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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
8
Cine negro. Thriller Después de cumplir cinco años de condena, Tony Le Stephanois sale de prisión con la intención de cambiar de vida, pero se encuentra con que su amante está con un conocido gángster. Como carece de recursos económicos, no le queda más remedio que volver a su vida pasada y reunirse con sus viejos compinches. Durante semanas prepara minuciosamente con ellos un golpe perfecto: el atraco a una inaccesible joyería de París. (FILMAFFINITY)
23 de julio de 2018
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Junto a su inconfundible denominación, una impronta de raíz existencialista y una posterior deriva propia —el “polar” de los sesenta y setenta—, el “noir” francés le aportó al subgénero algunas de sus cimas, entre las que se cuenta, qué duda cabe, esta “Du rififi chez les hommes”, aquí acortado a “Rififí”.
En torno a un asunto que, de tan habitual, ha acabado por volverse tópico, como lo es el robo de una joyería, Jules Dassin construye, sin embargo, una obra de orfebrería cinematográfica, dotada además de la precisión de un reloj suizo.
La media hora que dura la secuencia del butrón y el descerrajamiento de la caja fuerte constituye un tesoro más valioso que los doscientos millones de francos levantados por sus protagonistas, definitivamente digna de estudio en profundidad en cualquier escuela de cine que se precie. Porque la ausencia de diálogos supone un retorno a la edénica puridad de los orígenes, antes de que el sonido —muchas veces mero, molesto ruido— contaminase lo que hasta entonces había sido la quintaesencia de la imagen. No sólo este célebre pasaje contiene un homenaje al formato original y genuino en que el séptimo arte fuera concebido, sino que ya en la preparación del robo, asimismo silente, encontramos un aviso de la maravilla en ciernes.
En alguna reseña anterior recuerdo haber destacado el encanto del viejo París previo a la “turistificación”. El que sirve de escenario a la trama de “Du rififi...” es un ejemplo palmario de ello. La decadencia que transmite, rayana en la ruina, exuda una hermosura derrotada que hubiera hecho las delicias de un Lautréamont. Sólo un lugar así puede dar a luz —es un decir, habida cuenta de la negrura que preside la historia— a tipos de la ralea de los que recorren sus calles de húmedo pavés. En ningún otro universo de los infinitos aceptados existiría nadie tan insólito como ese Tony Le Stephanois encarnado por el igualmente inaudito Jean Servais, el gángster tísico que compone es un hallazgo y un bofetón al arquetipo. También resulta desusada la banda de éste, y todavía más la de su némesis Louis Grutter, con ese matón adicto al caballo, o a la morfina, cuya sórdida humanidad hubiera costado ver en una cinta americana.
Carorpar
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