Una secuela que, habiendo revelado ya todo lo esencial en la película original, poco tenía que ofrecer para sorprender al respetable. El personaje de Duplass convence a otra persona para que vaya a su casa a filmarlo, aunque esta vez no se tratará de ningún llorón temeroso sino de una chica de armas tomar.

Esa es la novedad, el invitado y presunta víctima no es otro pusilánime sino la propietaria de un canal de internet con escrúpulos tirando a escasos a la hora de buscar contenidos. Sin saber si lo que el protagonista le cuenta acerca de su naturaleza criminal es cierto no, decide continuar a ver hasta donde le lleva todo. Incluso asumiendo que pueda ser verdad. Como Aaron, bajo el nombre de Joseph, ya demostró en la primera parte ser un yonki de la mentira, el guión se permite concederle monólogos donde es imposible saber si miente o no. Todo para alargar el metraje y sembrar la confusión suficiente para llegar a la hora y media.

Se llega al desenlace sin una sola gota de tensión. Vale, no te has aburrido, pero no ha habido nada que te haya provocado ni un gramo de inquietud. Las cartas se pusieron todas boca arriba tres años antes. Todas. Salvo la del desnudo frontal de Duplass, lo único novedoso.