Vigoroso thriller militar a cuenta del pufo de las armas de destrucción masiva, uno de los "mcguffins" más bochornosos de la historia reciente.
Tras un agitado planteamiento, algo- bastante- incómodo para la vista, el combativo Paul Greengrass aparca la tentación de meter la "steadycam" en la centrifugadora y entrega una obra mucho más reposada de lo que a priori hubiera podido inferirse. Y ello gracias a la sabia combinación de sus inclinaciones documentalistas ("Bloody Sunday", "United 93", "Omagh") y sus innegables aptitudes para un tipo de cine más convencional y no por ello carente de cierta enjundia ("El mito de Bourne" y "El últimátum de Bourne". Ambas, como la cinta que nos ocupa, protagonizadas por un Matt Damon, más que cómodo, abducido ya por el papel).
Paradójicamente, quizá sea en su mayor virtud donde también se inscriba el principal- o, cabría decir, único- pecado de "Green Zone: Distrito protegido". Porque en su prudente apuesta por el equilibrio, Greengrass no acaba de optar por ninguna de las dos sensibilidades. La recreación cruda del caótico y devastado Irak de las semanas inmediatamente posteriores a la invasión funciona como un reloj suizo- casi podemos masticar la arena-. No así el elemento más puramente ficcional, en el que la conspiranoia sí es plausible, pero no tanto la relevancia concedida al personaje interpretado por Damon, un mero alférez del ejército norteamericano cuyas conexiones con las más altas esferas resultan tan poco creíbles como la elocuencia de su prosa.
En cualquier caso, estoy de acuerdo con Luís Martínez, de "El Mundo", cuando afirma que se trata de "un buen motivo para olvidar En tierra hostil". La multipremiada película de la señora Bigelow es un bodrio digno de su abultado palmarés. "Green Zone: Distrito protegido", sin constituir ninguna joya cinematográfica, supone, por contra, una mucho más correcta aproximación a la impopular, por injusta, guerra de Irak.