El irregular cineasta Terry Gilliam (su labor en los Monty Python y su Rey pescador me encantan, mientras que durante el visionado de La bestia del reino me dormí tres veces), nos propone, justo después de su revisión de los cuentos de los hermanos Grimm (y de sus autores), una vuelta de tuerca a la historia de Alicia en el País de las maravillas. O eso dice él. Una niña de unos diez años preparándole la dosis de caballo a sus padres es una de las muchas imágenes profundamente desagradables que nos brinda esta película. Como a toda obra firmada por Gilliam hay que reconocerle un puñado de buenas ideas y preciosas imágenes, pero el conjunto crea tal desasosiego en el espectador (o por lo menos lo creó en mí) que la tentación de abandonar la sala está presente en toda la segunda mitad de este cuento lisérgico.