De guión famélico, escenarios urbanos simples y un elenco actoral absolutamente prescindible, incluido Keanu Reeves, es Hardball, una película sin muchas pretensiones y sin muchos bríos que trata de extraer la lágrima y la sonrisa fácil con la utilización de niños y sus dichas y desdichas en torno a un equipo de Baseball. Pero hasta la ‘lacrimatización’ resulta vana, irreal, nada convincente, alejada de la propia realidad que presenta en el metraje. Igualmente las tramas secundarias que presenta el guión, donde se intenta presentar también el mundo de la delincuencia y las apuestas deportivas para intentar poner algo de corrosión gratuita a la ‘dulzura’ de los niños, está cogida con alfileres sin explicar en ningún momento el entorno, las situaciones o el contexto que hace que el mal se adueñe de un trocito del filme. Lejos de tener nada plausible, Hardball tendrá siempre alguna escena para intentar olvidar dentro de un metraje general que pasa desapercibido. El discursito de Keanu Reeves en la iglesia ante la muerte del más pequeño de sus pupilos, ante la plañidera madre y que el director presenta como una de las escenas centrales de este filme, es simplemente deplorable, lejos de arrancar lágrimas dan ganas de hacer pedorretas ante al ataúd del pequeño. Sensiblera sin conseguirlo si quiera, Hardball es una película que puede desaparecer de la historia del cine sin que nadie lo lamente, un fiasco absolutamente previsible.

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