Haz click aquí para copiar la URL
Voto de Andrés Vélez Cuervo:
10
Drama. Fantástico Es Nochevieja. Tres borrachos evocan una leyenda según la cual si un gran pecador es la última persona que muere al terminar el año, entonces tendrá que conducir durante un año entero la Carreta Fantasma que recoge las almas de los muertos. David Holm, uno de los tres borrachos, muere cuando suena la última campanada de la medianoche... (FILMAFFINITY)
10 de septiembre de 2015
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para empezar a hablar de Körkarlen hay que contar la historia que relata: Edit (Astrid Holm) una joven víctima de la tuberculosis, en su lecho de muerte, el último día del año, pide que llamen a David Holme (interpretado por el propio Sjöström) antes de que ella muera. “¿Pero quién cojones es David Holme?” es la pregunta inmediata que uno se hace como espectador y desde ese momento ya se es presa del misterio y la incómoda inquietud. Aunque la petición resulta absurda para quienes la reciben, siendo el deseo de una moribunda salen a buscar al sujeto en cuestión y, por supuesto, el condenado vago no aparece por ningún lado. Esta es la mamuschka mayor de la película; así es, esta es una narración en cajas chinas en una producción de 1921. “¿Pero qué diablos es esto que estoy viendo?” es el pensamiento que se vuelve dominante desde aquí. Una segunda historia: tres hombres con apariencia de indigentes están en el cementerio embriagándose para celebrar el fin del año. Uno de ellos resulta ser David Holme, quien les cuenta a los otros dos la historia (otra caja china) de un viejo que conoció años atrás, también un 31 de diciembre, quien le relató una terrible leyenda: la última persona en morir cada año es condenado a adquirir la maldita tarea de manejar la carroza de la muerte por un año humano, equivalente a un larguísimo periodo de martirio en el mundo de los muertos, relevando a su predecesor, y dedicarse a cobrar las almas de los pecadores. Ese hombre, presa del destino trágico, murió el año anterior, justo el último día del año.
Cuando por fin llegan a buscar a David Holme para que vaya a cumplir el último deseo de esa mujer moribunda, este se niega para seguir bebiendo, porque es básicamente un desgraciado borracho y psicópata. Sus compañeros de juerga, indignados, se lían a golpes con Holme, quitándole la vida en el último minuto del año. Por supuesto, aquí aparece entonces aquel mismo compañero que le contara la terrible leyenda de la carroza de la muerte y le anuncia que él deberá tomar su lugar en tan triste tarea. Y aquí viene una muñeca rusa más, cuando, como una negra y sórdida relectura del fantasma de Carroll, ese cobrador de almas le muestra a Holme cómo se degradó su vida por culpa del alcohol y cómo arruinó la vida de todos los que, a pesar de ser un patán indeseable, lo amaban. Hasta ahí cuento para no arruinarle a nadie las sorpresas del final. “¿Pero qué condenada genialidad es esta?” es ahora el pensamiento que impera al ver la película.
Bueno, esto por sí mismo no implica nada más que un interesante esquema narrativo sumamente curioso para su época, por supuesto, sin embargo, en esta película ese sistema de cajas chinas permite un flujo narrativo que se mece como la marea llevando al espectador por una aventura emocional que arranca ya en un pico de intriga del que uno no puede soltarse. Se termina entonces inevitablemente atrapado en ese laberinto de historias porque, además, todas son fascinantes y presentan unos personajes tremendamente complejos y sórdidos, empezando, cómo no, con el de David Holme, quien tiene detalles tan dicientes y memorables como aquel de arrancar los remiendos que le hiciera la buena de Edit en sus desgarradas ropas de indigente, solo por el placer de la humillación y el desprecio más deshumanizados.
A nivel visual, los recursos están impecablemente utilizados. Obviamente son limitados; a fin de cuentas estamos empezando los años veinte, el cine es aún un arte que gatea, e incluso los procesos de su arte materna, la fotografía, son todavía muy jóvenes, pero eso no detiene de manera alguna a Sjöström, quien recurre a la doble exposición para generar el efecto de lo fantasmagórico. Un recurso que nos podría parecer ridículo en estos tiempos en que el digital permite la creación de mundos fantásticos, pero que resulta natural al ojo, hasta el punto de que me atrevería a decir lo siguiente: si su director hiciera esta película hoy, utilizando las mismas técnicas visuales, se vería perfecta y no extrañaría al ojo.
Aparte de esto que es lo más obvio, la película hace uso de una composición pictórica fluida y expresiva que además se alimenta de unos negros y grises llenos de riqueza que hacen casi sentir texturas de oleo seco.
Sumémosle a esto el hecho de que los actores, apoderándose de esos personajes tan complejos, hacen de las suyas y lo dejan a uno boquiabierto, especialmente los dos protagonistas.
Sjöström es un hechicero que consigue anclar los ojos a la pantalla incluso en planos larguísimos y que lleva al espectador a su mundo oscuro y tenebroso con una facilidad pasmosa. Crea de esta manera la que posiblemente sea una de las mejores, si no la mejor, película de misterio y temática sobrenatural que haya yo tenido el placer de ver.
Todo en esta película está al servicio de una gran capacidad de moción de las pasiones y de impacto al alma que genera experiencias hiperestésicas constantes. La experiencia de verla es incluso agotadora y hacerlo en soledad, como yo lo hice, se torna horriblemente frustrante, hasta el punto de querer salir por la ventana a gritarle al mundo que esto existe y debe ser visto.
Qué inútil e incompleto se siente uno cuando descubre que lleva toda su vida sin conocer algo tan grandioso. Pero qué invaluable es la sensación de descubrir algo sensacional; ese placer solo se vive una vez con obras como esta y ya solo queda invitar a otros a que lo experimenten también.
Körkarlen es una de esas películas por las que un cinéfilo pierde la cabeza. La experiencia que se vive con ella es esa que todos los amantes del cine buscamos cada día y que nos motiva a salir de la cama. Y la promesa de volver a ese paraíso perdido que implica descubrir semejante joya, es lo que hace que jamás podamos parar de ver más y más y más cine.
Andrés Vélez Cuervo
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow