Comienzo fresco, desenfadado y potente... Secuencias donde todo parece fruto de la casualidad, con las que se logra meter al espectador de lleno en la acción.

Al cabo de veinte minutos, ya no entiendes qué ha sucedido. Su originalidad inicial, pasa a ser un despropósito; incluso la personalidad del papel interpretado por Billy Bob Thornton, da un giro incomprensible, transformándose de casi un retrasado a un tipo sensible y coherente. Cate Blanche, bellísima, y alimentando en el 2.001 lo que años más tarde, la conduciría como referente de interpretación femenina.

Bruce Willis, de gestionar el peso a lo largo de la media hora inicial, se desvanece entre las escenas que nos va entregando el director, carentes de toda lógica, ante nuestro estupor. Pero... de pronto las casi dos horas llegan a su término, y lo hacen con un final muy estimulante.

La frase que da título a esta crítica está sacada del contexto de una charla de Cate Blanche.