Con un estilo meticuloso, Bresson desgrana hasta los segundos de cautiverio de un joven miembro de la Resistencia Francesa empeñado en huir (primer mandamiento de los presos combativos), máxime cuando teme que su vida pende de un frágil hilo.
Con verismo cinematográfico, al que contribuye la hermosa fotografía en blanco y negro, el director escribe sobre el celuloide la peripecia de André Devigny (Fontaine en la ficción), quien con voluntad férrea y ánimo inusual sufrió en carne propia las situaciones que nos narra.

La sencillez, el desnudar a las historias de efectismos enmascaradores y contar el tiempo como lo cuentan los relojes de arena, hacen más que interesante esta preciosa obra de Robert Bresson que de inmediato voy a incorporar al baúl de mis tesoros fílmicos, al que recurro cuando los días son lluviosos y la leña, que no ha conseguido su punto exacto de secado, crepita; es por eso que echo troncos verdes de vez en cuando.
¡Bienvenido a mi mundo, monsieur Robert Bresson!