Una lástima. Una interesantísima premisa, basada en la dinámica de la lucha de clases y sus efectos perversos, se va convirtiendo poco a poco en un esperpento. 50 primeros minutos de extraordinaria calidad que denuncian la miseria de una familia surcoreana en condiciones casi infrahumanas y que, por el instinto más básico de supervivencia- no por idealismo emancipatorio, no lo confundamos- tejen una telaraña de inquietante arribismo laboral en el interior doméstico de una familia de clase alta acomodada. Se van infiltrando como cucarachas en el hogar de estos y se van "colocando" en los puestos subalternos al servicio de los "dominadores", con acciones donde la ética importa un carajo. Hasta aquí, muy bien. Es más, excelente, porque construye el escenario ideal para desarrollar un conflicto de trasfondo social que ya se pudo ver en otras películas de Buñuel o Passolini. Pero en lugar de eso, el director decide escoger un camino simplista, facilón, inverosímil, forzado e insultante para la inteligencia narrativa que sugiere al principio. A partir de la aparición del personaje del sótano, como ha dicho un cinéfilo de estas páginas, la película se cae como un castillo de naipes en un descenso cada vez más ridículo. Da la impresión que en la segunda hora el director se arrepiente de su postura y nos agrede con una comedia que después pretende ser un thriller cercano al gore asiático, con detalles que además explicitan sin pudor alguno
bastante complacencia con el capitalismo surcoreano y estadounidense. Y todo con un tufillo moralizante que nos hace casi sentir compasión y simpatía por los ricos y repulsión-odio contra los pobres que se merecen un castigo. Doble moral aberrante y cínica. Una verdadera lástima.