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España España · Barcelona
Voto de reporter:
4
Drama Al final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Jimmy Picard, un indio Blackfoot que combatió en Francia, ingresa en el hospital militar de Topeka (Kansas), un centro especializado en enfermedades mentales. Picard sufre varios trastornos: vértigo, ceguera temporal, pérdida de audición... Debido a la ausencia de causas fisiológicas, el diagnóstico es esquizofrenia. La dirección del hospital decide, sin embargo, pedir la opinión de un ... [+]
26 de marzo de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El bueno de Ted estaba sentado, una vez más (y con aquella ya iban 52 semanas consecutivas), en el diván. Haciendo lo de siempre. Aquello que le habían dicho que tanto le ayudaría... aquello en lo que se estaba dejando casi todos sus ahorros. Aquello que en parte le había forzado a encontrar un nuevo empleo -de mierda- con el que poder sufragar su ahora elevadísima cuenta de gastos. Con la vista perdida en el techo blanco del consultorio y la memoria en el pasado más doloroso, el frustrado escritor se auto-fustigaba de nuevo con tal de ver si en algún lugar de sus recuerdos se encontraba la razón de su bloqueo artístico. ¿La pérdida irrecuperable del amor de su vida? Quizás... pero ¿a quién le importaba eso? Exacto. ¿A quién coño le importaba eso? A su psicólogo, desde luego, no. El muy cabrón, aprovechando los ángulos muertos de su despacho, había aprovechado que su paciente estaba inmerso en su propio palique para bajar al piso de abajo a disfrutar del -segundo- desayuno. No contento con ello, cuando volvió al ''trabajo'' (es un decir), decidió avanzar unos cuantos minutos la hora del fin del terapia... porque era mala persona, sí, pero porque aquello no había quien lo aguantase.

Hablamos, para no andarnos con excesivos rodeos ''Farrellyanos'', de la sagrada institución del coñazo, venerada, tarde o temprano, en prácticamente cada certamen cinematográfico. Está escrito... o como si lo estuviera. Corría la 66ª edición del Festival de Cine de Cannes, sí, aquella con tantísimos candidatos de peso a la Palma de Oro. Pero ya se sabe, hasta en las mejores familias hay ovejas negras; la excepción confirma la regla... y todo lo demás. En la cuarta jornada de aquella magnífica competición vimos un claro ejemplo de ello. Por la tarde, Hirokazu Koreeda encandiló y emocionó con 'De tal padre, tal hijo'... por la mañana, dejémoslo, de momento, en que las cosas no fueron tan bien. Aquel día, más allá de Japón, poca vida inteligente encontramos. 'Jimmy P.' (presentada por aquel entonces con la nada presuntuosa coletilla ''Psicoterapia de un indio de las llanuras''... vaya) ilustra aquello que en su día dijo el belga Jaco Van Dormael sobre el cine que hacen sus queridos vecinos: ''Mi vida ha sido como una película francesa... en ella no ha pasado nada.''

El nuevo filme de Arnaud Desplechin, por mucho que quiera aparentar lo contrario, es algo vulgar, simple y anodino, cuya carga trascendental produce un desajuste desesperantemente cómico. El caso real de un indio ''Blackfoot'', cuyos problemas psicológicos fueron tratados a finales de la década de los cuarenta por un peculiar antropólogo, le da al director de la peligrosamente ensalzada 'Cuento de navidad' una excusa para que tengamos que escucharle durante dos horas interminables. A diferencia de Richard Jenkins en 'Algo pasa con Mary', a nosotros (por lo menos a algunos) la decencia nos impidió escaparnos por la puerta trasera... lo cual no quita que no lo lamentáramos profundamente. Porque aquella mañana tocaba librar aquella batalla en la que nadie quiere verse involucrado. Tocaba luchar contra el sueño, fruto del cansancio... y de, como se ha dicho, del monumento al aburrimiento expuesto en la gran pantalla del Lumière. Tocaba también hacer cine-ficción: ¿y si Jenkins hubiera estado ahí? ¿Y si Benicio Del Toro se hubiera dado la vuelta? ''¿Doctor... doctor?'' Y nada más. Hasta esta fantasía era triste.

Esto es 'Jimmy P.', un colosal estudio dedicado al aburrimiento. Un tema trascendental como cualquier otro... y desagradecido como pocos. Entre paciente y doctor (interpretados respectivamente por Mathieu Amalric y Benicio Del Toro, ambos igualmente desdibujados) se establece un gusto por la jaqueca exageradamente contagiosa, así como una insufrible verborrea que huye de los temas a priori más jugosos (véase la paupérrima situación de los indios americanos en Estados Unidos) para centrarse, como era de esperar, en otros mucho más elevados, y por esto, se supone, mucho más importantes. Conceptos como ''mente'', ''alma'' y ''religión'' adquieren aquí la categoría de palabrotas tarantinianas. Desvirtuados todos ellos por su uso indiscriminado, hasta convertirse en meras poses. Plúmbeas ilusiones surgidas de la interacción entre la ensoñación y el acercamiento científico de la historia. Parece muy complicado, pero en realidad no es más que un viaje, tedioso y patoso, a ninguna parte. Si acaso a aquel puñal envenenado lanzado por Dormael. Muchas charlas, pero como si no pasara nada.
reporter
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