Nueva joyita del director coreano que hace entrega de sus obras sin alardes; aumentando su planeta de seres diferentes que flotan en una atmósfera surrealista y de máxima credibilidad, dando sentido a relaciones imposibles y haciendo vivir en la misma casa: los sueños, la verdad, el amor, la locura, las estaciones, la vida y la muerte....como si de hijos queridos se tratara.

En este caso, la necesidad de emerger, de una vida sin alicientes y fracasada, hace que Yeon se impulse en una aventura sentimental límite, no por venganza (su marido la engaña) si no por agónica desesperación: ha de recuperar la sensación de estar viva, de resucitar, de recobrar el aliento. Chen, condenado a muerte, será el objetivo y el objeto.

Kim Ki-duk sigue sorprendiendo por su forma de contar y de mostrar, por su poesía sin palabras, por su portentosa imaginación, por la falta de material desechable en sus películas y porque siendo tan distinto le sentimos tan próximo.