Intento, como dice su publicidad, de hacer un American Psycho millenial basado en la tontería de los influencers y los followers pero que se va desinflando a medida que avanza. Un conductor de Spree (aka Uber) con un canal de vídeo propio anda desesperado por aumentar seguidores y repercusión, por lo que decide que la mejor manera de conseguirlos es cargarse a los clientes que entran a su coche.

No empieza del todo mal, luciendo fresca y dinámina, y poniendo en el foco es esa estupidez por la que tantos parecen morir, que es alcanzar relevancia en internet presumiendo que todo lo que hacen es interesante. Pero tras el primer tercio, y la primera muerte, la cosa en lugar de pisar el acelerador entra en un bache de la que prácticamente ya no es capaz de salir. Incluso llega a volverse cargante, con toda esa fauna que ha hecho de la superficialidad y la idiocia toda una subcultura. Las incongruencias del guión en determinadas escenas tampoco ayudan.

A pesar de las reseñas leídas, la película carece de la mala leche que se le intuía, y huye completamente de la truculencia que se presumiría a una historia con psicópata al volante, siendo visualmente para todos los públicos. La cámara dividida mostrando el streaming permanente y las reacciones de los followers pasa de ser un recurso hábil a convertirse en una molestia. Pero como lo que nos cuentan pierde paulatinamente interés ya casi ni importa. Menuda decepción.