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Voto de John Giraldo:
9
Thriller. Drama Mildred Hayes (Frances McDormand), una mujer de 50 años cuya hija adolescente ha sido violada y asesinada, decide iniciar por su cuenta una guerra contra la Policía de su pueblo, Ebbing, al considerar que no hacen lo suficiente para resolver el caso y que se haga justicia. Su primer paso será contratar unas vallas publicitarias denunciando la situación y señalando al jefe de policía, William Willoughby (Woody Harrelson), como ... [+]
6 de febrero de 2018
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por: John Harold Giraldo Herrera
Docente Universidad Tecnológica de Pereira
[email protected]

¿Cómo reaccionar ante la negativa y la ausencia de justicia? ¿deberíamos contener nuestra rabia e impulsos o transformarlos creativamente? La trama de la película se nos escurre entre la capacidad de reacción de una madre frente al atroz crimen de su hija, la falta de proceder de las instituciones y los modos como los demás, en sus palcos, tribunas o deambulando, también manifiestan su posición frente a lo que ocurre y va sucediendo. La sociedad del espectáculo, y sus manías, se pone en evidencia, va mutando o adaptándose; aquello aplaudido en las pantallas, es rechazado cuando se pone cerca, cuando ronda por el vecindario. ¿Por qué consideramos significativo y próximo lo de los medios y como lejanos y triviales lo de nuestro entorno?

La puesta en escena es sencilla: una mujer decide poner tres carteles, con mensajes de inquietud, son vallas publicitarias, ahora usadas como una forma de protesta ante la negativa de resultados por la cruenta muerte de su hija. La película no se centra en el dejo, en las amarguras, desaires o todo el vaivén hacia la madre, quien padece un hecho inefable. La estrategia es azarosa: muestra, pero más bien nos deja entrever esos resquicios sociales, comunitarios, donde existen intersticios, cuando se sacude por la invasión más de un hecho, de algo perturbador y los incluye a todos, como si ya la acción pasara por invisible. Entonces, lo mediático, en cualquier formato, apabulla. Y las vicisitudes de un ser compungido por la violencia, son reseñadas en su mirada, en lo que emprende para no dejar a la tormenta llevarse lo poco dejado.

La tensa calma se ve trastocada en un pequeño lugar, no por el crimen, sino por hacer roncha en la moral. La inquietud, la ironía, la sola interlocución, sobre el suceso por medio de tres anuncios, es el hilo que enreda la trama, ata a los lugareños, envuelve con forzada memoria el nombre de la víctima, pone en jaque a las autoridades y nos da vueltas sin saber dónde el nudo nos proporcionará mayores desafíos o nos amarrará más allá de las sillas. En esta película no hay como soltarse, funciona con un golpe infalible, cada escena y su posible desarrollo es como tener la soga en el cuello. Hablo de algo muy genérico, el poderoso tema de fondo son los abusos sexuales en un espejo lleno de horror que no la hace explícito, sino que lo evoca.

El marco es apenas el ideal para obtener la estatuilla del Óscar a mejor película. La madre, representa en el fondo una idea de sujeto norteamericano: como sea se impone, logra -no importa el modo- lo propuesto; más, cada poblador se identifica con las facetas del miedo, de la presión, de la infamia, de no saber qué hacer ante un magno acontecimiento que sin pensarlo los tiene en una cuerda floja. Como ha ocurrido en otros momentos de premiación, las películas no se aíslan del boom mediático, y el tema de los abusos sexuales son predominantes, aunque cuenten con cierto aire de naturalidad. Además, la resolución a la escasez de resultados -nada desconocido en estos temas-, obliga a buscar maneras muy contundentes de consecución de justicia.

Desde hace rato veo premiar películas, un tanto salidas de los esquemas directos de Hollywood, hace un año Moonlight con el tema afro y con sutileza la diversidad sexual, siendo la favorita La la land; en el 2016 fue la poderosa denuncia hacia los cientos de curas pedófilos “Spotlight”, realzando la labor de los periodistas investigadores, siendo la más favorita El renacido; en el 2015 estuvo la muy afable, extraña y querida Birdman; en el 2014 el tema relevante de la historia de un individuo afro condenado a Doce años de esclavitud; en el 2013 predominó la “hidalguía” de un comando gringo rescatando a seis rehenes en Irán, casi lo mismo del 2009 con The Hurt locker. Así, cada de esos premios enaltece ideas sobre el sujeto, de una nación imperial, ofrece marcas de este mundo y teje la aldea global.

La película de Tres carteles, además es tan diciente, su director la hizo de tal modo, que con su narrativa, actuaciones, los giros escalonados, no dejáramos de pensar en esa niña que fue presa de un alguien que la violó, asesinó, y para ponerla como en un oxímoron, la calcinó. No hay terror ni nada de amarillismo en el desarrollo, pero sí: impotencia, ganas presurosas de verdad, una pugna contra las autoridades, un reclamo creativo y airado de quien le tocó perder un ser querido, un enigma permanente, un revolcón de los sentidos y una serie de bofetadas al pensar, y a las decisiones que tomamos.

La astucia y determinación de la película, es la de tomar justicia con elementos tan insidiosos, con un arma letal y poderosa como poner un cartel en un sitio público, una comunicación de taladros a la quietud. Nada más un mensaje, un tanto provocativo, de un alguien molesto, mientras que aquellas invitaciones a la banalidad, al despojarnos de interés por lo público, con gusto por lo frívolo e instantáneo son más recurrentes y sin mayor trascendencia son las predominantes.
John Giraldo
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