“Corazones en Atlántida” es una película hecha con oficio. Una historia bien contada y bien interpretada, que conecta fácilmente con el espectador. El problema es que pronto nos invade la sensación de que todo está enfocado a buscar la lágrima fácil del espectador. La historia reúne todos los tópicos: el niño que sueña con tener una bicicleta, el primer amor, los abusos, las dificultades económicas, el recuerdo lejano de un padre muerto, la extraña doble vida de la madre… Y en esto llega Anthony Hopkins en plan abuelo que nunca tuvimos, seduciéndonos a todos con unas cuantas frases rimbombantes (menos a la madre claro, que vive tan ensimismada en su mundo que es incapaz de darse cuenta de nada), y con una especie de poder extraño… La relación niño-anciano está ajustada con calzador, en mi opinión, y las situaciones se vuelven demasiado previsibles, más allá de que desde el principio ya se nos ha dado mucha información sobre el argumento y el destino de los personajes…

Con ello, aun reconociendo que “Corazones en Atlántida” es una película entretenida, descubriéndome una vez más ante ese monstruo de la interpretación que es Anthony Hopkins y reconociendo la valía del trabajo del niño protagonista (Anton Yelchin), la peli se va diluyendo en su insustancialidad y en un edulcorado tono de telefilm facilón. Una lástima, porque quizá se podía haber sacado más petróleo de la historia si el guión hubiese estado un poco más trabajado…