Pe-li-cu-lón. Y de los buenos. Menuda lección de Lumet. A sus ochenta y tantos y lejos de cagarse encima, es capaz de construir semejante peliculón como el que lava. Lo imagino diciendo "ahí queda eso, cabrones". Porque es cierto que hay pocos actores con el nivel y la solvencia de Philip Seymour Hoffman, pero es que aquí se sale. Porque ha sacado lo inimaginable de Ethan Hawke, exprimiéndole el talento que tiene y descubriéndonos el que no sabíamos que tenía. Porque la Tomei, con un papel del que otras no hubieran sacado más partido que el de lucir un cuerpazo en bolas espectacular, llena la pantalla ella solita hasta en las escenas más intrascendentes. Y eso, queridos míos, no es simplemente una buena elección actoral. Leches. Ésto es un tipo que además de saber escoger, tiene clarísimo lo que quiere y cómo lo quiere y lo saca de los protagonistas a golpe de varita si hace falta.

¿Y qué me decís de los flashbacks, de los saltos temporales? Prácticamente desde el principio sabemos como acaba el film, supuestamente nos roban el factor sorpresa. Pero no. Algunos impactos se dosifican con maestría y otros, que en el fondo no lo son puesto que los esperamos, terminan sorprendiéndonos incluso pese a conocerlos de antemano, por la brutal profundidad que se nos ofrece de los personajes.

El ritmo perfecto, las reiteraciones necesarias. Pero sin sensación de que todo esté medido y estudiado al milímetro.

Hacía tiempo que una cinta no me llenaba tanto. Tanto es así que al que a partir de ahora no trate a Lumet de Ud., me lo como.

Lo dicho. Hay que verla.