No es extraño que Ghost recaudara en su momento, en 1990, la desorbitada cantidad de más de 500 millones de dólares en todo el mundo. Después de una década en la que predominaron los blockbusters masculinos con estrellas como Schwarzenegger, la aparición de este melodrama romántico en la cartelera hizo algo similar a lo que conseguiría Titanic algunos años después: llevar al cine a las masas para ver algo tan conocido por todos como es amar y ser amado.

Como en muchos de los superéxitos de la historia del cine, este es el elemento que conectó y sigue conectando al público con Ghost: el amor. Es más, veinte años después de su estreno, está clarísimo que los efectos especiales han quedado totalmente obsoletos, y que la intriga es de lo más rutinaria (tanto por el previsible guión de estas partes como por la labor de un actor tan soso como Tony Goldwyn), pero cuando Moore y Swayze se aman en la pantalla, es cuando Ghost sigue funcionando tan bien como el primer día.

El romanticismo exacerbado de su historia de amor es tan intenso y sincero como Unchainted Melody, y aunque Moore y Swayze no siempre han gozado del reconocimiento de la crítica y de demasiado prestigio, es innegable que lo que aportan a los personajes de Sam y Molly es todo lo que deben aportar: el conocimiento profundo de la persona a la que amas, y el amor más allá de la vida, siendo sus interpretaciones las que dotan de emoción a una cinta de lo más entretenida.

Y por supuesto no me olvido de Whoopi Goldberg, que crea un fantástico personaje de compensación ante tanto sentimiento, y que está realmente arrolladora.

Ghost es pues un clásico del subgénero romántico, una emotiva y sensible historia de fantasmas atrapados por las personas que han querido.