzó realizando documentales en la televisión de los años sesenta, así como obras teatrales. Y ya destacó por la fuerza expresiva de sus imágenes y el estilo depurado de su técnica narrativa.
Era el mejor de una nueva generación de directores entre los que se encontraban Eugenio Martín y Eloy de la Iglesia. Pero al pasar al cine no tuvo mucho acierto con los guiones, ni en el cortometraje de "Los desafíos", ni en "La casa de las palomas", film romántico-erótico de gran éxito de público.
Con "La campana del infierno" le ocurrió lo mismo. Como en su largometraje anterior, exhibió su virtuosismo en los planos, logró secuencias de gran belleza plástica (el psicópata frente al amenazador océano), narró con buen ritmo las secuencias de acción, pero no puso salvar el embarullado guion de Santiago Moncada, escritor sensacionalista que mezclaba terror con sexo con evidente falta de imaginación.
¿Quién puede creer reales a esos cazadores de clase media que intentan violar a una niña por pasar el rato? Y resulta falsa también la situación final de la campana, de una crueldad inverosímil. La familia del perturbado no autorizaría lo que sucede.
De manera que tenemos un lenguaje de lujo puesto al servicio de una historia irracional. Algunos aciertos, como el miedo que produce la aparición de las tres hermanas que se cree muertas, no consiguen salvar el argumento.
Las truculencias pasadas de rosca de Santiago Moncada pueden igualmente apreciarse en otro film algo más afortunado y de gran éxito mundial, "La corrupción de Chris Miller", de Bardem.
"La campana del infierno" no tiene nada que ver con los adefesios de Paul Naschy o Amando de Ossorio. Es una película muy sugerente en las imágenes y de gran calidad narrativa.
Le costó la vida a este magnífico director. Pero en ese instante el cine de terror español consiguió un alto nivel con los guiones de Antonio Fos y Narciso Ibáñez Serrador, entre otros.
La edición en venta de DVD está bien definida, pero uno se pregunta por qué se trata de una copia anglosajona, con títulos de crédito en inglés y algunos diálogos en esa lengua y sin subtítulos.
¿No sabemos conservar nuestras películas?

Esta coproducción hispano-italo-alemana ofrece una imagen pesimista de la guerra de Argelia, extensible a todos los conflictos bélicos. Un comando debe capturar a un líder argelino y traerlo vivo al cuartel de la legión francesa. Se consigue cumplir la misión, pero a un precio esperpéntico.
El guion es excelente, de un realismo absolutamente convincente, pues a cada paso de la operación el éxito va seguido del fracaso y la muerte. Los personajes están bien creados. Son duros, valientes, pero también arrastran rencores, flaquezas y arrebatos de odio.
No se da aquí ningún maniqueismo político. Franceses y argelinos se someten al mismo nivel crítico. Unos y otros se ven obligados a deshumanizarse para lograr la victoria. Esa victoria se escapa en el último segundo. El soldado que cree estar ya a salvo muere inesperadamente de un disparo.
Rodada en España como si fuera el desierto argelino, destacan el inglés Steward Granger, en su papel de capitán que no puede evitar la muerte de sus hombres. Y Carlos Casaravilla, que encarna al político argelino hastiado de la crueldad de sus propios compatriotas.
El director alemán cumple con corrección y logra un buen ritmo en la acción.
Título desconocido, del que no se espera gran cosa y que sorprende por su profundidad y completa actualidad, pues expresa cómo los políticos ridiculizan el heroico esfuerzo de los soldados que viven un infierno para cumplir con su deber.

El cine de terror que cultivo Eloy de la Iglesia al principio de su carrera es lo más importante de su filmografía. Son películas donde mostró más originalidad y mejor caligrafía cinematográfica, antes de perderse en títulos de denuncia social nada inspirados.
Parte del mérito corresponde a los guiones de Antonio Fos, un escritor apenas recordado, destino con que suele premiarse el talento en este hoy triste país.
Fos fue autor también de "La semana del asesino" y "Una vela para el diablo", esta última de Eugenio Martín. Este excelente cine de terror tiene la virtud de ser enteramente español, es decir, no sigue, como "La residencia" o "La corrupción de Chris Miller", el estilo anglosajón, sino que crea un estilo propio-
"El techo de cristal" es la historia de una mujer (Carmen Sevilla) que se aburre en su solitario piso y se vuelve muy sensible a todos los ruidos que le llegan del piso superior, por los que deduce se ha cometido un crimen. La sospecha empieza como un juego y acaba en una angustiosa amenaza.
Produce miedo de verdad, sea en la secuencia del dedo cortado o la del siniestro alimento que se da a los cerdos.
El clima de misterio está conseguido y el desenlace resulta espectacularmente inesperado. Y ambiguo, pues en realidad es el espectador el que debe sospechar cómo acaba el film.
Al mismo tiempo se reflexiona sobre el voyeurismo sexual y la falta de escrúpulos de unos vecinos aparentemente corrientes y amables que ocultan su insólita crueldad.